El artesanal trabajo de encontrar a los adolescentes rosarinos que dejaron la escuela
Equipos de los ministerios de Educación y Desarrollo Social comenzaron a caminar los barrios de Rosario con el objetivo de devolver a las aulas a 1.426 chicos
23/01/2023 MUNICIPIOSEquipos de los ministerios de Educación y Desarrollo Social comenzaron a caminar los barrios de Rosario con el objetivo de devolver a las aulas a 1.426 chicos
«La familia se mudó del barrio», «Bastián tiene un problema de salud y no puede correr ni hacer ejercicio», «Wilson tiene que ir a rendir varias materias en febrero». Con estos argumentos se encontraron los equipos del Ministerio de Educación y Desarrollo Social de la provincia que el martes, desde temprano, recorrieron las zonas más pobres de Empalme Graneros y Ludueña buscando a los alumnos que terminaron la primaria el año pasado y no se habían anotado en una escuela secundaria. El operativo comenzó el lunes y, al término de la jornada, se había podido establecer algún contacto con unos 30 adolescentes, en algunos casos el celular de un familiar. Apenas el inicio de una artesanal tarea de vacaciones.
De acuerdo a los registros de la cartera educativa, en toda la provincia hay 4 mil chicos fuera de la escuela, de ellos 1.426 viven en Rosario. «Un chico que no va a la escuela tiene sus derechos vulnerados», dijo la secretaria de Gestión Territorial de Educación, Rosario Cristiani, mientras repasaba las características del operativo del que participaron unas 25 personas. En grupos, con una nómina con los nombres de los pibes y sus direcciones y un sol que literalmente rajaba la tierra, fueron «casa por casa» a buscar a esos chicos.
El recorrido se extendió hasta el mediodía, porque «después el barrio empieza a ponerse más áspero», como lo describió uno de los docentes, conocedor de los códigos del vecindario. Identificados con remeras blancas que llevaban estampada la frase «Hay una escuela que te está esperando», caminaron pasillos, golpearon manos y hablaron con vecinos, abuelos y tíos. Les recordaron que desde 2006 la educación secundaria es obligatoria, les comentaron las opciones que existen en el barrio y la posibilidad de trasladarse en forma gratuita para llegar a una escuela del centro. Y, sobre todo, escucharon.
Ganar terreno al narco
El operativo tuvo como base a la escuela Nº 1.319 José Ortolani, de Génova y Cullen. Pese a las vacaciones, el edificio de ladrillos visto tenía sus rejas abiertas. Adentro, los chicos participaban de una colonia de vacaciones, podían participar de juegos, hacer deportes, pintar, leer o tirarse a alguna de las dos piletas de lona que se habían montado en el patio. La escuela tiene 750 alumnos, de los cuales 630 asisten también al comedor.
«Es una comunidad de gente trabajadora en un barrio que ha quedado muy rezagado, tanto por la pobreza como por el avance del narcotráfico», describió una de las docentes que lleva más de dos años en la escuela y señaló que las instituciones del Estado están presentes, «pero no alcanzan para combatir el desarrollo de los negocios narco». Para la maestra, en estos territorios las escuelas cumplen un rol fundamental. «Transmitimos otras realidades, otras posibilidades y otras formas de construcción de subjetividad», indicó.
Según se advierte en el Ministerio de Educación, el tránsito entre el nivel primario y la escuela media muchas veces resulta álgido. En la provincia, el 98,1 por ciento de las niñas y niños de entre 4 y 17 años están en la escuela, pero en el caso de los chicos en edad de ir al secundario, la tasa de escolarización disminuye al 95,3 %. En los entornos rurales o en los barrios más vulnerables de las grandes ciudades, este porcentaje es aún menor.
Detrás de cada adolescente que no está en la escuela hay historias de vulneración de derechos, falta de acompañamiento de las familias, la necesidad de asumir roles adultos _trabajando dentro o fuera del hogar_ o malas experiencias en las instituciones. «Dejar la escuela no es una decisión personal, puede ser que en la adolescencia uno no tenga claro qué es lo mejor para su vida, pero nosotros ponemos la responsabilidad en el mundo adulto, en los padres, en los gobiernos locales, en el Ministerio de Educación, en todos los que tienen que acompañar y solucionar los obstáculos que se presenten, para que los chicos estén en la escuela», señala Cristiani.
El largo viaje para buscar a Ulises
«Tenemos dos problemas. Hay familias que no tienen en su horizonte la escuela secundaria. Y hay otras, sobre todo en los barrios, que no encuentran banco en las escuelas cercanas», explicaba uno de los docentes mientras revisaba su celular tratando de ubicar la casa de Ulises, uno de los tantos pibes que salieron a buscar este martes. Estaba parado frente a uno de los tantos pasillos que se abren en la zona conocida como Puente Negro. Eran las 10 de la mañana y las calles estaban casi desiertas.
Si se transita por el puente de Sorrento que cruza el arroyo Ludueña y se mira hacia el este se pueden ver con claridad las esbeltas torres de Puerto Norte, hacia el oeste los ojos chocan contra una seguidilla de casas bajas, con techo de chapa y calles sin asfalto, zanjas que desbordan y caños finitos que llevan agua potable a las viviendas. Y donde los nombres de las calles y la numeración de las viviendas no siempre son exactas.
Por allí vive Ulises. Para ubicarlo, ayudaron varios vecinos y los dueños de una granjita del barrio. «Antes vivían acá, pero se fueron al pasillo de acá a dos cuadras», indicaban. Al fondo de varios pasillos después, finalmente, encontraron a la familia del adolescente. Siguieron caminando. Unas cuadras después llegaron hasta la puerta de la casa de la abuela de Juan Bautista, uno de los 18 nietos de Cristina. No era el único que había tenido que dejar la escuela. Bastián cursaba una enfermedad rara en la cadera que le dificultada movilizarse y Wilson estaba en problemas. «Tiene que rendir muchas materias en febrero», explicaba la mujer.
En el recorrido también apareció Dora, una vecina que mateaba junto a su familia en la puerta y quiso saber qué era todo ese despliegue. «Somos del Ministerio de Educación, estamos buscando a chicos para que se anoten en las escuelas ¿Conoce a alguno?», obtuvo como respuesta. La mujer aprovechó la oportunidad. Explicó que tenía un comedor comunitario y que muchos de los comensales eran analfabetos, «personas grandes que no pueden movilizarse», y que en el aula nocturna de la escuela 825 apenas se podían anotar en lista de espera porque estaba llena de alumnos.
«Había también una maestra en la cooperativa, pero se fue. Le escribo todos los años, pero me dice que hay pocos cupos en la escuela», continuó. Los docentes tomaron nota. Y prometieron volver.