Por la ruta del adobe en Catamarca

Las montañas y las casas de este rincón del sur de la provincia se funden en un solo color: el de la tierra.

Las montañas y las casas de este rincón del sur de la provincia se funden en un solo color: el de la tierra. Viviendas, edificios religiosos y antiguos cuarteles militares comparten un mismo pasado y un mismo material, conformando una ruta temática.

«Polvo eres y en polvo te convertirás”. La frase tiene resonancias bíblicas de bastante tremendismo. Pero cuando uno recorre la ruta del adobe catamarqueña parece cambiar de sentido hacia lo exactamente opuesto: aquí el polvo, el barro, el adobe, está muy lejos de haberse dispersado en el viento de los tiempos. Más bien todo lo contrario: pasan los siglos y el noble material sigue en pie, con alguna ayuda después de los temblores que la tierra caprichosa cada tanto le impone a las montañas del Noroeste.

De Tinogasta a Fiambalá

Lo que hoy se conoce como la ruta del adobe no fue pensado de ese modo en los tiempos en que se levantaron los principales edificios que la componen: es que el adobe simplemente era, ayer como hoy, el mejor material –cuando no el único– para construir los edificios en estas tierras áridas donde rara vez llueve y un sol impiadoso invita a rodearse de aislantes muros gruesos.

Siglos después, la perduración de iglesias, antiguos comandos militares, hospitales y simples casas llevó a la idea de restaurarlos con un eje temático que facilitara las visitas turísticas: así, el adobe –una mezcla de barro, estiércol y paja y a veces también sangre de animales, cuya técnica dominaron los diaguitas– es el hilo conductor de los 55 kilómetros entre Tinogasta y Fiambalá, un paseo que se puede realizar con guías o bien con un mapa y el propio vehículo, ya que todo está cerca y la amabilidad de la gente del Noroeste allana cualquier duda en el camino.

Las paradas

¿Y cuáles son los principales puntos de ese mapa? Tinogasta, el punto partida, ya tiene uno: es el Hostal de Adobe Casagrande, que data del siglo XIX y que pasó de ser sede del Batallón de los Andes a convertirse en un hotel boutique. Sus antiguos propietarios, la familia Orella, tuvieron también el actual Centro Cultural Municipal, un viejo hospital militar levantado en 1898, hoy convertido en biblioteca y museo arqueológico.

Dejando atrás Tinogasta unos 15 kilómetros, en el pueblito de El Puesto aparece uno de los principales hitos de la ruta del adobe: es el Oratorio de los Orquera, uno de los edificios más antiguos del camino. Se construyó en 1740 y conserva imágenes de la escuela cuzqueña, así como vigas curvas de algarrobo que sostienen el techo: esa forma se les dio –cuentan los herederos de la familia– sumergiéndolas en el río. Un museo aledaño permite conocer más sobre la región y esta forma de construcción que sobrevivió casi intacta el paso de los siglos. Salvo en casos como Nuestra Señora de Andacollo, una preciosa iglesia del paraje de La Falda que se levantó en 1838 y fue reconstruida después de un sismo que la dejó semiderruida. Hoy luce como nueva, pero todavía se pueden ver en la web las imágenes de la destrucción que causó el terremoto.

La ruta sigue. Y llega el Anillaco catamarqueño –no confundirlo con el riojano–, donde están la residencia de don Gregorio de Bazán y Pedraza y sobre todo la iglesia de Nuestra Señora del Rosario, una joyita de 1712 que luce –restauración mediante– como nueva, con su vistoso altar de barro de reminiscencias barrocas y sus paredes de adobe de un metro de ancho. Tinogasta ya queda atrás cuando la ruta se acerca a Fiambalá y sus últimos tramos: aquí se encuentra una iglesia de 1770, algo alejada del casco urbano, que fue declarada Monumento Histórico Nacional y donde los fieles suelen dejar sus zapatos en ofrenda a San Pedro Caminador. Finalmente, la Comandancia de Armas pone el punto final a la ruta del adobe, con sus muros de 1745 y varios objetos que dan testimonio de sus antiguas funciones.

Fuente: La Voz