El drama de la ola polar en la toma más lejana de Neuquén

Las familias más vulnerables se las rebuscan con leña y garrafas para afrontar las temperaturas bajo cero en sus casillas de madera y sin gas natural.

Las familias más vulnerables se las rebuscan con leña y garrafas para afrontar las temperaturas bajo cero en sus casillas de madera y sin gas natural.

A pesar de los intentos por avanzar en la urbanización de los asentamientos informales, en el último rincón del Oeste de Neuquén persiste -y crece- una toma de terrenos con cientos de familias que combaten los fríos más duros del invierno con las pocas armas que tienen. Ante un pronóstico de posibles nevadas para estos días, los vecinos se las rebuscan para recolectar leña en la meseta, conseguir bonos para el camión garrafero o proteger sus casillas con nylon para evitar que se mojen sus colchones y frazadas, el último refugio cuando las bajas temperaturas se sienten hasta en los huesos.

En el sector del Cañadón, al norte de 7 de mayo, los lodazales de tierra rojiza dificultan el paso de los autos por las calles serpenteantes que se trepan por la meseta, entre casillas de madera cubiertas de nylon y otras de material. Las mallas de alambre protegen terrenos de formas irregulares, con carteles que anuncian despensas improvisadas o plantan bandera con el apellido de una familia. En un colchón arrumbado sobre la tierra árida, un perro negro se enrosca en una compleja contorsión para usar su pelaje como abrigo, mientras el humo de las chimeneas oscurece todavía más un cielo que ya está gris.

Afuera de su casilla de ladrillos, Gastón tiene una caja con los pocos palitos que le quedan para alimentar su salamandra. Hace dos años y medio que llegó a la toma, y dice que es uno de los primeros en instalarse, pero este frío le desespera todavía más, porque tiene que sostener el abrigo para sus hijos mellizos, de 13 meses, a los que abriga con varias capas de ropa.

«A veces reparten leña en el SUM de la Cuenca, pero la traen cada quince días, y te dan una carretilla que sólo te sirve para dos», se lamentó. Con su hacha de mano, se traslada hasta Colonia Rural Nueva Esperanza para tratar de conseguir madera seca, o paga los 3200 pesos que le cobran por una garrafa. «Los días más fríos usamos la cocina, pero tratamos de que sea poco tiempo porque nos consume todo el gas», explicó.

Gastón está desempleado y, con su esposa, salen a vender viandas para poder subsistir. Él, además, ayuda a su cuñada y a una prima de su mujer, que crían solas a sus hijos y necesitan de sus brazos más fuertes para hachar la leña que consiguen por ahí, o que les entregan en troncos demasiado grandes para caber dentro de sus salamandras.

Diego, que vivía en San Lorenzo, compró un terreno en la toma cuando ya no pudo pagar el alquiler. Se mudó con su mujer y sus dos hijas, que siguen yendo a la escuela anterior porque no existen radios escolares en una casa sin papeles y sin dirección. «Era un terreno más grande pero lo dividieron y se mudó una chica al lado, ahora se fue por el frío, porque tiene un bebé chiquito, y yo le cuido la casa», dice y señala una casilla de madera de la esquina, que se convierte en un punto apetecible para robar o para instalarse.

«Viene mucha gente a preguntar si venden terrenos, o si pueden ocupar algún lugar, porque los alquileres ya no se pueden pagar», explicó el hombre, que se dedica a la albañilería en casas particulares. En su parcela, dos gansos conviven con los perros como si fueran otras mascotas de la familia, mientras una lona cubre un montículo de madera verde, que reposa inútil ante un pronóstico de frío atroz.

«Está verde, larga puro humo pero no calienta nada», dijo sobre las maderas que le trajo un vecino, después de hacer una poda en un barrio más consolidado. Por eso, Diego no tiene más opción que comprar los bines de leña, que se consiguen por 10 mil pesos, y que duran dos semanas cuando los estiran como pueden. «Yo sólo hago fuego a la noche y a la mañana, y de día nos acostamos con frazadas», explicó.

En plenas vacaciones de invierno, sus hijas se entretienen jugando con las otras nenas de la cuadra. Montaron un kiosco en el patio con una mesa de color turquesa, en la que juegan a vender botellas viejas. Cuando el frío aprieta demasiado, se meten en la cama y se entretienen con juegos y películas, porque sus padres se esfuerzan por pagar la conexión a Internet, el único entretenimiento posible para el receso escolar.

Como el camión garrafero sólo pasa a la mañana, justo cuando él y su esposa Mirta trabajan, Diego explicó que no tienen forma de canjear un bono. Por eso, recurren a la leña y al nylon que cubre su casilla de madera, y que les sirve para aislar el paso del frío y evitar que la lluvia moje la madera y mantenga su casa húmeda por semanas. «Ahora pusimos un nylon por adentro, porque se nos llovía», dijo y agregó que durante el temporal no recibieron asistencia para evitar las consecuencias de las precipitaciones.

La toma tiene una conexión clandestina al tendido eléctrico, pero los recuerdos de viejos incendios de casillas los desmotivan de encender una estufa eléctrica. «Ya a la noche se nota cómo baja la tensión», señaló Diego, y aclaró que cada estufa que se recalienta se convierte en una trampa de muerte. Por eso, la leña se vuelve un recurso valioso. Pero escaso.

Noemí es una de las referentes del sector norte de 7 de mayo y presta asistencia a unas 300 familias, que ya le consultaron por las posibles nevadas. «Con mucha lucha conseguimos que pongan reflectores para la seguridad y que la Municipalidad mande un camión de agua todos los días», dijo y señaló su tanque, que conserva una reserva de mil litros para los usos esenciales de ella y su hija Rayén.

Como no puede pagar a una niñera, se dedica a limpiar casas por hora, o vende miel o lencería que ella misma confecciona en distintas ferias de la ciudad. «En invierno, las ventas bajan, y muchas veces tengo que pedir fiado el bin de leña, que solamente me dura dos días si quieren tener la casa con buena calefacción», dijo y aclaró que su hija ya sufrió las consecuencias. Solamente este invierno, la tuvo que internar dos veces por problemas respiratorios.

El camión garrafero pasa, pero demasiado lejos. Algunos vecinos usan carretillas y, la mayoría, inventa un uso nuevo para los changuitos de bebé. Pagar y trasladar leña o garrafas es una tarea casi titánica, pero fundamental para sobrevivir al invierno. «Como somos toma, nadie viene a ayudarnos, no nos traen leña, ni ropa, ni siquiera nylon», dijo Diego, y las postales del barrio, con las lonas de viejas piletas pelopinchos usadas como revestimiento, consiguen darle la razón.

Ahora, mientras el pronóstico del tiempo anuncia temperaturas bajo cero, lluvias y posibles nevadas, los vecinos de la toma muestran el costado más duro del invierno en Neuquén. Para ellos, los copos blancos que otros celebran como un atractivo turístico no son una buena noticia sino un fenómeno que desnuda su vulnerabilidad.

Fuente: La Mañana Neuquén