Crece el cirujeo como modo de sustento en las barriadas rosarinas

Las cooperativas de reciclado de residuos suman cada vez más familias, que llegan empujadas ante la pérdida de trabajo.

Las cooperativas de reciclado de residuos suman cada vez más familias, que llegan empujadas ante la pérdida de trabajo.

El portón de la Cooperativa de Trabajo Cartoneros Unidos es la caja de resonancia de lo que pasa en el límite entre barrio Industrial y Empalme Graneros, a pocos metros del barrio Toba, en el noroeste de la ciudad. En ese sitio, donde ya encontraron refugio desde finales de los años 90 hasta tres generaciones de cartoneros, la puerta suena a diario. Son hombres que perdieron su trabajo, ya no encuentran changas y ven en el cirujeo la última alternativa. También allí es donde en el último año Elizabeth, encargada de preparar las raciones que las familias de la cooperativa se llevan a sus casas, multiplica la comida para poder atender el aumento de la demanda de la gente del barrio. «Cómo podría decirles que no», admite la mujer.

«La cantidad de gente que viene se triplicó, y los que se habían ido, porque estaban mejor, volvieron», asegura Mónica Crespo, quien está al frente de la cooperativa.

Se trata de una de las cinco que funcionan en la órbita del Movimiento de Trabajadores Excluidos (MTE), entre las que se cuentan las de Villa Banana, Vía Honda, Puente Negro y La Cariñosa, en zona sur. Si bien cada una tiene sus particularidades, todas están asentadas en los barrios populares más necesitados de la ciudad. Desde el MTE, aseguran que la presencia de familias que buscan allí contención se triplicó y cuadruplicó.

Impulsores de la ordenanza que propone la creación de un Servicio Público de Reciclado, cuya prueba piloto se aprobó a fines de 2017 y aún espera ser puesta en marcha, aseguran que son «el primer eslabón» de la cadena de reciclado y piden a la Municipalidad «un galpón para poder llevar adelante el trabajo en conjunto y que cada familia deje de hacerlo en forma individual en su casa» (ver aparte).

Contención

Crespo asegura que el espacio de Carrasco 2080, donde funciona la cooperativa, es una barrera de contención en el barrio. «Acá atendemos a los que tienen problemas de trabajo y necesidades, pero también a los pibes con problemas de adicciones, estamos para todos», dice la mujer y asegura que «desde los 90 hasta acá se sobrevivió porque estuvimos todos juntos».

Sin embargo, dice que hubo tiempos mejores. «Acá muchos aprendieron trabajos de albañilería, a soldar y hacer herrería, consiguieron changas y trabajos informales, y se fueron porque a nadie le gusta hacer esto, pero de un año a esta parte la situación empeoró terriblemente y acá todos los días alguien toca la puerta», admite.

El relato de las mujeres es el de muchos que tras perder los trabajos informales, porque aseguran que «changas ya no hay», volvieron al cirujeo. Lo que más impacta, afirma Mónica, «es ver a hombres de 50 ó 60 años, que toda la vida trabajaron en fábricas y vienen a preguntar cómo se hace el trabajo de cartoneo, qué material les va a redituar más porque tienen una bicicleta y ven en el cirujeo la única alternativa».

Incremento

Julia Muchiut, integrante del MTE, asegura que en el último año «la cantidad de compañeros que se presentan en las cooperativas se triplicó y en muchos casos hasta se cuadruplicó», y admite que la demanda de la ayuda alimentaria apareció como una necesidad central.

«Aparece en todos la necesidad de que haya un espacio de comedor para los compañeros y sus hijos, para que todos tengan garantizada la comida», explica.

La cooperativa Cartoneros Unidos está integrada por más de 400 familias, y además de la contención y las herramientas para el trabajo, la asistencia alimentaria es una de las patas principales. Cada mes se preparan 450 bolsones que se reparten a partir de subsidios que recibe de la provincia. A diario, casi un centenar de familias se llevan de allí la comida a sus casas.

«Acá lo que nadie ve es que todos los días tenemos pibes tocando la puerta y preguntando si no quedó algo, porque necesitan para comer», cuentan las mujeres.

Elizabeth comenzó a cirujear cuando a su marido Daniel sufrió una quemadura grave en una pierna en la fábrica metalúrgica donde había trabajado en negro durante 18 años. Tras el hecho lo despidieron sin asistencia ni indemnización. Sus padres cartoneaban, ellos comenzaron a hacerlo y hoy su hija Brisa, que creció en el mismo trabajo, se capacitó como promotora ambiental y ambiciona tener otro rol dentro del proceso.

La mujer llegó a la cooperativa sin saber leer ni escribir, ahora espera sacar su carné de conductor para poder acceder a un vehículo que haga más fácil su trabajo. Es además una de las encargadas de armar las porciones que cada familia se lleva a diario. «Te tocan la puerta, los ves ahí parados, te dicen que no comieron y qué hacés, no les das nada», se pregunta sin ocultar la angustia.

demandada. La Cooperativa de Trabajo Cartoneros Unidos, donde todos los días, alguien llega a pedir una mano.

Fuente: La Capital