¿Fin de cuál ciclo?
Fueron muchas y muchos los que a mediados de esta década y en coincidencia -¿casual, involuntaria?- con el despliegue de la ofensiva restauradora del imperio se apresuraron a anunciar el “fin del ciclo” progresista en Latinoamérica.
11/06/2019 EL MUNDOFueron muchas y muchos los que a mediados de esta década y en coincidencia -¿casual, involuntaria?- con el despliegue de la ofensiva restauradora del imperio se apresuraron a anunciar el “fin del ciclo” progresista en Latinoamérica. La derrota del kirchnerismo en el 2015 y el ilegal e ilegítimo derrocamiento de Dilma Rousseff en 2016 así como el grotesco juicio y encarcelamiento de Lula aparecían como signos inequívocos del inicio de un nuevo ciclo histórico. Sólo que los profetas de esta epifanía jamás se aventuraron a arriesgar algo muy elemental: ¿qué venía después? Terminaba un ciclo, bien, pero: ¿quería esto decir que comenzaba otro? Silencio absoluto.
Dos alternativas. O bien adherían a las tesis de Francis Fukuyama sobre el fin de la historia, cosa absurda si las hay; o como los más audaces insinuaban, con fingida preocupación, estábamos al comienzo de un ciclo largo de gobiernos de derecha. Digo fingida porque, hipercríticos con los gobiernos del ciclo supuestamente en bancarrota in pectore preferían la llegada de una derecha pura y dura que, supuestamente, acentuaría las contradicciones del sistema y mágicamente abriría la puerta a quien sabe qué … porque, sorprendentemente, ninguno de esos acerbos críticos del ciclo progresista hablaba de revolución socialista o comunista, o de la necesidad de profundizar la lucha antiimperialista. Por lo tanto, su argumento meramente retórico y academicista moría en la mera certificación del presunto cierre de una etapa y nada más.
Ahora bien: todos esos discursos se derrumbaron abruptamente en las últimas semanas. En realidad, ya venían cuesta abajo desde el inesperado triunfo de López Obrador en México y su tardía incorporación al “ciclo progresista”. Su victoria demostraba que si bien herido seriamente éste no había muerto. La debacle del macrismo y su casi segura derrota en las presidenciales de octubre de este año y la reciente revelación de las ilegales e inmorales argucias fraguadas entre el corrupto juez Sergio Moro y los fiscales del poder judicial brasileño para enviar a la cárcel a Lula asestan un duro golpe a los dos puntales sobre los cuales reposaba el inicio del supuesto ciclo “pos-progresista”.
En la Argentina los macristas esperan lo peor, sabiendo que sólo un milagro los salvaría de una derrota. Y Bolsonaro está al borde del abismo por la crisis económica del Brasil y por haber designado como super-ministro de justicia a un letrado inescrupuloso que da un rotundo mentís a su pretensión de ofrecer un gobierno transparente, impoluto, inspirado en los más elevados principios morales del cristianismo que le inculcaron los pastores de la iglesia evangélica cuando -apropiada y oportunísticamente- lo rebautizaron en el río Jordán como Jair “Mesías” Bolsonaro. Las filtraciones de los chateos por WhatsApp y conversaciones entre Moro y los fiscales dadas a conocer por The Intercept , amén de las múltiples denuncias por corrupción en su contra y sus hijos, revelan que este santo varón llamado a lavar de sus pecados a la política brasileña no es otra cosa que el jefe de una banda delictiva, un impostor, un charlatán de feria, un energúmeno cuyos días en el Palacio del Planalto parecen estar contados. Y mantener a Lula en prisión será cada día más difícil habida cuenta de la farsa jurídica perpetrada en su contra y ahora exhibida a plena luz del día. Y Lula libre es un peligro de marca mayor para el actual gobierno de Brasil.
Lo anterior no debe interpretarse como una aseveración de que el ciclo iniciado con el triunfo de Chávez en las presidenciales de diciembre de 1998 en Venezuela prosigue su marcha imperturbable. Mucho ha sufrido en los últimos tiempos por la obra de destrucción llevada a cabo por Macri, Piñera, Duque, Bolsonaro y la verdadera “armada Brancaleone” que Trump y su predecesor instalaron en Latinoamérica. Pero la realidad es porfiada y un traspié no es derrota, como tampoco lo es un retroceso puntual. La larga marcha por la emancipación de nuestros pueblos, que nunca fue lineal e invariablemente ascendente, sigue su curso y acabará por desalojar a esos gobiernos entreguistas, reaccionarios y cipayos que hoy agobian a Latinoamérica. Y no habrá que esperar mucho para verlo.