Un relevamiento muestra que vienen en aumento los puestos de venta callejera en Rosario

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Una problemática compleja. Según el informe en enero hubo 104 puntos, entre mantas y stands, 13 por ciento más que el mes previo. Habrá que ver si la tendencia se mantiene.

 

«Yo vivo mejor con lo que saco de la calle que si tuviera un empleo en blanco», argumenta Germán, quien a sus 28 años ya lleva 15 como vendedor ambulante. Alexis, llegado hace más de tres años de Senegal, se las rebusca también con la venta de relojes. Son dos ejemplos de los más de cien trabajadores informales que atienden unos 104 puestos callejeros sólo en el centro de Rosario, actividad que creció el 13 por ciento en el último mes. El tema preocupa a los dueños de locales, aunque el propio presidente de la Federación Gremial de Comercio e Industria, Edgardo Moschitta, admite que lo que ocurre en la ciudad es «insignificante» si se lo compara con el mismo universo en Buenos Aires y se «mantiene dentro de valores controlados».

De hecho, la Municipalidad tiene habilitados 310 puestos callejeros en toda la ciudad, de los cuales entre 65 y 80 funcionan en el centro.

La problemática, compleja, admite interpretaciones que no son excluyentes.

Para el titular del llamado «gremio» de los vendedores ambulantes, Jesús Lazzarin, la multiplicación de puestos y manteros de los últimos días es aún mayor que la que registró el relevamiento de la federación, fenómeno que atribuye a la reciente devaluación y el consiguiente aumento de precios.

«Simplemente, es gente que no llega a fin de mes», sentencia el dirigente, quien la semana pasada mantuvo una reunión con el secretario de Gobierno del municipio, Gustavo Leone, y el subsecretario de Control y Convivencia, Guillermo Turrín. «Hablamos de la necesidad de mantener el número de gente que trabaja en la calle para que no se abra más el espacio y empecemos a tener problemas con los comerciantes», explica Lazzarin, para admitir que «no puede haber 500 puestos en el centro».

El número de puestos consensuado hace unos años con las autoridades, dice, rondaba los 70, a los que luego se sumaron otros más de 30 que hoy tiene «gente de color» (en referencia a jóvenes de origen africano, sobre todo de Ghana y Senegal, que suelen vender bijouterie). «Y mucha gente más sigue en lista de espera», afirma.

Pero esa visión del vendedor ambulante eyectado a la calle por «la inflación que no le permite alimentar a su familia» no es compartida por Moschitta.

«Nadie sale espontáneamente y de golpe a vender: son organizaciones que los reclutan y los bancan, a lo sumo en períodos de crisis es probable que sea más fácil conseguir gente dispuesta», asegura el titular de la federación.

Y esas organizaciones, visibles por ejemplo en «las pick ups que llevan y recogen la mercadería», tienen que ver con varias situaciones non sanctas: «Evasión impositiva, trabajo en negro e informal, fraude marcario y piratería de todo tipo, sin contar con la posibilidad de que artículos robados vayan a parar también a esos canales de venta», detalla Moschitta.

Mes a mes. Lo cierto es que de diciembre a enero los puestos (sin discriminar entre habilitados e ilegales) se incrementaron un 13 por ciento y llegaron a 104 en el centro, y eso que se supone que el mes de las fiestas alienta la proliferación de venta callejera de artículos como juguetes, ropa o accesorios. «Habrá que ver qué pasa en febrero, mes que ya se está relevando», dijo Moschitta.

El último informe, elaborado por el departamento de Economía de la Federación Gremial de Rosario, muestra además que los rubros que más crecieron fueron los de indumentaria y calzado, seguidos por el de accesorios para celulares, artesanías, florerías, óptica y bijouterie, alimentos y bebidas, y librería.

Los puestos se distribuyen sobre todo a lo largo de San Luis del 800 al 1700, San Martín del 600 al 1100 y Córdoba del 800 al 1400 (ver aparte).

En los puestos se ofrece casi de todo: en esta época en los de indumentaria predominan las gorras, remeras, camisetas de fútbol, shorts, ropa interior y medias. Los de accesorios para teléfonos venden baterías, auriculares, vidrios protectores, estuches, fundas y carcazas de todos los colores y diseños. Además hay stands con juguetes (inflables, a pilas, de todo tipo), útiles escolares, películas truchas, bijou y relojes, mochilas, ojotas, sahumerios, cactus, macetas pintadas y otras artesanías.

«Yo empecé a vender en la calle a los 13 años porque mi mamá se había ido y mi papá se había muerto —cuenta Germán, dueño de un puesto de relojes—, y con mi hermana, mayor que yo, teníamos que sobrevivir de algún modo».

Ahora tiene 28 y «casi» tres hijos porque su esposa está embarazada. Como ella es empleada «en blanco» en una empresa de limpieza se «complementan» los trabajos. El suyo, con una ganancia diaria en riguroso cash y más generosa que la que le daría un trabajo formal.

Su colega Gabriel, al frente de un puesto «regularizado» de indumentaria, está convencido de que proliferan los manteros cuando las papas empiezan a quemar. «La gente que se queda sin trabajo por despido o porque siendo cuentapropista se le empieza a caer el laburo sale a comprarle a un mayorista y tira su manta en la calle», afirma, «no hay otra explicación».

Rosario, entre las mejor paradas

”Nosotros mantenemos los controles independientemente de las fluctuaciones económicas”, afirma el subsecretario de Control y Convivencia, Guillermo Turrín. Para el funcionario, el relevamiento de la federación gremial parece contradecir otros informes recientes. Por ejemplo, el mapa que hizo Came en septiembre pasado, donde al analizar la penetración de la venta callejera en 129 ciudades del país, Rosario figuraba entre las mejor paradas, en el puesto 126.

Fuente: La Capital, Rosario