Con un horno a leña, el progreso llega a un lugar ignoto de Salta, Chiyayoc
La Fundación Solar INTI proveyó de 15 unidades a una comunidad en Iruya.Los equipos son costeados por las familias con la colaboración de padrinos.
10/08/2018 MUNICIPIOSLa Fundación Solar INTI proveyó de 15 unidades a una comunidad en Iruya.Los equipos son costeados por las familias con la colaboración de padrinos.
Solo una potencia volitiva arrolladora impele a llegar hasta Chiyayoc. Se toma por la ruta nacional 34 hasta Los Lapachos. Ya en Jujuy se sigue por la ruta nacional 9. Pasando Humahuaca se llega hasta Iturbe y se continúa por una ruta provincial hasta antes de la cuesta a Iruya. Allí se realiza un desvío hacia la izquierda y se agarrarán unos 40 kilómetros por una huella de camino. Esta senda regular parece auspiciosa e ilusiona con que se haya escapado de la vorágine noticiosa una ampliación que deje a unos pasos del pueblo de Chiyayoc. Pero no. La panorámica al dejar el seguro recinto de una cabina de 4×4 ofrece la cornisa. Una senda irregular, de caprichoso empinamiento o vertiginoso descenso, entre los 3.300 y los 4.500 msnm.
Perdido, remoto, aislado. Expresado en 18 familias, un alumnado primario de 7 estudiantes, un padrón electoral de 67 personas (en 2015). Así es Chiyayoc.
Para llegar al caserío se deben transitar 18 kilómetros a pie. El martes 24 de julio, por la faja horizontal estrecha que corre al borde de un precipicio, iban 15 chiyayoqueños con hornos línea Georgia de la Fundación Solar INTI sobre la espalda. Ellos cubren la distancia en dos horas y media, que se pueden extender otra más. En fila india, dos burros los acompañaban con cargas que no debían superar los 60 kilos.
«Acá el que pesa más de 60 kilos no puede vivir más en Chiyayoc», bromea (?) Santos Tolaba (58). «Por eso no hay viejos ni gordos en Chiyayoc. El que ya no se sostiene en dos piernas debe irse con los hijos, o los nietos», continúa. Él tiene cinco hijos, de entre 30 y 25 años, y seis nietos. Uno en el pueblo, otros en Iruya, otros en Salta. Santos oficia de baqueano cuando requieren sus servicios. Ya sus abuelos y sus padres pastoreaban chivos y cabras, como él, que también vende y consume papa verde, papa andina y oca, aunque su sueño es instalar un hostal en su pueblo. El trayecto a su lado se vuelve ameno. Cordial, él distrae el pensamiento de la peligrosidad de la cornisa. La cornisa está para eso: para recordarle al hombre que la vida puede parecer muchas cosas, pero que no es otra que poner un pie y después el otro para avanzar. Santos está feliz porque llegó la tecnología a Chiyayoc. En este pueblo de Iruya la leña gruesa es un tesoro y la «champita», por virtud de Solar INTI, se aquilatará de otra manera, cuando arda y dure, cuando vuelva posible hornear por horas y mantener la temperatura óptima de combustión.
Se termina la búsqueda incesante de leña por la precordillera
Los hornos de Solar INTI arden con “champita” y papel durante horas.
A las 20, 32 chiyayoqueños están en torno de tres hornos a leña de los que lograron traer. Bromean porque dos quedaron por el camino a causa del agotamiento de los transportistas. ¿Quién los robaría en la montaña?
La escuela 4345 es el núcleo de la comunidad. El único lugar del pueblo que goza de energía eléctrica, algo tenue, provista por paneles solares que se alimentan de día.
El esquema de trabajo de Solar INTI se caracteriza por concatenar valores como la solidaridad, la reciprocidad, la confianza mutua y el sentimiento de pertenencia. Pierre-Yves Herrouet lleva un kit y herramientas al lugar en que se los convoque y cada familia construye su cocina. Al día siguiente los participantes del taller cocinan en el aparato que han ensamblado para evacuar las dudas que les surgieran y compartir experiencias. Pero tiene un esquema ajustado en Chiyayoc, por ello los artefactos están listos para ser curados. Con un pañuelo embebido en aceite comestible se unta la parte interna del horno por única vez para que no quede negro.
“Esto es muy fuerte porque empodera a la comunidad, la hace sentirse capaz de hacer más cosas. Antes de que sea tecnológico, porque tiene todas las funcionalidades y es un modelo único en la Argentina, este es un proyecto social porque si las vendiéramos en un negocio del centro de la ciu dad no tendría un alcance comunitario”, señala Pierre-Yves.
De esta manera, la familia hace un aporte económico y otro de tiempo, pero pagan el 40% del valor total del producto. El resto lo financian solidariamente padrinos de Francia y de Argentina.
“Al apadrinar se permite a las familias carentes de recursos acceder a la cocina a un precio muy accesible. Pienso que tiene que costarles algo para que se suscite entre ellos la conversación de si va a valer la pena o no hacer la inversión. Quiero sentir esa motivación, esa energía del emprendimiento, y no a la gente que te diga: ‘Sí, ponelo acá y después la prendo’”, explica Pierre-Yves.
De esta manera, no se trata tan solo de resolver problemáticas sociales y ambientales de la comunidad, sino que se recupera la centralidad de la persona en la economía.
La cocina tiene una pizzera de chapa negra y muy resistente para hornear pizzas, tartas, carnes. Lleva una bandeja de acero inoxidable que se emplea para repostería y panadería. Para mantener el agua caliente, se puede poner una pava sobre el horno. La cocina es económica, transportable y se puede utilizar a diario.
Además, conserva el gusto de los platos cocidos con leña, pero sin el efecto indeseado de la contaminación por el humo. Las familias ahorran más del 80% de la leña empleada para cocinar y, a la vez, al desprender poco humo se evita la emisión de una tonelada de dióxido de carbono (CO2) al año.
Ya el hecho de no caminar horas en busca de leña la vuelve atractiva.
Una mirada social
Pierre-Yves Herrouet (42) es ingeniero agrónomo y trabajó varios años en Francia como consultor para la Comisión Europea. Un día emprendió un viaje iniciático. Así vivió varios años del trueque de servicios y estuvo en 25 países tratando de sobrevivir, aunque “en algunos me ha ido mal y en otros mejor”. Dice que aprendió muchos oficios ante la necesidad de generar ingresos. Llegó en 2004 a Salta, a través del Paso de Jama. Aquí conoció a Josefina Ferrato (33), se casó y tuvo dos hijas con ella: Dulce-Lua (10) y Lily-Bianca (3). Su vocación expedicionaria no lo abandonó con la calma familiar, sino que lo llevó a recorrer parajes sin rutas por el Noroeste argentino. Entonces se topó con una realidad de desigualdad y ausencia de oportunidades reales de desarrollo que lo llevó a reaccionar. “Veía a las mamás cocinando con leña en el piso y a los chicos alrededor de ellas. También a la gente mayor que transportaba leña en sus espaldas… Cuando pienso en mis abuelos me parece una locura que la gente siga transportando leña y arruinándose de esta manera la salud. Y los chicos sentados en el piso que -después investigué- en cada comida se tragan el humo equivalente a fumar 40 cigarrillos”, describió. A este panorama se suma la especulación comercial. La gente de Chiyayoc recarga una garrafa de tres kilos en Iruya y llega arriba a $700.
El análisis
Cornelio Herrera (42) es concejal de Iruya. Nació en San Juan, una comunidad cercana a Chiyayoc, aún más dispersa que esta y donde actualmente viven 12 familias. Su papá era de Chiyayoc y Cornelio, como representante del pueblo colla a nivel nacional, conoce al dedillo las 18 comunidades en el municipio de Iruya. Mientras que aguarda con los demás que se cuezan el asado de cabrito y los papines andinos, relata que en aquellas latitudes hay más que necesidades derechos incumplidos del Estado provincial y nacional. “Más que nada faltan los servicios básicos, la escuela, el camino, la energía eléctrica. Seguimos usando la vela y el mechero y para un joven querer estudiar con eso es dificultoso, incluso la misma distancia que hay de aquí adonde llegan los vehículos. Las familias no tienen paneles solares”, enumera, impotente.
Las familias chiyayoqueñas emigran a los centros urbanos donde están disponibles las fuentes de trabajo. Abandonan la producción orgánica de papa, oca, maíz, haba, arveja y carne de oveja, cordero y cabra, porque los pequeños productores no ven ganancia, sobre todo por las enormes distancias que deben cubrir hasta los destinos de compra. “El potencial de agricultura y ganadería es grandísimo aquí. Hay gente con 20 mil hectáreas, montes enteros de 7.000 ha o San Pedro como 25 mil ha o Santiago con 120 mil ha, pero necesitamos que llegue un camino a Chiyayoc, San Juan, Rodeo del Valle Delgado, Matansilla del Valle Delgado. Para llegar al mercado de Salta tenemos 420 km”, se desahoga. El camino es la esperanza, aun más porque en los últimos años vieron desaparecer varias comunidades como Abra de Araguyó y Casa Grande. “No hay un plan de vivienda, de agua potable ni de paneles solares. Las familias jóvenes deciden con todo derecho emigrar y dejar sus tierras, a pesar de que son propietarios con título comunitario”, advierte Cornelio.
La desmemoria en Chiyayoc no es un terreno de paso, sino una condición permanente. “Acá no se tiene registrado desde cuándo estamos ni de dónde descendemos. Teóricamente desde siempre estuvimos aquí… Yo mismo lo he dejado para ir a hacer la secundaria a Salta Capital y la universidad a Corrientes. Volvemos por sentimiento, pero volver aquí y no tener los servicios básicos es dificultoso”, señala Cornelio. Agrega que “Chiyayoc” es un vocablo del “quechua aimara que designaba algún yuyo de la comunidad”.
Asunción Ramos (48), que cría una nieta en el pueblo que abandonaron varios de sus siete hijos, invita a la mesa, que ya está servida. Hizo la primaria en Chiyayoc, en el segundo predio de adobe que se derrumbó -como el primero- antes de que emplazaran el tercero: la actual escuela. “Ya no queda nada aquí. No hay trabajo ni de donde agarrar un centavo. Por lo menos yo tengo dos hermanos en Mendoza y mis hijos van a trabajar en las cosechas allá. Una ya no volvió”, relata. Añade que antes de comprar la cocina de Solar INTI cocinaba a leña y a cielo abierto. “Quiero hacerme un asadito con la cocina, pero estoy viendo que se puede hacer de todo”, se contenta. Ella es dueña de un ganado de 60 chivas. También cultiva papa, maíz, oca, papa lisa, haba, arveja. “Aquí madura de todo, sembrando. Lo único que no da es el morrón y el tomate, a no ser en invernadero. Hemos hecho la prueba, pero como acá corre mucho el viento se cortó todo el plástico y ya no compré más”, cuenta. Su felicidad es plena porque uno de sus hijos subió desde Iruya para ayudarla un tiempo.
“Por ahí quiero salir, pero no hay nadie que quiera la casa. Si mi hijo no me acompaña no puedo salir ni a hacer mis diligencias”, lamenta. El 8 de mayo, fiesta de la Virgen de Luján, patrona del pueblo, y los carnavales convocan a lso hijos pródigos. “Se pone animado el pueblo y vienen los que se fueron de Chiyayoc, pero no muchos, pocos van viniendo ya”, dice, suave.
En la mesa, la papa andina bañada en picante de ají neutraliza el cansancio en los cerros y espanta las historias de crecidas de ríos, incomunicación y despeñamientos.
Al terminar la cena, el salteño Eric Ramón Moreira (37), quien a la inversa de Pierre está casado con una francesa y vive en Europa, propone enseñar a bailar el pericón a los chiyayoqueños. “El 25 de Mayo de 2019 yo no voy a estar, pero en el acto la pueden bailar”, dice Eric, profesor de Folclore. El maestro del pueblo, el concejal y todos los presentes no dudan en sumarse a la danza. En Chiyayoc se pelea por la sobrevivencia, pero con el norte de que nada está perdido si se alimenta la voluntad de aprender del otro.