Unos 12 mil chicos siguen almorzando en verano en los comedores escolares de Rosario

Representan sólo el 27 por ciento de los alumnos que asisten durante el resto del año lectivo. Para muchos es la única comida diaria.

Representan sólo el 27 por ciento de los alumnos que asisten durante el resto del año lectivo. Para muchos es la única comida diaria.

Fueron llegando solitos, de a uno o dos. Cuando las asistentas de cocina salieron a buscarlos a la puerta, empezaron a entrar y se sentaron a las mesas donde ya los esperaban platos, vasos, cubiertos, jarras de agua y pan. Esta vez, con 39º de térmica a la sombra en calles bastante desiertas, de los 150 comensales esperados apenas vinieron 20. «Estos son los que traen hambre en serio», dice la cocinera. Como los que llegan los lunes, cuando «arrasan con todo porque se nota que galguearon el fin de semana». Son alumnos de la primaria 1.314, de Nicaragua al 2400, barrio Belgrano Sur, una de las 114 escuelas que siguen ofreciendo el almuerzo a los chicos en vacaciones. De los 52 mil que comen en los colegios dependientes de la Regional VI del Ministerio de Educación provincial durante el ciclo lectivo, este verano lo siguen haciendo 14 mil, 12.094 de ellos sólo en Rosario.El jueves, a los nenes de la 1.314 los esperaban hamburguesas y abundante ensalada de tomate. Todo a repetir. Agua, pan y naranjas. El menú cambia todos los días.

«El guiso es lo que más les gusta porque es lo que más comen en sus casas», cuenta la cocinera, Patricia Griffina, dueña y señora en la inmaculada cocina de la escuela Victoria Olga Cossettini, donde además se preparan los almuerzos para otras dos primarias, la 6.389 (de Uriburu al 2500) y la 1.300 (de Pérez). Durante el año, en total, unas 860 raciones.

En verano el trabajo afloja porque muchas familias prefieren que sus hijos no vayan al comedor escolar. Por caso, las 460 raciones que la escuela 1.314 prepara de marzo a diciembre en enero bajan a 150. Y la 6.389 directamente suspende el almuerzo porque no tiene inscriptos. Porque para que los nenes continúen yendo en verano los padres deben firmar una declaración jurada.

A qué se debe que a nivel global la proporción de comensales descienda casi a la cuarta parte durante las vacaciones es una pregunta que no admite una sola respuesta. Como tampoco por qué faltan incluso los chicos que sí se inscribieron.

«Eso pasa cuando hace tanto calor, igual que cuando llueve», cuentan con naturalidad la directora y la vice de la escuela, Andrea Ranzuglia y Marcela Milici.

Ambas esperan a LaCapital en la puerta del establecimiento, ubicado bien enfrente del Fonavi de Nicaragua y Viamonte, una zona humilde y con muchas villas de emergencia cercanas, de donde llega buena parte de sus 504 alumnos.

Se esfuerzan por describir los proyectos educativos que cobran forma y realidad en la escuela, con dos de ellos como estandartes: la jornada ampliada, que de 4º a 7º grado extiende la permanencia diaria de los chicos con preciadas actividades extracurriculares, y las comunidades de aprendizaje, un «proyecto ministerial» que abre las puertas a la familia, con espacios de diálogo, juego, lectura y propuestas de convivencia.

«En este barrio la escuela funciona realmente como referente», cuenta Andrea. De hecho, comparte datos clave con los centros de salud cercanos, el Santa Lucía y el Che Guevara («pese al poco personal que tienen y los paros», deslizan) para conocer los problemas de salud, entre ellos nutricionales, que presentan los chicos, lo que a su vez obliga a planificar dietas especiales.

Entre esas enfermedades, las directivas mencionan diabetes, hipertensión, celiaquía, obesidad y desnutrición, esta última sólo en «casos aislados, en gran medida gracias al comedor escolar», porque al menos un 30 por ciento del alumnado es lisa y llanamente pobre.

Se entiende que los nenes que siguen yendo a almorzar en plenas vacaciones son los que más lo necesitan. Entonces, ¿por qué faltan tanto? Quizás la explicación sea paradojal: por esa misma «vulnerabilidad extrema» de las familias, donde suele haber integrantes presos, o problemas de adicción, o dificultades para organizar una rutina, o falta de hábitos culinarios, o todas esas trabas a la vez.

El uniformado equipo que se encarga de preparar la comida

—aparte de la cocinera Patricia, la ecónoma reemplazante Verónica Rivero y las asistentas de cocina Erica Barragán, Gladys Chaparro, Lucía Aiup y María de los Angeles Gómez— suma hipótesis por pura experiencia con el barrio. «Acá el que puede duerme hasta después del mediodía y entonces directamente no traen a los pibes», opinan.

Cuando encima hace tanto, pero tanto calor, menos que menos. Sólo llegan los que van solos. Así que el menú del día, unas sabrosas hamburguesas con abundante tomate, este mediodía se va a poder repetir más de una vez. Y en efecto: los pibes se sientan en mesitas de seis dispuestas en el Sum escolar bajo tres potentes ventiladores y le «entran» a la hamburguesa. Mucho más que al tomate…

«Es que para que coman vegetales se los tenemos que procesar, si ven algo verde se espantan», cuentan cocinera, ecónoma y asistentes, tan conocedoras de los gustos de los chicos como si fueran sus hijos: el puré, sólo blanco; acelga, zapallitos y calabaza, únicamente camuflados dentro de un pan de carne.

En verano, intentan menúes más «light»: en vez de cocciones largas y salsudas, alimentos salteados o cocidos al vapor, hidratos de digestión rápida y menor aporte calórico. «Ver que repiten está genial», cuenta Patricia. O escuchar que los nenes gritan: «¡Decile a la cocinera que está buenísimo!». Es que, aunque sea por trabajo, alimentar a los chicos es siempre una alegría.

Fuente: La Capital