Brasil: Ciclo cerrado, grieta abierta

El Senado de Brasil destituyó a Dilma Rousseff, quien tildó su salida de golpe de Estado y se despidió con un “hasta pronto”. Después de 13 años y medio en el poder, el PT deja el Planalto y su influencia regional clave.

El Senado de Brasil destituyó a Dilma Rousseff, quien tildó su salida de golpe de Estado y se despidió con un “hasta pronto”. Después de 13 años y medio en el poder, el PT deja el Planalto y su influencia regional clave.

Por 61 votos contra 20, el Senado de Brasil dio ayer el último empujón a Dilma Rousseff hacia la salida del poder, en una decisión que concluyó un prolongado y cuestionado proceso en el Congreso y que tuvo inmediato impacto y reacciones en la región.

En una votación separada, los legisladores resolvieron no inhabilitar políticamente por ocho años a la ahora expresidenta, pena que sí se aplicó en 1992 contra Fernando Collor de Mello.

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Con su decisión de destituir a Rousseff, la Cámara Alta puso fin al primer Ejecutivo encabezado por una mujer en el gigante del Mercosur y a 13 años y medio de gobiernos del Partido de los Trabajadores (PT) en el Palacio del Planalto. El giro político tendrá indudable impacto en una región donde este país, de 206 millones de habitantes y séptima economía mundial, ejerce influencia clave.

El resultado adverso para la mandataria confirmó a Michel Temer, su exvicepresidente y quien fuera hasta ayer mandatario interino como jefe de Estado hasta el 31 de diciembre de 2018, cargo que asumió en la tarde de ayer, horas antes de viajar a China para una cumbre del G-20.

Concluyó así un cuestionado proceso de impeachment iniciado el 2 de diciembre del año pasado, cuando el entonces presidente de la Cámara de Diputados, Eduardo Cunha, salpicado por graves denuncias de corrupción, aceptó una demanda contra Dilma por el presunto delito de responsabilidad fiscal. La acusación se centró en las “pedaleadas” fiscales, un maquillaje de cuentas que el Gobierno ahora destituido habría realizado en los años 2014 y 2015.

El epílogo consumado ayer se anticipaba desde que en marzo pasado el Partido del Movimiento Democrático Brasileño (PMDB), al que pertenecen Temer, Cunha y el titular del Senado, Ranán Calheiros, decidió salir de la coalición de fuerzas oficialistas que integraba con el PT desde el gobierno de Luiz Inácio Lula da Silva.

Coaliciones mutantes

Sin embargo, el comienzo del fin del segundo mandato de Dilma comenzó a gestarse en la misma noche del 26 de octubre de 2014, cuando derrotó por apretado margen en balotaje a Aécio Neves, líder del Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB) y uno de los senadores que ayer bajaron el pulgar en su contra.

Esa victoria electoral, pese a significar un apoyo de más de 54 millones de brasileños, coincidió con la desaceleración de la economía, que en 2015 entró en recesión y durante ese año y lo que va de 2016 sufrió una caída de más del tres por ciento del producto interno bruto (PIB). Para entonces, las marchas callejeras que comenzaron antes del Mundial de fútbol recrudecieron de la mano de denuncias de corrupción en torno a la empresa Petrobras.

La elección de un ortodoxo como Joaquim Levy, que propuso medidas de ajuste para atacar la inflación y el desempleo crecientes, le acarreó críticas de su partido y desnudó su falta de apoyo en un Congreso fragmentado, el mismo que dictaminó su destino político.

El hecho de que más de la mitad de los parlamentarios que avalaron su impeachment en Diputados y la juzgaron en el Senado afrontan cargos penales o procesos por corrupción que hasta ahora no se levantaron en forma personal contra Dilma (pero sí contra su partido y su mentor, Lula) dieron argumentos para calificar su condena como un golpe institucional.

Poco después de que se consumara su destitución, en un pronunciamiento en el Palacio de la Alvorada, Dilma afirmó que había sufrido “el segundo golpe de Estado” de su vida. Con tono combativo, la presidenta depuesta acotó: “Piensan que nos vencieron, pero se engañan… Tengo la certeza de que puedo decir hasta pronto”.

Antes de un discurso grabado que se emitió anoche, Temer arengó a sus ministros: “A quienes les digan golpistas, respondan golpistas son ustedes, que están en contra de la Constitución”. En su primer mensaje tras ser confirmado, Temer prometió diálogo con todos los sectores para cumplir su compromiso de entregar el país “reconciliado y en ritmo de crecimiento”. Las promesas no parecen fáciles de cumplir para un Temer que asumió en forma interina el 12 de mayo y en julio sólo contaba con el 14% de imagen positiva. Además, las denuncias que lo involucran en la operación “Lava Jato” y un proceso por financiamiento ilegal de la campaña de 2014 junto a Dilma podrían amenazar su acotado mandato.

Para lograr sus objetivos, Temer deberá asegurarse el aval de quienes apoyaron la caída de Rousseff, en especial el PSDB, que prometió un apoyo condicionado a que el nuevo mandatario decline cualquier aspiración para 2018.

Fuente: La Voz del Interior