Israel-Palestina, razones más allá de las emociones
09/08/2014 OPINIÓNEl conflicto entre israelíes y palestinos suele pensarse cómo drama humano, conflicto religioso o desgracia histórica, y en esos ejercicios suelen quedar solapados los intereses concretos y las razones de Estado. Tal vez haya que ir a estos lugares para entender por qué, después de 60 años, el conflicto sigue ahí, más vivo que nunca.
Los juicios éticos son inevitables. En el caso de las muertes en la Franja de Gaza, cualquier postura humanista queda horrorizada ante el espectáculo de tanto sufrimiento. Pero si nos quedamos en esa condena moral difícilmente pueda tener respuesta lo que debería ser la pregunta más lógica de todas: ¿por qué aún existe este conflicto? Para eso hay que hablar de política, intereses y opciones reales. Hagamos el intento.
Empecemos por una información “neutra”: hasta el momento de escribirse estas líneas, se cuentan 1.062 palestinos y 45 israelíes muertos. La desproporción aumenta todavía más al saber que de los primeros, la inmensa mayoría son civiles, mientras que en el caso de los segundos, 43 son soldados del ejército. Prácticamente todas las muertes ocurrieron dentro del territorio de Gaza, y sólo 3 en Israel.
Esta desigualdad de víctimas en el conflicto tiene una traducción en el desbalance militar y económico. Mientras Israel posee cientos de ojivas nucleares (aunque no reconoce tener la bomba atómica, tampoco lo desmiente y es el único país del Medio Oriente que no firmó el Tratado de No Proliferación Nuclear) y uno de los ejércitos mejor armados del mundo, Hamas, el grupo palestino más radical, apenas logra tirar cohetes que en su mayoría son interceptados por los escudos antimisiles.
Las diferencias económicas siguen el mismo patrón: mientras que Israel es el principal exportador de gemas de diamantes del mundo, el cuarto en armamento militar sofisticado (después de Estados Unidos, Rusia y Alemania) y un importante productor de informática, los territorios palestinos sólo cuentan con un mercado interno empobrecido que sobrevive a expensas de la ayuda internacional.
Palestina e Israel son mundos distintos, pero pegados uno al otro.
Esa desigualdad afina la pregunta inicial: ¿por qué, con semejante desproporción de fuerzas entre ambos bandos, la guerra continúa? En general, cuando un conflicto se prolonga es porque los que se enfrentan tienen algún tipo de paridad que impide un desenlace. Un ejemplo relativamente cercano a nuestra realidad es el conflicto colombiano: durante décadas el ejército del Estado no pudo torcerle el brazo a la insurgencia que, en algunos momentos, llegó a controlar casi la mitad del territorio. Recién hoy, con la guerrilla muy debilitada, el camino de las negociaciones hacia la paz parecerealista.
Sin embargo, en caso de Palestina e Israel, esa desproporción, cada vez más acentuada, parece conducir a un lugar completamente distinto. Dicho de manera descarnada: para Israel, los “costos” de la paz, al menos en el cálculo de su dirigencia, parecen mayores a sostener la situación actual. Ese, lamentablemente, parece ser el caso.
No se trata de ningún espíritu sanguinario de la sociedad israelí, ni siquiera debe buscarse la “culpa” en una supuesta tendencia belicista en la derecha política que hoy domina el Estado. Por el contrario, la perpetuación del estado de guerra parece ser un cálculo racional.
Ese cálculo parte de aquella misma desigualdad: si Israel finalmente reconociera un Estado palestino, a los pocos meses estaría probablemente enfrascado en arduas negociaciones de todo tipo: territoriales, económicas, migratorias, etc. Todas esas demandas palestinas no estarían ya en la boca de fusiles y cohetes extremistas, sino llevadas a cabo en escenarios internacionales como la ONU, organismos regionales y otros gobiernos con los cuales los palestinos podrían tejer vínculos de manera legal y abierta, y no como ahora lo deben hacer las organizaciones como Hamas y Al Fatah, de manera secreta o por lo menos entre bambalinas.
Palestina tendría, a los ojos del mundo, aliados y no cómplices. Estados con los que incluso podría comerciar armas (como, de hecho, lo hace en forma muy destacada Israel) y por lo tanto balancear en algo la desproporción de fuerzas militares que hoy existe en el conflicto.
Por otra parte, el gran aliado israelí, Estados Unidos, tendría pocos motivos para no tener relaciones diplomáticas con el hipotético Estado palestino y, consecuentemente, debería matizar en algún aspecto la alianza que hoy lo une a Israel. Que esto es una posibilidad cierta lo muestra que aún el gran cuco del “eje del mal”, Irán, logró en los últimos tiempos algunos acuerdos con EEUU, en virtud del descontrol en que se sumió Irak, con el avance del grupo Estado Islámico de Irak y Levante, de facción sunita y por lo tanto opositor a los chiítas que gobiernan en Irán. Es decir, los enemigos de hoy, pueden no serlo del todo mañana.
Poco y nada de ese escenario parece conveniente, al menos a priori, para los intereses puros y duros del Estado de Israel.
Ahora bien, se podrá argumentar que lo de Israel, antes que un mero enfrentamiento por límites con un vecino, es más parecido a las situaciones de colonialismo que durante el siglo XX tuvieron países como Francia e Inglaterra en territorios de África. Allí tampoco había bajas considerables en el bando colonizador y sin embargo, al cabo de un tiempo, cuando los movimiento de liberación nacional se hicieron fuertes, las metrópolis abandonaron la lucha y se retiraron.
La diferencia es elemental: Israel no puede hacer las valijas y retirarse porque la situación de colonización ocurre en el espacio lindante a su territorio, por no decir en lo que muchos israelíes consideran su propio territorio. Más allá de que se cuenten las fronteras de 1948, 1967 o 2014, kilómetro más o kilómetro menos, palestinos e israelíes, colonizado y colonizador, están en el mismo espacio.
Finalmente -y lo que demuestra que Israel, con lógica en sus intereses inmediatos más concretos, no busca el fin del conflicto- es la elección del “otro” en Gaza y Hamas y no en Cisjordania y la Autoridad Palestina. Puede aceptarse que es difícil (o casi imposible) negociar con un grupo como Hamas que sigue sin reconocer el derecho de Israel a existir y gobierna un territorio con casi dos millones de personas acorraladas en lo que parece más un campo de refugiados que otra cosa. Pero nada impediría, si Israel tuviera incentivos concretos (no éticos) para buscar la paz, fortalecer a la Autoridad Palestina que gobierna desde hace años pacíficamente Cisjordania, territorio que es quince veces más grande que Gaza y tiene una población mayor. Lugar donde el fundamentalismo religioso es, además, marginal: la ciudad de Belén, bajo control de la Autoridad Palestina eligió, en el 2012, a una mujer, Vera Babuon, como alcaldesa por el movimiento Al Fatah.
Sin embargo, Israel eligió construir en esa zona un muro de cemento y alambre de 700 km que cercó, literalmente, a los habitantes de Cisjordania en su propio territorio. Esta política, a lo que se suman los ataques mortales en Gaza de estas semanas, aumentan las simpatías palestinas hacia Hamas y, por contrario, debilitan al sector moderado de la Autoridad Palestina y Al Fatah.
Frente a todo esto se pueden hacer condenas morales y proclamas humanistas, pero para buscar indicios reales de paz habrá que esperar que alguna de estas ecuaciones cambie. Que, sencillamente, la paz sea una mejor opción que la guerra.
Columnista: Federico Vazquez