Santa Fe – Paraná: La construcción de la comunicación entre dos ciudades

El Túnel une dos ciudades que se siguen buscando, 45 años después.

El Túnel une dos ciudades que se siguen buscando, 45 años después.

Simplemente está allí, luego desaparece sumergiéndose en el río hasta la otra orilla. Está allí, quieto, inmóvil, envuelto de arena y cemento bajo el arrullo del Paraná, venciendo al río desde la primavera del 69.

En el medio del verde paisaje se erigen las duras construcciones del peaje alertándonos de su llegada. Son cuatro las vías de acceso, son cuatro las opciones, las posibilidades. El rugir de los motores nos ensordece. De vez en cuando, algún escarabajo sesentón se escapa de su encierro de colección y aparece entre los miles de vehículos diarios. Ya no son los Rambler, los Torino, los Fiat 600 que recorrieron por primera vez su camino. Otros han venido a ocupar su lugar.

El sumergirse por la rampa de acceso es entrar a una dimensión silenciosa hecha de materiales de la zona, cemento, canto rodado, hierro de alta resistencia, hierro común y arena, que se continúa a lo largo de 3 kilómetros. Todo está rigurosamente medido y calculado. Cerca de un millón de azulejos cubren las paredes grises de los laterales escondiendo sutilmente la larga galería de 37 tubos de hormigón armado, cada uno con más de 65 metros de largo y 4.200 toneladas. Al costado, una pasarela de artefactos completa la escena. Debajo de la banda de tubos fluorescentes, una red de altoparlantes cada 100 metros, semáforos tricolores cada 200, cámaras fijas y en movimiento. Sobre una placa montados en conjunto: teléfono, matafuegos, cisternas, bombas y cañerías de agua a presión, con grifos de salidas y mangueras flexibles.

Debajo del lecho del río, todo está rigurosamente medido y calculado. Oculto a la mirada recelosa de la Nación, escondido en jurisdicción provincial, por la iniciativa de dos hombres que dieron su nombre al túnel desde 1999. Uno gobernador de Santa Fe, Carlos Sylvestre Begnis; el otro gobernador de Entre Ríos, Raúl Lucio Uranga. Ambos, partidarios de la Unión Cívica Radical Intransigente en tiempos de proscripción peronista, comprometidos con la integración y el desarrollo propuesto por el entonces presidente Arturo Frondizi.

LAZOS. La presentación de proyectos para concretar la construcción de un puente que uniera ambas localidades había comenzado en 1911. Pero los planes no habían logrado prosperar por la apatía nacional. Fueron Uranga y Sylvestre Begnis, hombres de provincia, los que tomaron las riendas del proyecto a partir del histórico Tratado Interprovincial que dispuso la construcción de la comunicación entre las dos orillas.

Con los años, el reconocimiento a los gobernadores quedó plasmado en monumentos ubicados en ambas cabeceras del túnel subfluvial.

Del lado entrerriano, un busto dentro de un refugio de piedras retrata al gobernador Uranga. En su imagen todavía parecen resonar su verba irónica, su espíritu combativo, y las palabras en su voz rasgada como dirigente estudiantil en la Universidad de Buenos Aires, como diputado nacional en el 46 por el movimiento intransigencia y renovación, como gobernador en el 58.

Su discurso desgarraba la por años establecida concentración porteña y se convertía en un gesto político federalista. El discurso del Pato Uranga, rompía con una Entre Ríos conservadora, con la prudencia de una región que impedía traspasar la visión de una Entre Ríos ganadera.

La grada había surcado el lecho del río para cobijar la monumental obra. De este modo, al abrir su cauce había dado apertura también al crecimiento integral de la región mesopotámica cuyo prolongado aislamiento la había mantenido en un nivel de desarrollo inferior al del resto del país.

Fue un 13 de diciembre de 1969 la fecha por largo tiempo anhelada. Atrás habían quedado la lucha contra el desinterés nacional y la lucha contra el impetuoso Paraná; atrás había quedado la piedra angular con la que el presidente Frondizi inició la obra en el 62. Un gobierno de facto en manos del teniente general Juan Carlos Onganía cortaba la cinta que inauguraba para siempre el paso del cruce subfluvial. Eran ahora interventores de provincia, el brigadier Ricardo Favre por Entre Ríos, y el contralmirante Eladio Modesto Vázquez por Santa Fe. Ya no estaban Uranga ni Sylvestre Begnis, pero la lucidez de los dos hombres de provincia permanecía intacta en la obra terminada.

Durante siete años 2.000 personas, entre técnicos, obreros, empleados y pescadores conocedores del medio convivieron codo a codo. El ingenio argentino en las manos de estos operarios, la rigurosidad de la ingeniería alemana y el ímpetu italiano en el dragado del Paraná en la zona de emplazamiento de la obra habían materializado el ansiado Túnel Subfluvial.

Con ello se esfumaba una cultura que había acompañado a estas tierras durante 40 años. Cultura de balsas, emplazadas por el Ministerio de Obras Públicas en los años 40, por donde pasaron camiones y autos, carros rusos y alemanes. Cultura de lanchas, negocio de los hermanos Curá, donde desfilaron cuatro décadas de historias en 20 cruces diarios de 49 minutos. El antiguo atracadero, la vereda de cemento, las escalinatas de madera y las barandas de hierro son rastros de esa otra cultura.

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EN TRÁNSITO. En los 60, el incremento de automóviles ávidos de llegar a la otra orilla terminó por volver añeja esa otra cultura. El parsimonioso tráfico entre ambas costas dejaba días enteros de tiempo invertido vanamente y una acumulación de mercaderías perdidas.

Fue 1969 la fecha por largo tiempo anhelada. Hasta que en 1999 se terminó reconociendo en su nombre la labor de Uranga y Sylvestre Begnis, el Túnel se llamó Hernandarias, en referencia a Hernando Arias de Saavedra, el primer criollo que gobernó en el Río de la Plata, el primer mancebo de la tierra. Este conquistador, yerno de Don Juan de Garay, organizó expediciones al interior de la provincia y no tardó en librar combates en las lomadas entrerrianas con los indígenas, a quienes venció y luego protegió.

Así se cimentó entre el Paraná y el Uruguay el territorio entrerriano.

Junto al peaje su busto se yergue con autoridad. En su rostro se contempla todo el paisaje entrerriano, toda la belleza que prodiga la naturaleza, y se adivina en cada rincón. En su rostro se delinean los diversos rasgos y en su sangre palpita la mezcla: los chaná timbúes, los minuanes, los charrúas, los guaraníes, los Mendoza, los Ayola, los Irala, los Juan de Garay.

ENCUENTROS. En las líneas de su rostro se refleja el río en cuyos márgenes, fueron surgiendo pueblos y ciudades, por donde entraron los primeros conquistadores españoles, por donde ingresó Don Juan de Garay en 1573 y fundó Santa Fe. El río que traspasó Hernandarias, por el que ingresó a esta tierra entrerriana aún desconocida, a la Baxada de la otra banda de Paraná. La otra banda del Paraná que desde 1650 fue poblándose con espíritu santafesino que se arraigó hondamente sobre las barrancas del río Paraná, sobre la cimiente de la Pariente del Mar.

Desde entonces nos estamos buscando. Botes, balsas, lanchas, puentes, son medios para volver a los orígenes, medios para tratar de construir esa comunicación originaria y natural, como natural es el río que las une.

El túnel, el primero y único en Sudamérica, el más extenso del continente también es recuerdo de esta matriz originaria.

El túnel simplemente está allí, quieto, inmóvil, envuelto de arena y cemento bajo el arrullo del Paraná. Luego desaparece sumergiéndose en el río hasta la otra orilla. Luego desaparece y en ese desaparecer, nos seguimos buscando.

Fuente: El Diario, Entre Ríos