Una vuelta de rafting en El Chaltén

El río de Las Vueltas, en El Chaltén, ofrece un vertiginoso recorrido para vivir entre remos y gomones. Detrás, rodeado de nubes, el imponente monte Fitz Roy nos custodia desde lo alto.

El río de Las Vueltas, en El Chaltén, ofrece un vertiginoso recorrido para vivir entre remos y gomones. Detrás, rodeado de nubes, el imponente monte Fitz Roy nos custodia desde lo alto.

Temprano en la mañana salimos desde El Calafate rumbo a El Chaltén. El viento frío nos despabila mientras un compañero come la última medialuna robada del desayuno. La ruta muestra los típicos matorrales bajos de la estepa patagónica y algún que otro zorro gris (los colorados se hacen desear). Una estampa se repite de manera tétrica a lo largo del camino.

Huesos brillantes y cueros resecos. Nuestro guía nos “desburra”: son guanacos que, al intentar saltar los alambrados, por un mal cálculo quedan enganchados y mueren. Después de 214 kilómetros llegamos a El Chaltén, capital nacional del trekking y uno de los pueblos más jóvenes de nuestro país. Su fundación, en pleno Parque Nacional Los Glaciares, data de 1985 y se realizó para promocionar el asentamiento de pobladores en la zona cordillerana de Santa Cruz, que en aquel momento tenía sectores cercanos en disputa con Chile.

Al grano

Comenzamos con un tedioso ritual que después agradecería: vestirse para enfrentar aguas de deshielo es tarea de cuidado. Luego de desvestirnos, nos enfundamos primero de pies a cuello en un pijama que nos aislaría del frío. Arriba va el traje de neopreno, cuya colocación requiere de habilidades de contorsionista. Después se suman botas, guantes, chaleco salvavidas y casco.

Lo asumo: pensaba que íbamos a ir cómodamente sentados dentro del gomón, que debíamos dar alguna remada para que “pareciera” que se movía gracias a nosotros y que el agua nos salpicaría como cuando uno anda en bici y pisa un charco. Nada más alejado de la realidad.

En la orilla, Jordi Dorca Crous -nuestro piloto/guía andorrano, con varios ríos en el lomo- empieza con las indicaciones. Estamos sentados en el borde de la embarcación y solo nos aferramos a ella mediante una especie de bolsillo en el piso, en el que encajamos un pie. Las manos sostienen el remo. Otro bote, con un solo tripulante, va adelante ofreciendo seguridad.

En los primeros kilómetros de recorrido, entre aguas tranquilas, Jordi nos enseña los rudimentos de la actividad y las palabras para ordenarnos. “Adelante”, “stop”, “atrás” e incluso “saludo”, para festejar con los remos arriba después de atravesar algún rápido complicado. “Rock and roll” es el grito clave para que todos nos tiremos al piso si la cosa se pone difícil. Siguen los simulacros, entre risas y confusiones, hasta lograr un mínimo ritmo de marcha.

¿Quién me mandó?

El río de Las Vueltas, al que recorremos durante 14 kilómetros, ofrece innumerables curvas, saltos, caídas, agua helada y una gran variedad geográfica a su alrededor. Por momentos navegamos en inmensos espacios abiertos, otras veces nos metemos en angostos cañones con altísimas paredes verticales. Si a eso le sumamos el vuelo de los cóndores alrededor, el cóctel resulta más que atractivo.

Al principio, el recorrido nos permite bromear y disfrutar del panorama hasta la llegada de los primeros rápidos. Aparecen el primer sacudón, las primeras carcajadas, los primeros salpicones. Es solo un aviso de lo que vendrá. ¿Quién me mandó a ir adelante? Después de otro breve tramo tranquilo entramos en una sucesión de rápidos entrelazados. El gomón salta y cae bruscamente, “adelante” y “stop” se mezclan y es difícil coordinar el remo cuando caen baldazos de agua en la cara. Otro receso y de vuelta a los rápidos. Entramos en el cañón, con piedras gigantes que debemos sortear. Como esa, que está cada vez más cerca…

En un instante estoy sumergido, al siguiente, mi pericia acuática y el salvavidas me sacan a flote. Estiro la mano, como parando el “bondi” y el remo de Jordi está ahí: solo tengo que agarrarlo. Después, un rápido tirón del chaleco me lleva nuevamente a bordo. ¿Quién me mandó a ir adelante?

Al igual que los “potros reservados” de Jesús María, con sus corcovos y balanceos, a estos rápidos les ponen nombres como “El Guanaco” y “La Corbata”, entre otros. El lugar en el que caí al agua todavía no tiene nombre. El recorrido sigue igual de divertido hasta que lo completamos en una hora y media. Un puente nos indica el final del camino. Nos espera un café caliente y la selfie grupal. Luego, sopa de verduras y locro en La Tapera Resto & Bar. Afuera llueve a cántaros y no trajimos paraguas.

Para tener en cuenta

Intermedio. En una escala del 1 a 5, el rafting en el río de Las Vueltas ocupa el nivel 3. Si bien ofrece emociones fuertes, no se requiere de ninguna preparación ni entrenamiento previo.

Números oficiales. María Pía García Venturini, secretaria de Turismo de El Chaltén, explicó que esta experiencia inició el año pasado y que, entre octubre y abril de este año, fue realizada por 1500 turistas.

Costos. La actividad tiene un valor de 3.000 pesos por persona. Incluye traslados desde El Calafate, equipamiento, 14 kilómetros de rafting en El Chaltén y comidas.

Fuente: La Voz