Catamarca: Vinos, antiguos pueblos y la altura de Los Andes

Catamarca, sí. Un destino de vinos que agrega una buena cuota de tradición, donde confluyen antiguos yacimientos, centenarias edificaciones de adobe aun en pié, dunas y baños termales.

Catamarca, sí. Un destino de vinos que agrega una buena cuota de tradición, donde confluyen antiguos yacimientos, centenarias edificaciones de adobe aun en pié, dunas y baños termales.

Entre volcanes, dunas y termas; yacimientos arqueológicos, iglesias antiquísimas y casas blancas, se descubre el sabor de un vino históricamente artesanal con futuro de vino fino.

Catamarca alberga viñedos en el Valle de Abaucán, pegado a la Cordillera de los Andes, y en la zona Calchaquí, a una altura que varía entre los 1.200 y los 1.750 m.s.n.m. El ambiente, casi desértico, y la importante amplitud térmica, son grandes aliados para la producción de frutos concentrados y sanos, naturalmente ecológicos.

El polo vitivinícola catamarqueño está ubicado en el valle de Tinogasta, a 300 km al oeste de San Fernando del Valle de Catamarca (la ciudad capital de la provincia). Aquí, la industria vitivinícola crece en un paisaje coronado por los Seismiles (las cumbres más altas de América). Las bodegas son de larga data y su producción es de tipo tradicional. De manera incipiente, crece la producción en establecimientos boutique y se consolida la promesa de finos vinos catamarqueños.

Malbec, Syrah, Cabernet Sauvignon, Bonarda y Cereza son las cepas que se destacan.

En Catamarca la visita a las viñas se completa con la belleza de un paisaje sembrado de pueblos blancos e iglesias construidas en adobe. Entre Tinogasta y Fiambalá, en pleno valle vitivinícola catamarqueño y a lo largo de 50 km, puede recorrerse la Ruta del Adobe, un circuito que es Patrimonio Cultural y Turístico de la provincia y que rescata reliquias arquitectónicas construidas en barro y paja entre los siglos XVII y XVIII (se destacan las iglesias de San Pedro y la de Anillaco). También, evidencias precolombinas: un rico patrimonio arqueológico cuenta en Catamarca la vida en tiempos de las culturas originarias y su posterior fusión con el tiempo de la Colonia. Para los aventureros, los médanos de Saujil invitan a la práctica del sandboard; y para el relax, seducen las aguas termales de Fiambalá.

Cualquiera sea la travesía emprendida, la cocina catamarqueña hará las delicias en una mesa donde, como en toda la región Norte, reina el maíz (condimentado con pimientos y aromáticas y acompañado de papas andinas). Para el postre, el membrillo, dulce exquisito, resultará perfecto.

Fuente: Los Andes