Biblioderas: las heladeras con libros que incentivan la lectura en los barrios más postergados
Marcela Blanco habló del proyecto que nació en 2019 a la vera de la Ruta 40 y que busca replicar en otros puntos de Junín de los Andes.
30/06/2021 MUNICIPIOSMarcela Blanco habló del proyecto que nació en 2019 a la vera de la Ruta 40 y que busca replicar en otros puntos de Junín de los Andes.
Una heladera a la intemperie en las afueras de Junín de los Andes… Allá, en los bordes de la ciudad, donde todo parece más lejos, donde no hay comodidad turística, donde las necesidades aprietan, los recursos escasean y todo se hace más difícil. Ahí donde se esperan con ansias que florezcan escuelas y donde el colectivo pasa como si fuera un acontecimiento, anida este pequeño refugio cultural que intenta dar cobijo -no solo en esas esperas eternas- con libros, revistas y otras publicaciones.
Claro que no es una heladera. Es una bibliodera. Una suerte de biblioteca al aire libre. Un atractivo proyecto que también fue versionado en otras geografías y que constituye todo un fenómeno social. Sin candados, horarios, ni restricciones, la primera bibliodera de Junín de los Andes está ahí, a la vera de la Ruta 40, en la garita del barrio 101 viviendas, para alimentar toda curiosidad y hambre de lectura. Quien quiera puede ir y servirse. Leer en el lugar o llevar algún ejemplar y luego devolverlo.
La llamativa iniciativa, motorizada por la docente y bibliotecaria Marcela Blanco, junto a su colega Julia Komerovsky, nació en 2019, luego de la «cenizada» del 2015, que causó estragos en la zona y aisló aún más a la población.
«Yo con esa cosa de los chicos y de la escuela, empecé a llamar a amiguitos de mis hijos para que vengan a casa a hacer la tarea y les empecé a prestar mis libros. Y junto con Julia, compañera, vecina y amiga, se nos ocurrió lo de la biblioteca popular. Primero empezamos a hacer una movida con una casa del Adus (Agencia de Desarrollo Urbano Sustentable), pero no lo pudimos lograr. Más firmes, nos contactamos con integrantes de una ONG que se llama Amanecer del Centro Joven, que trabajan con las infancias y familias en estado de vulnerabilidad, y ellos fueron los que nos ayudaron», contó en diálogo con LMNeuquen Marcela.
«Como no teníamos ningún lugar, se me ocurrió esto de la Bibliodera, después de haber visto proyectos así, a través de Facebook, en otros países. Acá con los vientos, la nieve y la lluvia, lo único que cierra bien es una heladera. Habremos empezado con 200 libros. En la bibliodera entran 50 y yo guardaba el resto en estantes que improvisé en mi casa. No habían pasado ni veinte días que teníamos más. Ahora tenemos más de 800 libros», subrayó orgullosa la docente. «El Municipio nos prestó una aulita muy chiquita en el jardín maternal Rayito de sol y ahí podemos guardarlos que no entran en la bibliodera», agregó.
«El funcionamiento es muy simple y muy utópico también porque nosotros dejamos los libros ahí y la gente los saca y los devuelve cuando quiere o cuando puede. Y funciona así, en ese sacar y poner sin ningún control, por el solo hecho de poder leer y compartir algo que es de todos», explicó.
En la bibliodera hay de todo: desde obras literarias para todas las edades, hasta enciclopedias , diccionarios, libros de texto, revistas de recetas y para hacer manualidades y publicaciones de autoayuda, muchas vinculadas a la religión que llegaron a partir de donaciones.
«Es todo un aprendizaje, hay chicos que precisa que le estemos encima porque son hijos del rigor. Nosotros desde un comienzo sabíamos que iba a pasar esto y ¿qué mejor que una persona se robe un libro?», lanzó con humor. «Los libros son un alimento para el cerebro y para el alma. Que devuelvan un libro o no, hoy a mi no me interesa porque se fue ese y vino otro», remarcó.
«En la bibliodera se puede hacer el barcito literario, algunos chicos van con su botellita de cerveza y leen. Tuvimos vecinos que cuando se nos voló la puerta, la fueron a buscar, recogieron los libros. Siempre hay gente chusmeando, en especial chicos», manifestó haciendo alusión condensando anécdotas y prácticas que generó la biblioteca, además del compromiso social de los vecinos con el emprendimiento.
«En Junín todo el mundo conoce la bibliodera. Para el Día del libro hicimos una jornada radial y en la maratón de lectura de octubre, adornamos el lugar para que la gente se de cuenta que estamos activos. Cuando pasan los chicos les preguntamos si quieren que les leamos y les leemos. Este proyecto, además, viene de la mano de talleres para niños, como por ejemplo de narración oral de cuenteritos comunitarios, que fue un éxito, y del apoyo escolar», destacó.
«La idea es tener nuestro espacio como Biblioteca Popular Servite de Amanecer e inscribirnos en la Comisión Nacional de Bibliotecas Populares (Conabip)», sostuvo la bibliotecaria antes de precisar que desde un principio buscan replicar las biblioderas en otros cinco puntos alejados del centro de la ciudad.
Actualmente se encuentran pintando una nueva bibliodera que piensan inaugurar en julio en el barrio Nehuen Che. «Es un loteo social donde viven 400 familias. Yo siento como un abandono ahí. En el barrio 101 viviendas hace tres años que se está esperando la construcción de una escuela primaria. Si vieses la situación crítica en la que están los chicos de todos estos barrios: solo hay un colectivo que va de puente a puente y por lo general viene lleno. Ahora por protocolo (por la pandemia de coronavirus) siguen de largo y los chicos tienen que ir a la escuela que está a cinco kilómetros caminando, porque todas las escuelas están en el centro. Hay que caminar cuatro o cinco kilómetros con frio, lluvia, barro», advirtió.
«Yo siento el deber, no puedo abandonar a la gente. Aunque sea con esto, una tontera, tener un libro para leer, alguna cosita para hacer la tarea. Quisimos poner nuestro granito para que los chicos tengan algo. Por lo menos hicimos esto, que no es mucho, pero ayuda», sostuvo Marcela, quien aunque esté jubilada, actualmente sostiene el proyecto junto a su colega Natalia Sánchez.
Cultivar el hábito de la lectura en tiempos de pantalla
Marcela reflexionó sobre la pérdida del hábito de lectura en la sociedad actual, signada por las pantallas. «Si te gusta leer, vas a hacerlo en formato papel o digital. Yo creo que la inmediatez de la imagen nos aleja de la lectura: las pelis, YouTube… Incluso ahora en la escuela se alimentó más el tema de la imagen», planteó.
«Hoy es el mundo de lo inmediato. Cuesta mucho sentarse a leer un libro», subrayó. «Al chico lo enganchas con la lectura. El tema es después. Hay un tiempo en el que el chico descubre la lectura y es tan maravillosa porque el mismo chico quiere leer más. Los niños son los primeros que leen. Después el hábito se pierde cuando son más grandes. Si ese gusto por la lectura no se logra en los primeros años de vida, cuesta después. Por eso es importante acercar los libros y material nuevo porque si es viejo, aunque la historia sea preciosa, la gente no te lo agarra. Así que también tiene que ser un libro lindo, en buenas condiciones. Yo igual apuesto a que la gente ojee algo en la parada de colectivo, ya con eso me conformo», concluyó en alusión a la bibliodera.
De Berazategui a las Lajas y Junín
Oriunda de Berazategui, la localidad del sudeste del Gran Buenos Aires, en 1991 Marcela Blanco tuvo un primer acercamiento con Neuquén, al apostar por Las Lajas para vivir. «Mis tíos iban siempre, todos los veranos. Un día les dije, llévenme a mi y como me gustó, me quedé. Fui con mi título de maestra», recordó. «Igual siempre recomiendo pasar el invierno porque es re duro», agregó tras contar que la experiencia duró apenas cinco meses ya que no resistió la época más fría del año.
Nueve años después, ya casada con el que sería el padre de los hijos que tuvo en Junín de los Andes, llegó a la localidad cordillerana recién recibida de bibliotecaria. «Comencé a trabajar Biblioteca Popular Gregorio Álvarez y luego me anoté como docente. Como era la única bibliotecaria con título, garré al toque una escuela y luego otra. Armé la biblioteca del CPEM 55, donde trabajé 11 años. Y después, cuando se creó la carrera de Ciencias de la Alimentación en el EPET 4, me dieron el cargo de bibliotecaria y ahí mi jubilé. Quince años trabajé ahí», contó Marcela, quien además forma parte del grupo de cuenteros comunitarios de San Martín y Junín de los Andes que dirige Irene Losa.