El desafío de lavarse las manos para combatir el coronavirus en una Argentina sin agua potable

En Claypole, zona sur del conurbano, los vecinos de un barrio sólo pueden acceder a ese servicio básico a través de cuatro canillas públicas, mientras se recomienda una higiene perfecta para protegerse del COVID-19

En Claypole, zona sur del conurbano, los vecinos de un barrio sólo pueden acceder a ese servicio básico a través de cuatro canillas públicas, mientras se recomienda una higiene perfecta para protegerse del COVID-19

El agua potable a partir de la expansión del coronavirus cobró un valor extra. Las recomendaciones del Gobierno nacional son claras: hay que lavarse las manos cada dos horas. Para muchos argentinos esa tarea, tal vez en un principio tediosa, ya se transformó en costumbre. Sin embargo, para otros resulta difícil de cumplir y realizan todo tipo de esfuerzos para concretarla. Es el caso de muchos vecinos de Claypole, zona sur del conurbano bonaerense.

Sobre la avenida República Argentina en la intersección con la calle 2 de abril, al límite con Burzaco, cuatro canillas públicas le dan agua potable a cientos de personas que pasan por allí a cargar bidones para llevar a sus casas y poder cumplir con la regla número uno para enfrentar al coronavirus: lavarse las manos.

Wensysea Rodríguez, de 38 años, vive a pocas cuadras de las canillas. “Vamos a buscar una vez por semana una de mis hijas y yo. Se vive así. Como se puede. Intentamos cumplir con lo que dice el Gobierno, pero a veces es complicado. El consumo de agua lo aumentamos al doble”, cuenta Rodríguez a Infobae. Vive en una casa precaria junto a cinco familiares más. Ella trabaja como personal de limpieza en una casa en Nuñez, en la Ciudad, y desde que comenzó a regir la cuarentena total, dejó de ir. Ese asunto también le preocupa. “Cada día se complica un poco más, pero confío en que vamos a salir”, dice.

Rodríguez, cada vez que va a cargar agua, agarra los bidones de plástico que alguna vez compró y camina hacia el lugar. Muchas veces tiene que esperar durante horas para llenarlos, pero ahora, desde que rige el aislamiento obligatorio, no hay fila. “El agua se hierve, de igual manera que el agua que traemos de las canillas, porque tengo una bebé”, explica. “Como alcohol ya no se consigue es lo único que tenemos para lavarnos. Muchas veces también nos rociamos con desinfectante. El agua la usamos para todo, cocinar, tomar mate, lavar la ropa, bañarnos. Es muy difícil. Y a eso se sumó el coronavirus, por lo que nos aumentó el consumo de agua al doble.

Como se puede intentamos seguir la reglas. Tengo chicos. Los tengo que cuidar”, agrega Rodríguez preocupada por la situación.

Según los últimos datos que publicó el Indec en el informe de Encuesta Permanente de Hogares donde analizó la situación en la condiciones de vida en 31 aglomerados urbanos alrededor del país, el 10% de los hogares no cuentan con agua corriente. Y sumó a esta cifra que el 44,3% de los hogares, en los que habitan el 50,2% de las personas, no accede al menos a uno de los servicios básicos: agua corriente, la red de gas o el servicio de cloacas. Esto se traduce que la mitad de las casas de los argentinos no cuentan con de estos servicios.

Además, en el conurbano bonaerense el déficit de agua potable alcanza a tres de cada diez hogares y la mitad de los que consumen agua en canillas comunitarias es considerado “pobre estructural». El dato sobre el conurbano se desprende de un informe del Observatorio Social de la Universidad Católica Argentina (UCA) y la Defensoría del Pueblo Bonaerense que registró que el 75% de las viviendas tienen acceso al agua corriente de red, lo que la ubica 13,7 puntos por debajo del promedio nacional, que es del 88,4 por ciento, según datos del Indec.

Según el Indec, el 10% de los hogares no cuentan con agua corriente. Y sumó a esta cifra que el 44,3% de los hogares no accede a al menos uno de los servicios considerados, (agua corriente, la red de gas o el servicio de cloacas) en los que habitan el 50,2% de las personas. Por lo que en la mitad de las casas de los argentinos no cuentan con algún servicio básico. (Franco Fafasuli)

“Desinfectá, mantenga limpias las canillas”, reza el mensaje escrito con marcador negro por encima de la pared que sostiene a las canillas. “Se cuidan, qué te parece, la gente lo hace. Los propios vecinos cuando se rompen o algo tratan de arreglarlo. Si no nos cuidamos entre nosotros estamos perdidos”, dice Leandro, un vecino de Claypole que bajó de su auto junto a un familiar como lo hace cada 10 días con 25 bidones de agua para cargar.

Leandro saca del bolsillo un spray de alcohol en gel, rocía las canillas y los bordes de sus bidones. “Uno nunca sabe, hay que cuidarse y más ahora que no salgo tanto. Vengo solamente a cargar el agua”, dice.

“Somos dos familias. Venimos seguido. Hoy por suerte no hay cola, estamos contentos. Pero hay días que tenés una cola gigante, hasta allá”, dice mientras señala al fondo de la avenida. Las filas en general son largas. los vecinos llegan con sus recipientes para llevar agua potable a sus hogares de todas partes en los alredores.

La utilización de las canillas atraviese todas las clases sociales. Cada cinco minutos llega algún residente del barrio para cargar sus bidones. Algunos llegan en bicicleta, otros en autos o caminando. Como Valeria, que llegó en su bicicleta con el recipiente colgando del volante. “Dos veces vine hoy, porque no tengo agua. Se me acaba más rápido ahora. La uso para todo, Para tomar mate, para cocinar, para todo”.

Lucas, en cambio, ya no vive cerca de las canillas, pero antes, cuando vivía con sus padres era una costumbre. Ahora tampoco tiene agua potable, por lo que volvió a las canillas. “Aumentó el consumo de agua, por el lavado de manos. Antes estabas haciendo cualquier cosa y no lavabas. Ahora hacés algo y te las vas a lavar, todo el tiempo. Y con el agua de pozo que tenemos no nos vamos a lavar. Esa usamos para baldear o cosas puntuales”, cuenta mientras llena uno de sus recipientes.

Héctor, tiene el baúl de su Chevrolet Miraba abierto. Ya guardó sus 10 bidones de 5 litros cada unidad. El hombre es retirado de la policía y vive a pocas cuadras. “Esta es agua linda. Se puede tomar. Acá muchos tenemos agua de pozo que es imposible de tomar. De usar. Estas canillas nos salvan la vida”, relata.

Otro de los vecinos, Martín, dice: “No tenemos nada. Antes tomábamos agua de pozo. Yo soy del barrio de San Lucas, acá cerca. Hasta que se nos informó que el agua de pozo nos hacía mala. Ya le pedimos al municipio muchas veces que nos pongan el servicio, denunciamos todo, pero nunca pasó nada. En un momento teníamos la conexiona trucha. Te cobraba 200 pesos. Y después AYSA se informó y la cortó, chau agua corriente trucha”.

La situación con el agua corrientes es compleja y necesita de una inversión en obra publica que hace falta años. Los vecinos de varios municipios del conurbano bonaerense y del país se las rebuscan como pueden para conseguir ese bien básico. El método más eficiente para combatir al virus, según todos los expertos, es lavarse las manos. Por lo que una falencia estructural quedó a la vista de todos poniendo en peligro a miles de familias, que no cuentan con la posibilidad de abrir una canilla y que de ahí salga uno de los instrumentos fundamentales para luchar contra el COVID-19.

Fuente: InfoBae