Coronavirus en los barrios populares: las estrategias para que no avance

A diferencia de las clases media y alta, los pobres implementan un aislamiento barrial con centralidad en los comedores y sus cocineras.

A diferencia de las clases media y alta, los pobres implementan un aislamiento barrial con centralidad en los comedores y sus cocineras. A pesar de la asistencia del Estado, son ellas las que cuando se acaba la comida tienen que comunicarle a una persona que ese día va a pasar hambre.

Una cincuentena de personas, en su mayoría mayoría mujeres y niños, se acomoda a lo largo de una cola de casi dos cuadras que sale del club social Estrella Roja, en el barrio alto de Laferrere. Entre risas y manteniendo un metro de distancia entre unas y otros, aguardan con sus tuppers a que un par de mujeres con barbijo les echen alcohol en gel en las manos y les sirvan una porción de comida. Las consecuencias de la cuarentena obligatoria ya se empiezan a sentir en los barrios: mientras que hace una semana alcanzaba con un par de ollas, ahora se necesitan dos. Y es que frente a la caída de las changas como producto del aislamiento obligatorio, así como a las condiciones instaladas por una pobreza estructural, las organizaciones sociales han tenido que reforzar la asistencia alimentaria en los barrios. Sin embargo, eso no es todo. Como producto de la crisis social que la pandemia ha generado en los barrios populares, las organizaciones y movimientos territoriales han comenzado a diseñar diferentes estrategias para dar respuesta a las crecientes necesidades de los vecinos.

«El coronavirus llegó a la villa para fumarse a todas esas pandemias que ya la venían azotando hace tiempo: la precariedad habitacional, el riesgo eléctrico, el déficit de talla de los chicos por la mala nutrición, el bajísimo promedio de vida, el hostigamiento policial, la desocupación, el dengue, la estigmatización, la falta de empatía que provoca la televisión. A la villa le falta mucho hace un tiempo, sí. Pero la villa tiene también muchas fortalezas para aportar en esta crisis. Tiene una historia que todavía recuerda la manera en la que sobrevivimos todas las pandemias que precedieron a esta», dispara Ignacio «Nacho» Levy, referente de La Poderosa y vecino del barrio Zavaleta (o villa 21-24). Cooperativas textiles que fabrican barbijos para los habitantes de la zona, guardias telefónicas para acompañar a las mujeres que sufren violencia de género, servicios de entrega de viandas puerta a puerta a los adultos mayores, comisiones que se encargan de hacer un seguimiento de los crecientes casos de violencia institucional: frente a la crisis sanitaria y económica, la organización contiene la situación.

Comedores
El coronavirus distingue clases sociales, eso es algo en lo que coinciden los y las militantes territoriales entrevistados por Página/12. «Acá el ‘Quedate en tu casa’ no podemos cumplirlo. No porque no querramos, sino porque vivimos unos encima de los otros, hacinados, sin servicios básicos, como luz, agua potable, cloaca, veredas. Vivimos cuarentenas diferentes a la de la clase media, y por eso nos armamos de estrategias. Estrategias que, como siempre hemos hecho en los movimientos sociales, se arman principalmente alrededor de los comedores comunitarios», indica Norma Morales, militante de Barrios de Pie y coordinadora de uno de los comedores que la organización tiene en los barrios de Dock Sud, en Avellaneda. «Hace una semana hacíamos cien porciones, hoy se cocinan trescientas porque le estamos dando vianda a todo el barrio. Y nos quedamos cortos porque todos los días hay familias que se quedan sin comer. No nos alcanza, en nuestro barrio las heladeras ya están vacías», advierte.

El parate en la economía como consecuencia de la cuarentena obligatoria afectó principalmente a ese 40 por ciento de trabajadores informales que, en muchos casos, dependen del trabajo del día a día para sobrevivir. Feriantes, albañiles, cartoneros, personal de limpieza, remiseros, todos y todas aquellas que trabajan en negro y que quedaron sin su principal vía de ingresos, engrosan las colas de los comedores y merenderos que se sostienen gracias el aporte de las organizaciones, los municipios y los mismos vecinos y vecinas. Pero no alcanza.

«Hay una necesidad muy grande. El comedero es un punto estratégico en el barrio, pero desde que empezó todo esto del coronavirus empezó a venir mucha más gente, vecinos y vecinas que nunca antes habían venido, de otros barrios incluso. Antes venían cien personas a comer por día, ahora vienen más de doscientas. Se arman filas», indica Gabriel Aranda, militante de la Corriente Clasista y Combativa en La Matanza y coordinador del Club Estrella Roja.

La situación repite en el barrio Padre Mugica (o Villa 31) –en donde los comedores también debieron duplicar la cantidad de porciones-, Rosario -en donde los comedores de La Poderosa registraron que se triplicó la demanda–, y gran parte del conurbano, según pudo averiguar PáginaI12. Las medidas anunciadas por el gobierno nacional para paliar la crisis, como el refuerzo de la Asignación Universal por Hijo, el bono de tres mil pesos a jubilados que cobran la mínima y a beneficiarios de planes sociales y el bono de 10 mil pesos para trabajadores y trabajadoras informales; representaron un cierto alivio en los sectores más vulnerables. Sin embargo en la mayoría de los casos no resulta suficiente. Las raciones de comida que bajan los municipios no alcanzan y cada día aumenta el número de familias que se queda sin comer. Y, al final de la jornada, son las cocineras quienes, cara a cara, tienen que comunicarle a sus vecinos que no quedó nada más.

Promotores de salud
«Los vecinos están haciendo un esfuerzo enorme para quedarse en sus casas y  sostener todas las indicaciones que envía el Ministerio de Salud para garantizar la higiene, pero a veces es directamente imposible. Faltan guantes, barbijos y alcohol en gel. Hace tres días que no se recoge la basura porque las cooperativas no tienen los elementos esenciales para salir a trabajar y limpiar las calles», cuenta Walter Giracoy, consejero de la villa 31. A la falta de acceso de agua potable, se le suma la escasez de insumos básicos de higiene. Ya sea por el desabastecimiento, el aumento abusivo de precios o la falta de respuesta de los gobiernos locales, en los barrios es muy difícil acceder a kits básicos de limpieza para enfrentar la pandemia.

Sin embargo, frente a la dificultad generada por la precariedad estructural de los barrios y la escasez de insumos de higiene, las organizaciones sociales y territoriales se abocaron a crear «comités de crisis» y «áreas de salud» dedicadas a hacer campañas de concientización, postas de información, seguimiento de personas de riesgo y reparto de insumos de prevención. La Poderosa, una organización villera que tiene representación en todo el país y diferentes puntos de Latinoamérica, cuenta, por ejemplo, con una serie de dispositivos entre los que se encuentra un área Emergencia Sanitaria. A través de esta, la organización se encarga de garantizar una comunicación diaria con los ancianos y ancianas del barrio, de que les llegue una vianda de comida a sus casas y de que puedan acceder a los medicamentos que necesitan. Tienen, a su vez, postas de salud que se dedican a impartir información sobre cómo cuidarse y prevenir el contagio.

Además, frente a la escasez de barbijos -fundamentales tanto para las cocineras y militantes que se encargan de repartir las viandas como para el personal de salud de los barrios-, muchas de las organizaciones pusieron a sus cooperativas textiles a fabricarlos. En Avellaneda, por ejemplo, Barrios de Pie tiene cuatro cooperativas que no sólo están fabricando barbijos para las compañeras que dirigen los comedores, sino que también están donando una parte a los hospitales y comisarías de la zona.

«Tratamos de solidarizarnos ante la situación. Tenemos que aportar desde nuestro lugar y hacer magia con lo que tenemos. Como con la tela con la que hacemos los barbijos que usan nuestras compañeras en los comedores, los choferes de ambulancia e, incluso, la misma fuerza policial. Tenemos que cuidarnos entre todos», determina Norma Morales.

Organización frente a la violencia
El decreto de Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio intensificó algunas de las violencias que genera la desigualdad. Promulgado para evitar la propagación del coronavirus en la sociedad, no pudo evitar provocar una mayor situación de vulnerabilidad para las mujeres que sufren violencia de género -en muchos casos encerradas con su abusadores-, así como una mayor vía libre para casos de violencia institucional.

Frente a ese escenario, los movimientos sociales también debieron organizarse y diseñar estrategias para mitigarlos. Para los casos de violencia de género, La Poderosa, por ejemplo, cuenta con un área de Género que actualmente está acompañando 327 casos de violencia de género a nivel nacional. Esta misma área, a su vez, organiza guardias telefónicas para casos de urgencia y, en algunos casos, evalúa la intervención.

Por otro lado, en los últimos días se observaron varios casos de abusos policiales en los barrios populares, como el caso del video que se viralizó en el que unos gendarmes hacen «bailar» en cuclillas a unos chicos de la Villa 1-11-14 por haber violado la cuarentena (luego se supo que iban a llevarle comida a una persona discapacitada). La mayor presencia policial en las calles tiene nerviosos a muchos de las organizaciones sociales, acostumbradas a tener que lidiar con la arbitrariedad de las fuerzas de seguridad. «La policía está aprovechando la cuarenta para hostigar a nuestros pibes. Aprovechan esta instancia para cascotearlos y verduguearlos», asegura Norma, que vive en Danubio Azul, un asentamiento en Dock Sud habitado por 450 familias. Frente a estos episodios, los vecinos y vecinas tienen que ir a «pelearla», indica la referente de Barrios de Pie, para evitar que los sigan persiguiendo.

La organización La Poderosa denuncia casos similares, frente a los cuales también decidió organizar un área de Violencia Institucional que funciona en base a un mapa de seguimiento barrial. En este mapeo se procede a identificar los puestos de seguridad de las fuerzas y las zonas en donde ocurren la mayor cantidad de apremios, y se comparte una lista de instituciones «de apoyo» que permanecen abiertas, así como una lista de vecinos y vecinas voluntarias de cada barrio que centralizan el monitoreo diario de los agentes en el territorio. «Necesitamos más que nunca la empatía de todos los sectores de la sociedad. Nadie niega la necesidad de que el Estado implemente todos los recursos a disposición para garantizar la mayor eficiencia de la cuarentena, pero justificar los abusos y el accionar cruel de las fuerzas públicas en nombre de tu propia salud y la de tu propia familia es otra forma de decir ‘sálvese quien pueda’. Y eso es lo que dejó al mundo tan en offside cuando salió el pelotazo del coronavirus. Si algo va a cambiar después de tanta muerte en el mundo hay que empezar por ahí. Ahora también es por abajo», finaliza Levy.

Fuente: Página 12