Sostener crecimiento, industrialización e inclusión social con escasez de divisas
15/02/2014 OPINIÓN
Por Fernando Grasso, Vicepresidente de SIDbaires
La etapa que se inició tras el colapso de la convertibilidad, de crecimiento con inclusión social, está entre las más expansivas tanto por el incremento del PBI como por la duración del ciclo y su intensidad. Adicionalmente, fueron visibles las decisiones del Gobierno para mantener bajo el desempleo y reducir la desigualdad entre los extremos de la pirámide de ingresos. Por otro lado, aún cuando cabría algún matiz sobre si también fue un modelo de industrialización profunda, los sectores manufactureros vivieron años de alto dinamismo y la recuperación del entramado productivo fue notoria, revirtiendo la tendencia de las décadas previas.
En este recorrido, cabría esperar que una economía como la argentina –de desarrollo intermedio, con menor desigualdad que los países de la región y esencialmente exportador neto de commodities– en algún momento enfrente la escasez de divisas. También que la dinámica de precios internos se movilice. Particularmente si los precios internacionales de dichos commodities suben notoriamente, debido mecanismos de propagación, la puja distributiva y, bajo determinadas circunstancias, la concentración de algunos segmentos de las cadenas de valor. En efecto, ya en 2007/2008 era posible vislumbrar este proceso.
Sin entrar en detalle sobre los aciertos o desaciertos de las políticas que se implementaron para afrontar esta nueva fase, en concreto, la dinámica de la economía pasó a estar aún más signada por estos factores y la disponibilidad de divisas. Pero es innegable que la vocación del Gobierno fue priorizar su uso para dar continuidad al crecimiento con inclusión social. Lo logró parcialmente. O no retrocedió sustancialmente del “pico” de actividad de 2011, ni respecto los mejores indicadores distributivos de las últimas décadas en torno a aquel año. Esto luciría como argumento suficiente para descartar las alternativas que se planteaban desde diversos ámbitos: un considerable ajuste fiscal y monetario, con consecuencias recesivas y socialmente regresivas. En el corto plazo hubiesen sido inciertos los logros en materia de reducción de la inflación e inminentes los costos en materia de empleo y desarrollo industrial.
Ahora bien, una vez validada la estrategia, cabría una evaluación sobre la praxis implementada. Sin dudas esto corresponderá al plano de la experiencia y la reflexión de aquellos que nos reconocemos parte de la heterodoxia. Reflexión que especialmente le debería caber a quienes pregonaron las políticas neoliberales de los ’70 y los ’90, conduciéndonos a la peor crisis de nuestra historia.
En el llano, la agudización de la problemática subyacente ha derivado en un abordaje más frontal y enmarañado por parte de la política económica. Sus objetivos inmediatos aparentan menos ambiciosos frente a los logros de esta etapa, pero no lo son en vistas de su consolidación y la posibilidad de sentar un umbral más alto para el futuro. De encauzarse la cuestión, se habrá dado un paso crucial para allanar el camino a un nuevo ciclo de crecimiento y de transformaciones acuciantes en materia social, de industrialización, tecnología, infraestructura, educación, vivienda, entre otras.
Esto es posible. Detrás de la complejidad del cuadro actual relucen fundamentos sólidos y el potencial de la Argentina sigue intacto. Es tarea de todos, de las dirigencias y los principales actores políticos y económicos, abonar a esta idea para que así sea. El riesgo es devenir en procesos poco novedosos para nuestro país y, por cierto, lamentables.