Alertas

El golpe ejecutado en Bolivia contra Evo Morales pone en evidencia que la derecha política internacional aliada con los grupos de poder económico han decidido abandonar la metodología de "golpes blandos" con los que derribaron a Fernando Lugo en Paraguay (2012) y a Manuel Zelaya en Honduras (2009)

El golpe ejecutado en Bolivia contra Evo Morales pone en evidencia que la derecha política internacional aliada con los grupos de poder económico han decidido abandonar la metodología de «golpes blandos» con los que derribaron a Fernando Lugo en Paraguay (2012) y a Manuel Zelaya en Honduras (2009), para retomar la vía del uso directo de la violencia implementada por las fuerzas armadas y de seguridad. Y lo que es todavía más grave, es que en ese camino han contado con el apoyo del gobierno de Estados Unidos encabezado por Donald Trump y con la Organización de Estados Americanos (OEA), un organismo cuyo desprestigio político va en aumento día tras día. Para completar el cuadro todo se hace bajo el argumento de la «defensa de la democracia», tal como lo expresó sin rubor el presidente Trump.

En este caso tampoco se uso el lawfare, mentira apoyada en falacias jurídicas que, con recursos similares, llevaron a la destitución de Dilma Rousseff en Brasil (2016), la prisión e inhabilitación de Lula en el mismo país y la persecución de Rafael Correa por parte del gobierno ecuatoriano encabezado por un Lenin Moreno que traicionó el mandato de quienes lo votaron. Por el mismo método se persigue a Cristina Fernández y a otros dirigentes políticos en nuestro país, pero la Argentina pudo pasar a tiempo por las urnas para rectificar el rumbo de manera contundente mediante un categórica votación democrática.

Pero si bien se puede decir que estos procedimientos han sido tan antidemocráticos como los propios golpes de Estado, está claro que después de los atropellos cometidos por los militares en décadas anteriores, la región había quedado de alguna manera vacunada y prevenida contra este tipo de violaciones a la democracia y al orden constitucional. De hecho en nuestro país creció la conciencia acerca de la necesidad de defender los derechos humanos, entendidos como indisociables de los derechos ciudadanos y de la democracia misma. Y cuando la democracia o estos derechos se sintieron amenazados la movilización popular salió de manera categórica en su defensa. Es una muestra de la conciencia ciudadana que sigue vigente, presente y actuante y un reaseguro que no hay que dejar de alimentar entre nosotros. Es parte indisociable del compromiso político legítimo, más allá de las banderías particulares.

Lo permanente ofensiva sobre Venezuela y lo ocurrido ahora en Bolivia, incluyendo allí la fachada de legalidad montada con la autoproclamación de Jeanine Añez como presidenta, reabre un capítulo que parecía cerrado, enciende alarmas y pone en guardia frente a la ofensiva de los poderes fácticos y también sobre la estrategia de Estados Unidos en la región. Pareciera que todos los métodos ensayados para evitar que los pueblos decidan su destino no son suficientes. O porque no resultan eficaces a la vista de quienes creen detentar el poder del mundo, o porque estos mismos consideran que se necesitan otros tiempos y otras condiciones o, directamente, porque el aumento de la conciencia social y la demanda de los más pobres en defensa de sus derechos se ha transformado en un límite que hay que doblegar a cualquier precio y costo.

Son alertas de los que seguramente ya tomó nota el nuevo gobierno argentino. También porque Alberto Fernández, un político con clara visión latinoamericanista busca, como parte de su estrategia, recomponer las bases de la integración regional. Es un pilar de gran importancia para su gestión. Sin embargo, el escenario regional no es favorable, empezando por la tensión con el primer socio regional, Brasil, y mirando al entorno no hay aliados sencillos para retomar el camino de la integración. México es clave e importante. Pero está lejos.

Todo lo que viene ocurriendo es también un alerta para los dirigentes políticos y movimientos democráticos en la Argentina. Hay que extremar los cuidados para mantenerse atentos y vigilantes: nuestro país es fuerte pero no está inmune a las asechanzas de quienes (desde afuera y desde adentro) pretenden por cualquier medio imponer sus intereses y sus reglas y avanzar sobre los derechos de los pueblos.

Por Washington Uranga

Fuente: Página 12