Historias bajo cero: los trabajos que desafían al termómetro invernal

Temprano, cuando las temperaturas no perdonan, parece más difícil encarar la jornada laboral, sobre todo si, como estas cinco personas, deben afrontar una tarea al aire libre.

Temprano, cuando las temperaturas no perdonan, parece más difícil encarar la jornada laboral, sobre todo si, como estas cinco personas, deben afrontar una tarea al aire libre.

“En la mesa del pobre no habría complejo, si sobrara galleta, ¿pa´que consejo? No se entienden razones por muy sensatas, cuando el frío te yela y andas en pata” puntea José Larralde, en uno de sus recitados.

Cincuenta años pasaron desde ese estreno, pero pocas cosas cambian cuando se habla de prioridades: hay que salir a buscar el sustento, aunque pegue el invierno.

Por estos días, en el Alto Valle, se reeditó el ritual del doble par de medias y varias camperas. En las mañanas, el termómetro cruza la línea de los bajo cero cuando estos trabajadores se preparan para cumplir horario, en la oscuridad de la Patagonia que se tarda en amanecer. La suya es una sensación que muchos comparten, pero cobra un sentido distinto cuando cuando el puesto de trabajo es al aire libre.

Una placera, un canillita, el obrero de un aserradero, también un ayudante de albañil y un gomero. En una vuelta que “Río Negro” dio por distintos barrios , ellos fueron los que se animaron a compartir su experiencia.

A pesar de todo

¿Quién quiere trabajar en medio del frío? No se trata de querer, eso se vuelve obvio en sus respuestas. Pero tampoco se miran con ojos de sensiblería.

“Es nuestro trabajo, nuestro deber, el sustento nuestro de todos los días, así que tenemos que salir adelante, no hay otra”, se determina Mirta Tremolar, de 54 años, mientras apaga el calor del cigarrillo que la acompañó cuando sacaba el rastrillo del depósito.

“Ya estoy acostumbrada a todas las estaciones. El invierno es bravo, pero en primavera y verano es hermoso este trabajo” Mirta Tremolar, Se ocupa de las plazas del Canalito.

En una de las plazoletas del Canalito, cuenta que como mujer se adaptó bien al puesto, en el que lleva años. Llega en moto al obrador y después se mueve sin miedo a estar sola, aún cuando todavía no sale el sol.

“Ya estoy acostumbrada a todas las estaciones. El invierno es la más brava, pero en primavera y verano es hermoso hacer este trabajo”, reconoce.

Acompañado por su bicicleta, José Ortega, de 44 años, ve los autos pasar, sentado en el paredón junto a la vía, sobre calle Don Bosco.

De pronto, un toque de bocina lo pone de pie, y se acelera para llegar al cordón, diario en mano. Así transcurren sus mañanas desde las 6, cuando pasa por la distribuidora, a buscar los ejemplares del día.

Lleva 20 años como canillita, en los que las heladas lo curtieron. Más complicaciones le traen las lluvias, pero sigue. Esperaba, sereno, el vapor del café que le acerca todos los días un vendedor ambulante.

Sobre ruta 65, en la salida por calle Alsina, Omar Carrasco se acerca a saludar, sacudiéndose el aserrín que los cajones salpicaron en su abrigo de buzo.

Es el presidente de la Cooperativa 1° de Mayo, pero no sale de una oficina, sino desde atrás de las máquinas, donde clava maderas junto al resto. En medio, arden los troncos que encendieron dentro de un tambor y la llama naranja matiza, al menos, algo de la mañana nublada.

“Al frío lo apañás con ropa, pero la crisis, ¿con qué la apañas? Si no hay trabajo, más en el invierno que baja todo, ¿cómo haces?” Omar Carrasco, Presidente de la Cooperativa 1° de Mayo.

“Tenemos barro, tenemos agua, pero tenemos que trabajar igual, porque si no lo generamos nosotros, no tenemos nada de nadie”, dijo con franqueza.

Hasta el aserradero llegan todos los días 3 ó 4 desocupados buscando vacantes, pero no hay. Las facturas de luz e insumos los espantan y la falta de clientes que paguen al contado los obligan a ponerse firmes a la hora de una venta.

Frente a ese panorama, más que el frío, les preocupa la crisis. “Al frío lo apañas con ropa, pero la crisis, ¿con qué la apañas? Si no hay trabajo, más en el invierno que baja todo, ¿cómo haces?”, se indigna Omar. El ideal para él y sus compañeros sería que bajen los gastos fijos, de lo contrario, “están matando a todas las empresas recuperadas”.

Mientras tanto, al frío lo enfrentan con doble campera, guantes y alguna docena de tortas fritas que les pasa a vender otro vecino. Alguno que está como ellos, rebuscándosela para el pan de cada día.

Un abismo separa a Emanuel Guerrero y a Claudio Poblete en cuanto a la experiencia. El primero entraba en calor en su primer día como ayudante de albañil. Con 27 años y gorra skater, lo primero que menciona es su agradecimiento a Dios porque ese trabajo, “por precario que sea, representa un paso más en el proceso de recuperar mi vida, salir de la droga, aportar en su casa”.

“Hay que darle gracias a Dios por otro día mas de vida, de salud, y de trabajo. Le di gracias a Dios y vine cantando alabanzas” Emanuel Guerrero, En su primer día de trabajo de albañil.

En esas 24 horas que se disponía a atravesar, ya estaba mejor que algunos de sus amigos en Villa Obrera, donde sabía que al menos uno pasó la noche gélida en una pieza de chapa.

Allí todo era barro, pero tuvo que salir caminando, por el costado de la Ruta 65, hasta la obra donde lo contrataron en Gómez.

En ese trayecto casi lo atropella una automovilista, que no lo vio, por la oscuridad de la mañana. Pero él llegó cantando alabanzas.

Claudio no se queja del madrugón frío. La gomería le permitió pagarle la universidad a su hijo. Foto: Andrés Stefani.
Claudio sonríe ante el micrófono en su gomería, la que lo ayudó a sostener a su familia de tres, por varias décadas. Gracias a eso logró mandar a su único hijo a la universidad.

“Hay que aguantar; son años. Te vas acostumbrando a que el invierno es así, la gente la pasa mal, pero bueno, hay que ponerle onda” Claudio Poblete, Dueño de una gomería que arranca temprano.

Confía ese detalle con orgullo en sus ojos, el mismo que se lee cuando se define como nacido y criado en ese punto de la ciudad.

Su año se divide entre los dinámicos meses de temporada frutícola y los que no lo son. Le preocupa la crisis y cómo ésta lo obliga a “achicar” cada vez más su billetera.

Pero si de algo sabe el laburante es de resistencia. “Hay que aguantar; son años. Te vas acostumbrando a que el invierno es así, la gente la pasa mal, pero bueno, hay que ponerle onda”, se despide.

Fuente: Río Negro