El Bolsón, un lugar donde el suelo arde

Ingresar en El Bolsón, y observar, sobre un lateral, cómo sale humo del cerro Piltriquitrón, dispara el pensamiento a una cadena oratoria que había circulado el día anterior en Bariloche

Ingresar en El Bolsón, y observar, sobre un lateral, cómo sale humo del cerro Piltriquitrón, dispara el pensamiento a una cadena oratoria que había circulado el día anterior en Bariloche, generada por Elena Henríquez, una mujer que tiene una prima en la localidad de la Comarca Andina, y, ante la desesperación, impulsó la idea de elevar “una plegaria por la lluvia”, sin importar el credo que cada uno practicara.

“Más allá de ideologías, aspiramos a un milagro”, había dicho.

Ahora, al mirar por la ventanilla, es imposible no remitir a ese pedido.

El camino turístico tradicional desemboca en la Plaza Pagano, donde Belén Jasko tiene un puesto.

La joven, a primera hora de la mañana, cuenta que había tenido dudas de ir a la clásica feria artesanal, donde ella vende distintas prendas.

“Pensé incluso que podía incomodar o algo así”, dice, tras el fuego que se había avistado desde el centro de la ciudad en la madrugada.

Pero, en realidad, todo transcurre como en un día más, aunque los artesanos y turistas, tras haber estado hasta tarde con la vista puesta en aquella ladera humeante, se hayan quedado retozando en la cama. Son pocos los madrugadores, pero, en unos minutos, el sitio retomará su movimiento habitual.

(A propósito, a dos semanas del inicio del incendio, la cantidad de visitantes impresiona: después del mediodía, se comprobará que El Bolsón está lleno.)

La misma plaza, en uno de sus costados, aquel rincón al que los lugareños denominan el sector de los murales, ofrece un panorama distinto a la postal clásica del poblado.

Acá no hay adornitos para turistas. Se ve a una treintena de personas, tal vez más; se hace difícil calcular el número porque se encuentran aglutinadas en diferentes círculos humanos, donde, de a ratos, una que está sentada en un lado se para y va al otro.

Hay pancartas, una caja con vendas, agua mineral y crema para quemaduras; otra, con alimentos; botellas de agua mineral; un receptáculo a manera de alcancía, para juntar dinero con el fin de comprar elementos que sirvan en la cruzada que estos vecinos han emprendido: quieren apagar el fuego, o por lo menos frenarlo. No les importa que las autoridades insistan en que, si no son expertos en el tema, no ingresen a la zona en llamas.

Igualmente, entre ellos, y a su manera, con carteles donde figuran distintas funciones y zonas a la que son destinados, intentan implementar un plan que no exponga a los sectores peligrosos más que a los que entienden del tema y cuentan con vestimenta acorde. A un lado, por ejemplo, se observan guantes especiales para enfrentar el fuego.

Una inscripción hecha con fibrón en un cartón sintetiza el sentimiento común: “El Bolsón está sufriendo”.

“Nos estamos organizando. A la madrugada salió un grupo de gente a trabajar en la zona afectada, y por la tarde irá un relevo”, explica Agostina Maglio.

La joven señala: “Mandamos viandas a puntos estratégicos en los que están cumpliendo tareas desde hace varios días, tanto en Cuesta del Ternero como en la Rinconada Nahuelpan”.

“La gente más especializada está en la parte del fuego, pero, en la cadena, existen diferentes postas e instancias de trabajo; no hay nadie que esté yendo a zonas de riesgo que no tenga la preparación específica”, aclara.

La muchacha afirma que los combatientes no dan abasto. “Por eso nos autoconvocamos”, apunta.

“Hay muchos pobladores que están allá desde el momento cero, porque defienden sus casas, sus campos, sus animales, sus cultivos… Nosotros nos sumamos a esa labor. No es que se manda gente así porque sí, alocadamente, sino que se está trabajando en conjunto con personas que se encuentran ahí desde hace muchos días”, narra.

Y, con la mirada perdida, suspira: “Nunca vi algo parecido”.

A un costado, está Vanesa Millañanco.

Ella es mapuche, y las zonas donde el fuego arrecia cuentan con mucha población de esa cultura. La Rinconada Nahuelpan, precisamente, es una comunidad.

Vanesa explica: “En los campos no hay reservas de agua, porque la primavera fue muy seca, al igual que este verano. La gente no puede tener ni siquiera un tanque de reserva…”.

En esa situación de aridez es que las llamas dijeron presente.

“El fuego arrasa, está por debajo de la tierra”, expone.

“La colaboración, participación y predisposición de la gente son impagables, pero hay una desidia total por parte del Estado; sentimos que no ha estado a la altura de las circunstancias. Tanto el nacional, como el provincial y el municipal, todos los escalafones”, remarca.

Recuerda que hace unos días un grupo de vecinos fue al municipio para ver qué se podía hacer. “Nos dijeron que todo estaba resuelto… ¡y resuelto un carajo!”, protesta.

“Estamos en una situación límite. Anoche parecía un volcán…”, suelta.

“No están cuidando el bosque nativo. ¿Será que existen otros intereses sobre esos territorios?”, cuestiona.

“Conocemos los minerales que hay en esta zona. Después van a salir a vender los terrenos. Ya lo hemos visto en otros lugares, no sería la primera vez. Es llamativo que en el último tiempo se produjeran focos en distintos sitios. Pareciera que fuera intencional…”, deja caer la duda.

Dice que otra posibilidad es que no se le haya dada mucha importancia por temor a que se interrumpiera la temporada. “¿Hacía falta llegar a esta instancia? No hay una voluntad política… esto se podría haber parado. Es terrible ver el contraste. Por un lado, acá la gente toma cerveza, mientras, más allá, se incendia todo. ¿Por qué no se le dio la trascendencia que tenía? ¿Para cuidar el turismo, nada más?”, lanza.

A un par de cuadras, está la municipalidad. Políticos locales y provinciales deambulan dentro y fuera del palacio comunal.

Por ejemplo, se ve al ministro de Gobierno y Comunidad, Rodrigo Buteler, quien, en relación a los pobladores que quieren ayudar, expresa: “Hay que ser prudente. La situación de gente común, sin preparación, que quiere colaborar, es muy delicada”.

Apunta que una buena idea sería “que se acerquen al SPLIF (Servicio de Prevención y Lucha contra Incendios Forestales) o a Protección Civil, para ponerse a disposición en lo que haga falta, que, por ejemplo, puede ser trasladar cosas”.

“El Estado nacional, el provincial y el municipal están trabajando; no hace falta más ayuda para apagar el fuego”, añade.

“No es que faltan recursos, o que no mandan algo; está todo lo que tiene que haber para poder abordar el tema”, completa.

Y recalca que, entre las tareas que realizan las autoridades que se encuentran en El Bolsón, sobresale la de llevar a cabo un relevamiento de los ciudadanos afectados.

“Por ejemplo, estuvimos con Rafael Ruíz, un vecino que perdió un quincho, y también animales”, informa.

Y recuerda que “la gobernadora declaró la zona de desastre, lo que le da al gobierno la posibilidad de poder ayudar, mediante recursos específicos, a los vecinos que hayan sufrido daños por el incendio”.

Por su parte, el ministro de Producción y Agroindustria de Río Negro, Carlos Banacloy, resalta: “En medio de todo este esfuerzo, con los más de trescientos combatientes, los hidrantes, los camiones… más allá de eso, tenemos que destacar que no hemos sufrido heridos, que no tenemos gente que haya perdido la vida”.

Asimismo, rememora cómo fue el inicio de este problema que hoy golpea con lengüetazos de fuego: “Debemos pensar en que nosotros podemos convivir con la naturaleza, pero no invadirla. Estamos viendo la catástrofe que tenemos simplemente por hacer un asado…”.

“Por eso el pedido para que se suspendan todos los fuegos. Tenemos hasta diez denuncias diarias de otros siniestros mientras atendemos este. Por ejemplo, el SPLIF de Bariloche, que tiene gran parte de su equipo operando en El Bolsón, debe cubrir las emergencias en su ciudad, también”, suma.

El subsecretario de recursos forestales de Río Negro, Fernando Arbat, interviene para aclarar que “la mayor cantidad de combatientes, los medios aéreos, la maquinaria pesada, y todos los recursos afectados por el Estado, más los bomberos voluntarios, están en la Rinconada Nahuelpan”.

Y explica el porqué: “El fuego estaba del otro lado del Piltriquitón, donde está La Cuesta del Ternero, y, por una rotación muy fuerte del viento, se desprendió un foco secundario hacia abajo, que fue lo que se vio desde la ciudad y originó un incendio arriba de la Rinconada Nahuelpan”.

La idea, entonces, es encaminarse a Nahuelpan, para observar lo más cerca que se pueda la situación, pero es imposible. En la zona de acceso a la comunidad, un retén policial no deja pasar a nadie más que a residentes del lugar.

Si otras personas llevan comestibles o bebidas frías, deben depositar las bolsas en un margen del camino, y luego vehículos de las agrupaciones oficiales intervinientes las trasladan a destino.

Por la tarde se vive un momento de confusión, cuando una mujer y sus hermanos llegan en búsqueda de un oficial de tránsito con quien su hijo, hace un rato, tuvo un altercado.

Pero el inspector ya no está, entonces le relata lo sucedido a un policía.

Narra que su marido, Jorge, es de la comunidad Nahuelpan, y se encuentra peleando contra el fuego. Les solicitó botellas de agua y herramientas, pero, cuando su hijo quiso llevarlas, el hombre de tránsito no lo permitió porque no contaba con los documentos del auto. “En una situación así, ¿cómo nos íbamos a acordar de los papeles?”, dice la señora, que se llama Miriam Pereyra.

Finalmente, el muchacho pasó igual, pero sin el permiso del agente, que, según cuenta el joven, golpeó un espejo retrovisor de su coche.

Tras dejar lo que había llevado, el chico se retiró y le contó su versión a la mamá.

El asunto es que los nervios por tener a su marido en medio del fuego, más ese hecho confuso que vivió su hijo, se conjugaron para caldear los ánimos.

“Vine a ver qué había pasado, porque esto no es un juego; estamos ayudando”, exterioriza la mujer, y cuenta que su suegro, Adolfo Nahuelpan, a la madrugada tuvo que dejar su vivienda, porque estaba muy cerca del fuego, a unos trescientos metros.

Partimos a dialogar con el hombre.

Adolfo tiene setenta y ocho años. Posee en el rostro una expresión entre triste y cansada. Sus ojos son de una tonalidad extraña, donde se mezclan el azul, el verde y el gris. La mirada habla.

“Anoche salí de mi rancho”, cuenta.

“El fuego estaba bien cerca, y los brigadistas me pidieron que baje”, agrega.

Apunta que allá quedaron las ovejas, los bueyes y las vacas.

“Soy nacido y criado en la Rinconada, pasé toda mi vida ahí”, especifica.

“Nunca vi un incendio de ese tamaño… Me asusté”, reconoce.

Y eso que el hombre tiene experiencia en los daños del fuego. Dos veces se le quemó el ranchito, y otras tantas lo volvió a levantar.

La cocina cerca de la leña, chispas que saltan, y el caos que se desata…

Afirma que tiene ganas de volver, que apenas se lo permitan, partirá para el rancho.

“Me quiero quedar ahí hasta que llegue el día en que me termine”, sostiene.

Próxima parada, el aeroclub.

Allí se encuentra el coordinador de la Central Centro del Servicio Nacional de Manejo del Fuego, Andrés Bosch, a cargo de los tres aviones hidrantes 802 Turbo, y los cuatro helicópteros que, por estos días, se han transformado en un elemento más del paisaje en El Bolsón, surcando los cielos en un idea y vuelta, del aeroclub a los focos de incendios.

Curiosamente, la presencia de las aeronaves también se ha vuelto una atracción para el turista y el residente. Fuera de la pista, en el cordón de la vereda, la gente tira lonas, y se sienta a mirar cómo despegan y aterrizan una y otra vez.

“Hacen una actividad de sumo riesgo, con una tensión permanente, y requieren una total concentración”, advierte Bosch, acerca de los pilotos.

“Están comunicados entre sí, pero la dinámica de vuelo, entrando uno, saliendo otro, es muy exigente”, especifica.

“Hemos tenido dos situaciones de riesgo entre aviones y helicópteros mientras operaban…”, revela, ante hechos que podrían haber terminado en tragedia, por la cercanía de las naves al pasar sobre el fuego.

Al salir del aeroclub vuela un rumor.

Habla de un sendero para ir a pie a la Rinconada Nahuelpan.

El trayecto es largo.

¿Tres? ¿Cuatro? ¿Cinco kilómetros? Imposible calcular.

Pasan Adrián Apa, Iván Collarte y Taiu Braver Iosovich, tres muchachos que acaban de bajar del cerro.

Fueron porque querían ayudar.

Cuentan que tuvieron que cortar dos árboles que se estaban quemando.

Los tiraron con motosierras y dieron aviso a brigadistas para que echaran agua y así evitaran que se volvieran a prender.

Se observa humo en la cima.

En la última casa, antes de subir el cerro, vive Yolanda Inés Rojas.

Tiene cincuenta y dos años.

“Anoche nos asustamos un poco, fue complicado”, confiesa.

“El fuego llegaba hasta aquí arribita, ahí nomás”, puntualiza, marcando hacia afuera un punto con el dedo, desde el interior de la vivienda.

“Acá adelante cayeron dos brazas. Mi marido las apagó”, informa.

“Empezamos a ver el fuego cerca de las doce, y a las tres de la mañana ya estaba acá cerquita”, desarrolla.

“No pude dormir en toda la noche”, manifiesta.

“Las llamas eran enormes. El fuego bramaba… Siempre viví acá, y esto nunca había pasado”, murmura.

Se enteró hace unos minutos que una oveja de un vecino se quemó…

Yanina Nahuelpan, hija de Yolanda, apunta que, justamente, una de las grandes pérdidas son los animales.

Su mamá, mientras, prepara tortas fritas para los autoconvocados.

Yanina trabaja en Bariloche, pero, cuando le avisaron lo que había sucedido, partió rumbo a Bolsón, para ayudar a la familia.

“Hoy se ven los helicópteros… antes aparecían muy poco”, sugiere Yanina, quien pide que el Estado dé respuestas en defensa de la Patagonia.

Llega el momento de subir.

En la parte de arriba del cerro, Nelson Elías Maldonado, de la Brigada Nacional, cuenta que vino desde Puelo, y explica que los árboles que se voltean muestran signos de estar quemados en el interior.

El sonido de un árbol al caer tiene mucho de expresión sonora de defunción…

Su compañero, Matías Villegas, en tanto, habla de fuego subterráneo. En los pies, se siente el calor…

Tiran agua con la manguera al suelo y sale un humo fuerte. La temperatura se siente…

Cuando parece que todo está controlado, el infierno también viene por abajo.

En un rato, lo dirá la gobernadora, Arabela Carreras, que se acercará a la localidad para comprobar en persona el estado del incendio.

“El contexto actual es complejo, porque las líneas de contención, como las denomina el SPLIF, fueron sobrepasadas por el fuego, incluso bajo la tierra. Por ahí, en la superficie, no se observa un avance de las llamas; pero, bajo el suelo, sí está ocurriendo”, expresará.

Todos coinciden, en El Bolsón, el suelo arde.

Fuente: El Cordillerano