La ONU distingue a una investigadora argentina por su trabajo con vicuñas

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Vilá, que lleva más de treinta años dedicada al estudio y conservación de la vicuña, recibirá la distinción el 15 de octubre en la Conferencia de las Partes (COP12) en la ciudad de PyeongChang, Corea.

La investigadora del Conicet Bibiana Vilá fue premiada por Naciones Unidas por su trabajo para la conservación de las vicuñas y se convirtió en el primer científico argentino en ser distinguido por la Convención de Diversidad Biológica del organismo internacional.

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El Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva informó que la ONU le otorgó a la bióloga Vilá el premio Midori, con el que cada dos años se reconoce a personas cuyo estudio de la conservación y el uso sostenible de la biodiversidad haya hecho aportes extraordinarios a nivel global, regional o local.

Vilá, que lleva más de treinta años dedicada al estudio y conservación de la vicuña, recibirá la distinción el 15 de octubre en la Conferencia de las Partes (COP12) en la ciudad de PyeongChang, Corea.

Tras la notificación del premio, que por primera vez se entrega a un científico argentino, Vilá agradeció el apoyo del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet) y precisó que su carrera se orientó a «investigar a las vicuñas y proveer las bases para la toma de decisiones en materia de conservación y manejo de la especie».

La científica dijo que «las vicuñas son animales hermosos, muy interesantes a nivel biológico y económico así como también muy valorados simbólica, social y económicamente por los pueblos originarios de los Andes».

Además de la conservación de la vicuña silvestre, Vilá encabezó la implementación de medidas de uso sostenible que integran tanto el conocimiento tradicional indígena como la ciencia moderna para el bienestar animal.

«Las vicuñas tienen unos ojos negros inmensos hermosísimos y muy expresivos», contó a BBC Mundo Vilá. «Es como si fuera una gacelita peluda, corre a 50 kilómetros por hora, salta obstáculos de dos metros de altura, defiende los territorios, es un animalito muy interesante desde el punto de vista biológico», explicó la experta, que dirige un grupo de investigación sobre vicuñas, camélidos y ambiente llamado Vicam.

Tras la llegada de los españoles a América y después de cientos de años de matanzas sistemáticas para exportar a Europa sus codiciados cueros, la especie llegó, a mediados del siglo pasado, a un punto crítico, con menos de 10.000 animales en todo el altiplano.

Fue en 1969 cuando, por un convenio ella inició un trabajo de estricta conservación con el que aún están comprometidos Argentina, Perú, Bolivia y Chile. Desde entonces, las vicuñas se han recuperado a tal punto que la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (IUCN, por sus siglas en inglés) estima que la población total es de 347.273 ejemplares y está en aumento.

Para Vilá, la verdadera clave de esta recuperación está en el primer artículo de ese convenio, que dice que el beneficio de la vicuña (el que aporta el valor de su pelo) debe ser para el poblador local, lo que hizo que el faenamiento quedase relegado a última instancia.

El pelo de vicuña es apreciado por su calidez y extrema finura. «Cuanto más fina más cara», explicó Vilá.

Un kilo de fibra de vicuña puede costar más de 500 dólares, y un chal confeccionado con su hilo, más de 2.229 dólares, lo que lo convierte en una prenda de lujo.

El grupo de investigación de Vilá trabaja con un pueblo de 150 habitantes, Santa Catalina (Jujuy), en el norte argentino. Ese es el único lugar donde se mantiene en forma científica el esquema de captura de los animales, un largo y amplio embudo de empalizadas llamado chaku que termina en un rectángulo ciego, donde las vicuñas son atrapadas y esquiladas. Una técnica similar se usa en las provincias sureñas para capturar guanacos.

«La captura revoluciona el pueblo», señaló. Más de 100 personas participan del chaku, en el que la gente rodea caminando a las vicuñas con una soga marcada con cintas de colores. Así se arrean los animales a un corral, donde se los esquila, pero también se les saca una muestra de sangre, se los revisa y se los identifica con un collar.

Fuente: La Capital, Rosario