Chile: el aumento de la efervescencia política no alteró la baja participación

"La politización y la abstención son fenómenos que corren en paralelo" analizó el investigador Aldo Madariaga sobre la problemática de la deserción juvenil en la escena política actual, pese a las sucesivas movilizaciones estudiantiles de los últimos años.

«La politización y la abstención son fenómenos que corren en paralelo» analizó el investigador Aldo Madariaga sobre la problemática de la deserción juvenil en la escena política actual, pese a las sucesivas movilizaciones estudiantiles de los últimos años.

El volátil escenario electoral chileno y la escasa diferencia de votos entre el candidato de ultraderecha, José Kast, y el de izquierda, Gabriel Boric, que protagonizarán el balotaje el próximo domingo, obligaron a sus equipos a sondear estrategias para ampliar la participación registrada en la primera vuelta, que se mantiene en niveles bajos (47,3%) pese a la creciente efervescencia política en el país.

El 52,7% de personas habilitadas para hacerlo (casi 8 millones de personas) no concurrieron a votar el 21 de noviembre pasado, un número cuya magnitud ofrece un nicho de enorme potencial para inclinar la balanza a favor de algún candidato.

Sin embargo, los asesores chocan de frente con una gran dificultad: ese caudal de votos está formado por un conjunto de ciudadanos sobre cuyo comportamiento sólo existen dudas que ni encuestadores ni analistas lograron descifrar hasta ahora.

En el último año, una paradoja complica aún más la lectura del fenómeno y es que a pesar del notable aumento de la intensidad y la efervescencia política, los niveles de abstención son una variable que persiste inamovible.

La politización y la abstención son fenómenos que corren en paralelo, la segunda es un fenómeno gradual que se observa desde la vuelta a la democracia (1990) y tiene como protagonista a los jóvenes, en un contexto de «democracia de baja intensidad», explica el analista Aldo Madariaga, investigador asociado del Centro de Estudios de Conflicto y Cohesión Social (COES).

«Todos los acuerdos que configuraron la transición democrática en Chile dieron mucha estabilidad y robustez al sistema, pero también ofrecieron muy pocas alternativas. Mientras crecía el consenso, también lo hacía la apatía de quienes no veían alternativas, y advertían que votaran por quién votaran, nada se modificaba sustancialmente», añade.

La fuerte caída de la participación electoral en Chile, donde el voto es voluntario, es un tema cuya preocupación aumenta en la medida en que se plantea como un grave déficit democrático y el apoyo político a la obligatoriedad crece cada vez más en todo el arco político.

Sistema electoral en Chile

El proceso de votación anterior al actual heredado de la dictadura -de inscripción voluntaria y voto obligatorio sólo para quienes hayan realizado dicho trámite en los registros electorales – produjo un progresivo envejecimiento del padrón electoral por la baja proporción de jóvenes que optaron por anotarse.

Buscando revertir la tendencia a la baja, el primer Gobierno de Michelle Bachelet (2006-2010) patrocinó cerca del final de su mandato un proyecto que invirtió los tantos: estableció un sistema de inscripción automática, pero simultáneamente el voto pasó a ser voluntario.

Poco más de diez años y varias elecciones después, la estrepitosa caída en la participación -menor al 50% para las presidenciales y 40% para municipales- dio cuenta de que el intento terminó en un rotundo fracaso, paradójicamente en medio de un amplio consenso ciudadano sobre el voto voluntario.

«Recién estamos entendiendo que se trata de un grupo que va a ser muy determinante en el balotaje, así como lo fue en la primeraAldo Madariaga

En los primeros años, el voto se vinculaba a quienes habían estado a favor o en contra de la dictadura, pero eso «obviamente se fue diluyendo con el tiempo sobre todo entre los jóvenes», retoma Madariaga, quien además es profesor de Ciencia Política de la Universidad Diego Portales.

Luego hay un sector que logra repolitizar el ambiente, que despierta interés después de las sucesivas movilizaciones estudiantiles (2006 y 2011) y «despertar el interés de una cierta fracción de la población, gente que se sentía huérfana de opciones políticas».

Esta repolitización, no obstante, no logra reencantar al conjunto de la población y ese sector que no vota, ese 50% que se mantiene sistemáticamente al margen, puede reactivarse o no -y votar- dependiendo de la coyuntura, de las opciones en juego, etc.

«Este grupo que no fue posible reencantar tiene una profunda desconfianza en el sistema democrático, porque no ve allí alternativas reales ni cambios, y eso caló tan hondo que piensa que votar directamente no hace sentido», acota el experto.

El despertar social

Surgieron las gigantescas movilizaciones de 2019 que coparon titulares en todo el mundo, pero «eran inorgánicas y expresaban un descontento sin un eje claro», y del mismo modo que no hubo una institucionalidad que procesara ese descontento, tampoco existió una expresión política que las contuviera y direccionara.

«Nadie puede arrogarse el liderazgo de ese movimiento, entonces ocurre que no hay contradicción sino paralelismo, y eso es parte del problema de la democracia chilena, incapaz de generar arraigo en la población. Es una democracia de acuerdos y pactos entre élites», enfatiza Madariaga.

Este descontento y/o desconfianza tuvo su expresión palmaria en la elección de la Convención Constituyente que elabora una nueva Carta Magna para el país, donde la llamada «Lista del Pueblo», que surgió justamente de las movilizaciones y construyeron una lista por fuera de los partidos, tuvieron una tremenda representación.

Sin embargo, luego intentaron levantar una candidatura (presidencial) que se cayó al poco tiempo «porque entraron en prácticas muy turbias e implosionaron», explica.

Todo este camino de la «Lista del Pueblo», le hizo mucho daño a las posibilidades de aglutinar y conducir estos procesos, dentro y fuera de la Constituyente.

Esta complejidad aporta a que el universo de no votantes sea algo de lo que se conoce muy poco, acota Madariaga.

«Lo que sí sabemos -prosigue- es que se trata de jóvenes, clase media y baja. Muchos de ellos los primeros profesionales de su familia, ´hijos del neoliberalismo´ que lograron sacar una carrera, aunque a costa de quedar muy endeudados, que han vivido en carne propia la discriminación, los abusos y las desigualdades»

Por lo anterior tienen una cierta conciencia social, pero paralelamente tienen una idea meritocrática de sus logros, del orden, están contra la corrupción y «se suman al discurso de que el Estado no te puede dar todo», en línea con la derecha.

En resumen se trata de un grupo muy heterogéneo que comparte estas características.

«Recién estamos entendiendo que se trata de un grupo que va a ser muy determinante en el balotaje, así como lo fue en la primera, a partir de la votación que tuvo Franco Parisi, que logró aglutinarlos con su discurso.

Hay una metáfora muy certera del politólogo uruguayo Juan Pablo Luna que señala que «perdimos de vista el centro», pero no el centro en el sentido tradicional, entre la izquierda y la derecha, sino el centro que está abajo: «abajo de las élites y también abajo en el sentido de que están sumergidos y no sabemos quiénes son», grafica Madariaga.

«No hay que confundirse, son gente que sí está politizada; están a favor de la política, pero en contra de la política tradicional, con una profunda desconfianza por los políticos y las formas tradicionales de hacer política», finalizó el analista.

Fuente: Telam