Los ríos Paraná y Salado visibilizan el problema de los microplásticos

Debido a la bajante de los ríos quedó al descubierto arena que formaba parte de los lechos y se comprobó que la contaminación por plásticos de los cauces se ha duplicado en los últimos treinta años

Debido a la bajante de los ríos quedó al descubierto arena que formaba parte de los lechos y se comprobó que la contaminación por plásticos de los cauces se ha duplicado en los últimos treinta años

Las provincias litoraleñas de Argentina están viviendo un escenario de gran incertidumbre climática aunque mantienen optimismo sobre que el actual régimen de precipitaciones pueda cambiar en el último trimestre del año.
En Victoria, Entre Ríos, frente a Rosario, ya peligra el abastecimiento de agua potable. El fenómeno de la disminución de los caudales también afecta a la ciudad de Paraná: se ha generado un inédito arenal de más de un kilómetro frente a la capital entrerriana.

A este panorama se suma una situación similar en el río Salado, el más largo en territorio nacional: bajó casi tres metros en el invierno y mide apenas 83 centímetros según mediciones del Centro de Informaciones Meteorológicas de la Universidad Nacional del Litoral.

La crisis podría extenderse con la llegada de la primavera de acuerdo a los pronósticos del Instituto Nacional del Agua. La falta de lluvias en la cuenca de la amazonia brasileña, en el Iguazú y en Salta augura que el fenómeno se prolongará varios días más.

La bajante corrió el velo sobre la contaminación
Hacia fines del siglo pasado, se encontraban en el Río Paraná unos 18.500 microplásticos por metro cuadrado de arena costera a la altura de Rosario. La creciente cantidad de desechos generados por el estilo de vida actual del ser humano ya está impactando en la biodiversidad.

Sobre el final del mes de septiembre se ha podido auscultar arena que hasta hace pocos meses era parte del lecho de los caudalosos cursos. El resultado es impactante, ya que los derivados de los hidrocarburos ostentan hoy una presencia que duplica a la detectada en la pasada centuria.

Producimos materiales muy durables (no se degradan) provenientes de los hidrocarburos y luego los usamos como un producto descartable, de consumo inmediato. La ecuación no cierra por ningún lado.

Por ello, seguimos acumulando residuos y esas partículas están invadiendo por dentro a la tierra, el agua y los animales. El viento y la lluvia los arrastran desde las urbes hasta los ríos y océanos.

Los peces quedan atrapados por las bolsas de polietileno, los pájaros usan estos materiales para construir sus nidos. Una especie como el benteveo (ave amarilla con un antifaz negro que suele ser muy ruidosa) los escoge como protección por su durabilidad. Hace lo propio el espinero, similar al hornero. En este caso, construye con su pico refugios más grandes, lleno de palitos de madera y plásticos.

Por último, como el plástico suele flotar, los animales lo usan como lugar de apoyo. Por ejemplo, aves e incluso tortugas los han adoptado como sus propias «embarcaciones».

Estos organismos contaminantes se han detectado en pulmones de seres humanos, en sus heces y su sangre. La Organización Mundial de la Salud documentó esta presencia en ríos, lagos y lagunas, pero aún no determinó cuál es el impacto real en la salud del hombre.

Las vías de ingreso a nuestros cuerpos son los alimentos, la respiración y, posiblemente, la propia piel.

Fuente: Uno