En La Pampa descubren un pueblo que quedó bajo la soja

safe_imageSe trata de Mariano Miró, ubicado unos 45 kilómetros al sur de Huinca. Fue hallado por un grupo de alumnos hace cuatro años y periódicamente arqueólogos excavan en la zona para recuperar ruinas

La noticia del descubrimiento de un histórico poblado que yace bajo la soja casi en el límite entre La Pampa y Córdoba causó sorpresa por los permanentes hallazgos en las nuevas excavaciones y la investigación que da cuenta de la dimensión que adquirió el lugar a principios de la década del XX.

Si bien las primeras ruinas de Mariano Miró fueron descubiertas casualmente por un grupo de alumnos pampeanos hace cuatro años, desde aquel entonces continúan destapando ruinas y marcas ocultas en el terreno.

El periodista Gustavo Sarmiento da cuenta en su crónica publicada el pasado domingo en diario Tiempo Argentino que el auge del poblado tuvo lugar en la década que fue entre 1901 a 1911. Cuenta que tras el hallazgo de los escolares, un grupo de arqueólogos de la Universidad de Buenos Aires viaja un par de veces por temporada –cuando el terreno no está cubierto por la alfombra de cultivos– para continuar redescubriendo a Mariano Miró.

El hallazgo

Todo comenzó cuando al doctor en Arqueología Carlos Landa lo llamaron a mitad de 2010 las autoridades de La Pampa (donde hace trabajos de investigación desde 2000) con el pedido de que concientizara a la comunidad educativa de la Escuela Rural Nº 65, y de paso a los habitantes de la región, sobre el cuidado de piezas históricas.

“El motivo era que la docente Alicia Macagno y sus alumnos, estando de picnic sobre la llanura cotidiana, ha-bían hallado material en superficie que daba cuenta de que en un tiempo pasado hubo vida urbana en esa soledad del campo, donde actualmente sólo se erige una estación de tren llamada Mariano Miró, del Ferro Carril del Oeste, que partía de Retiro a Mendoza y por cuyas vías sigue pasando el tren”, cuenta Landa a ese matutino porteño. A sus cuatro costados nada del desierto verde hace notar que haya existido un pueblo; sólo soja, maíz y ganado.

Pocos días antes el campo había sido arado. Los chicos hicieron un pozo y vieron con qué facilidad aparecían más piezas, y más y más. Pedazos de botellas, candados, algún clavo, hasta un fragmento de balanza. Así, hasta reunir 4.000 elementos.

Entonces, decidieron presentarlos en la Feria Provincial de Ciencia, y es a partir de ese suceso que la Subsecretaría de Cultura conoce el tema e interviene, acudiendo a los arqueólogos conocidos. “Alicia es un baluarte, y la escuela se transformó en un apoyo muy importante para nuestro trabajo de campo. Lamentablemente, la escuela cerró, como muchas otras, porque la agricultura de soja no necesita tanta mano de obra y los trabajadores vuelven a los pueblos. Ahora hay escuelas de la zona que, para que no les pase lo mismo, crean museos con elementos que se van encontrando en Miró”, cuenta al diario Tiempo Argentino el investigador del Conicet.

Tras hablar con los protagonistas, llegaron al sitio. Fue hace cuatro años. Delimitaron un área de 240 por 150 metros, dividida en cuadrículas de dos metros, donde recolectaron en superficie 11.000 artefactos, desde monedas y botellas de gres o champagne hasta bombillas, botas de cuero, cerámicas y tenedores. Terminada la última campaña en septiembre pasado, ya llegan a 15.000 los elementos hallados, que después de estudiarlos retornan a La Pampa.

Historia

“La historia que existe del pueblo son sólo cinco renglones”, grafica el equipo de arqueólogos. Cuando empezaron a indagar, los únicos datos históricos de Mariano Miró provenían de un censo de 1905 y “de una guía de viajeros británicos muy común de la época, que tenía el Viejo Imperio Británico, para conocer la posibilidad de negocios”, relata otra integrante, Florencia Caretti, estudiante de Arqueología de la UBA. El censo detallaba en cinco líneas, de manera concreta y desinteresada, que Miró tenía 495 habitantes, con los servicios típicos de un pueblo rural: herrería, almacén de ramos generales, hotel y peluquería, aparte de los galpones del ferrocarril y chacras. Nada más. Hasta que decidieron indagar en el Museo del Ferrocarril, en Capital Federal, y perdidos en unos estantes había seis mapas de Mariano Miró, de 1902 a 1911, que fueron reflejando pequeños cambios internos. El pueblo carecía de parroquia, dependencia municipal o plaza principal, su estructura se centraba en la estación, de la que salía una calle ancha y a su alrededor, los comercios.

Según pudieron recabar, el dueño de todas esas tierras era Santamarina. Y sigue siendo de esa familia terrateniente.

El pueblo se creó gracias a que la familia propietaria arrendó las tierras, pero llegado 1911 terminó el contrato y decidieron que ya no querían un poblado allí y que iban a explotar esas hectáreas para uso agrícola, como hasta hoy. En cuestión de meses, las familias se fueron y crearon dos nuevos pueblos: Hilario Lagos y Alta Italia, a una veintena de kilómetros. Curiosamente, en ninguna de estas dos localidades tienen conocimiento acerca del pueblo del que provienen. Por eso, ahora también bucearán en archivos de las parroquias de la zona, sea bautismos, nacimientos o defunciones, teniendo en cuenta que fue la Iglesia la que se hizo cargo de la transición hacia el Estado en esas tierras por aquel principio de siglo.

Excavaciones

Las excavaciones alcanzan el metro de profundidad. La primera fue con la ayuda de un molinero apasionado por la aventura, que les dio cuenta de un muro que había aparecido cuando él trabajó ahí. Y fue cierto. Con un grosor enorme, cimientos de ladrillo, típico de pueblo pampeano de principios de siglo, revoques, zapatas y piso de pinotea.

Al ser echados de esas tierras, los habitantes se llevaron todo lo que pudieron de sus casas,  chapas, ladrillos o maderas; dejaron poco y nada. Landa y su equipo calculan que los escombros podían ser paredes tiradas por los mismos expulsados.

Luego hizo su trabajo el desarrollo agrícola-ganadero y el clima que –estiman– consiguió sedimentar esas hectáreas en unos diez años. Entre vientos, sequías y cambios de temperatura, no es una zona fácil para que sobrevivan ruinas.

Fuente: Puntal