La batalla contra el hambre: incansable labor de santafesinos para alimentar a los más vulnerables

En Santa Fe son decenas de organizaciones que trabajan para que no se agrave la condición de fragilidad social. El Banco de Alimentos tiene grandes aliados para la lucha contra el desperdicio y el rescate de la comida. El Litoral dialogó con especialistas y referentes de comedores comunitarios.

En Santa Fe son decenas de organizaciones que trabajan para que no se agrave la condición de fragilidad social. El Banco de Alimentos tiene grandes aliados para la lucha contra el desperdicio y el rescate de la comida. El Litoral dialogó con especialistas y referentes de comedores comunitarios.

El país atraviesa una difícil situación económica y sanitaria, y entre sus efectos colaterales hay uno que cada vez es más grave: la pobreza. El hambre se hace notar cada vez más y la gente pidiendo casa por casa va in crescendo. Es por eso que luchar contra la falta de alimentos es uno de los desafíos a vencer.

En este Día Mundial de la Alimentación, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (conocida como FAO por su siglas en inglés) -bajo el tema «Cultivar, nutrir, preservar. Juntos. Nuestras acciones son nuestro futuro»- hace un llamado a la solidaridad internacional para ayudar a todas las poblaciones, «especialmente a las más vulnerables, a que se recuperen de la pandemia, y a hacer que los sistemas alimentarios sean más resilientes y robustos para que puedan resistir el aumento de la volatilidad y de los choques climáticos, y ofrecer dietas saludables, asequibles y sostenibles para todos, y medios de vida dignos para los trabajadores del sistema alimentario», sostienen desde la FAO.

En Santa Fe esta batalla para combatir la demanda alimenticia que hay en sectores vulnerables de la ciudad y sus alrededores, tiene al Banco de Alimentos Santa Fe (Basfe) y a las organizaciones sociales comprometidos en un trabajo codo a codo para rescatar alimentos y acercárselos a los más desprotegidos.

La nutricionista Victoria Gigliotti (MP 1.283) trabaja en las ONGs «Un Mundo Especial» y el Centro de Día «Burburinho», y es el nexo entre el Basfe y las personas que asisten a estas entidades. En diálogo con El Litoral, comentó cómo es la administración de los alimentos para evitar desperdicios y sobre todo para brindar una dieta equilibrada y saludable.

«Lo que hacemos desde que incorporamos la ayuda del Banco de Alimentos Santa Fe es ir adaptando los menús en relación a las frutas y verduras que van llegando. Por ejemplo, si llegan varios kilos de acelga y teníamos pensado una tortilla de papa, la cambiamos por una tortilla de acelga; lo mismo si pensábamos una tarta de choclo, usamos la acelga y hacemos tartas. De esa forma nos acomodamos a la situación que se nos presenta y buscamos variantes para utilizar todo y evitar el desperdicio», contó la nutricionista y agregó: «Desde mi punto de vista como nutricionista este trabajo es gratificante».

Además de los vegetales que significan un alimento rico en nutrientes necesarios para la alimentación sana, la especialista mencionó que la llegada de lácteos es muy esperada. «Leche, en polvo o fluida, yogur, potes de arroz con leche, son alimentos que nos vienen bárbaro porque los utilizamos para las colaciones o los desayunos», destacó.

«Única comida en el día»

Con la barrera a sortear que es la vulnerabilidad y las dificultades que cada uno de los asistentes puede presentar, Gigliotti analizó las situaciones en general con las que se encuentra en las instituciones. «Tenemos casos de chicos que la única comida que reciben en el día es en estos centros, y en esa circunstancias comen lo que se les sirve y eso es muy importante. A las instituciones asisten personas con discapacidad, y en uno de los centros hay personas de 7 a 60 años. Nos hemos encontrado con diversas situaciones, algunas difíciles como el desprecio por los alimentos, pero son personas que educándolas y hablándoles de la importancia de la alimentación, no generan grandes problemas», indicó.

Es menester mencionar que la discapacidad está muy ligada a la pobreza, la vulnerabilidad social y en muchos casos, a problemas de salud ligados a la alimentación. «En estudios de discapacidad hay un alto porcentaje de personas vinculadas a la desnutrición, sea por factores de mala absorción, muchos que no consumen por la boca y tienen alguna sonda. Por otro lado, el Síndrome de Down está asociado a la obesidad y también por factores propios del síndrome», subrayó la nutricionista y concluyó: «En el 90 % de los chicos concurrentes hay igualdad de condiciones de estreñimiento, es decir que casi todos tienen problemas para ´ir de cuerpo`. Por eso nuestros menús están preparados ricos en fibra, en vegetales, frutas, alimentos que ayuden a que ellos puedan acelerar el intestino y que tengan una digestión adecuada».

El trabajo en los barrios

Es la hora de la merienda y los chicos de Alto Verde saben que en el comedor comunitario «Virgen de los milagros», que funciona desde 2004, Susana Ponce y sus colaboradoras los van a recibir con los brazos abiertos -sin abrazos ni besos por la pandemia- pero con una copa de leche y algo más para acompañar y seguir jugando con sus vecinos.

El nacimiento de la entidad se dio un año después de la inolvidable inundación del río Salado que dejó bajo agua a gran parte de la capital provincial. Si bien el barrio costero, ubicado a orillas del río Santa Fe, no sufrió el avance del agua, fue el punto de recepción de los que todo perdieron, una de ellas fue Susana.

El comedor, situado detrás de la Manzana 5 de Alto Verde, recibe a 85 familias (alrededor de 330 personas) los sábados y domingos para que retiren su comida. Mientras que los martes y viernes, se dan 300 copas de leche a los chicos que asisten al merendero, «cuando se consigue», advirtió Susana y al mismo tiempo agregó que hacen el esfuerzo en conseguirla porque consideran que «la leche es el alimento esencial que tratamos de tener siempre».

Esta organización de Alto Verde también forma parte de la Red de Bancos de Alimentos, al ser una de los 96 organizaciones que trabajan a incansablemente con el Basfe. Al ser consultada Ponce sobre cómo es la estrategia para aprovechar el alimento que se recupera y no desperdiciarlo, destacó que «vivo buscando verduras en el Banco de Alimentos, ocupo toda clase de verduras para poder combinar con el arroz o los fideos y hacer un guiso. Todo lo que el Banco me da lo ocupo porque tengo que cocinar 325 porciones de comida», sostuvo Susana, dando a entender que todo alimento es bienvenido y que va a tener un buen destino.

«Buena utilidad»

En el barrio Juan Manuel de Rosas de la comuna de Santa Rosa de Calchines funciona el comedor «Los Gurisitos» para alimentar a 134 chicos con la merienda y el envío de viandas. «Vienen desde diferentes barrios a buscar comida. Acá nosotros tuvimos un momento que íbamos a dejar de dar los alimentos porque cada vez eran más y más los que venían y teníamos poca ayuda», comentó la encargada del comedor, Tere Suárez. Descubrir el Banco de Alimentos fue lo que salvó a «Los Gurisitos» y los hizo seguir adelante.

«Me abrieron las puertas y nos ayudan un montón. Tenemos acceso a lácteos, verduras, fideos, arroz, harina», comentó. Para evitar el desperdicio que puede ocasionarse en la sobra de alimentos de las porciones, la cocinera resaltó que elaboran tortillas, también con las galletitas que llegan quebradas pueden hacer masas para tortas. «A los restos de comida le damos muy buena utilidad, a toda la comida que entra al comedor se le encuentra la vuelta para que sea alimento», dijo.

El horizonte para Tere y su comedor es infinito. El compromiso de ayudar a los que menos tienen es lo que la hace seguir con su labor social cada día. «Quiero seguir ayudando a más chicos y poder seguir abriendo las puertas, porque sabemos de la necesidad que hay y que va creciendo», concluyó.

La soberanía alimentaria: un derecho humano

«La prioridad del sistema agroalimentario debe ser alimentar adecuadamente a los 45 millones de habitantes que somos en el país, y si hay un excedente (y la realidad de nuestros bienes comunes naturales es que nos permitiría tenerlos) podríamos compartirlos con otros pueblos. Hacia el interior del territorio se debe propender a la localización de los sistemas alimentarios, generar sistemas de producción local para abastecimiento local, fortalecer la economía social y popular y el acercamiento directo del productor con el comensal, garantizándoles a unos y otros un precio justo, y a los comensales el acceso a un alimento sano producido de manera local, por un agricultor que de esa manera arraiga en el territorio», destacó Marcos Filardi, abogado de derechos humanos y Soberanía Alimentaria e integrante de la Cátedra Libre de Soberanía Alimentaria de la Escuela de Nutrición de la Universidad de Buenos Aires.

Para el especialista, pensar en soberanía alimentaria hace contemplar la situación de «nuestros bienes comunes naturales, necesarios para la producción de los alimentos: tierra, agua, semillas. En este paradigma la tierra debe estar en manos de quienes la trabajan, la necesitan y la cuidan, y por eso la soberanía alimentaria retoma y vuelve a enarbolar la bandera histórica de la reforma agraria, popular e integral».

Filardi opinó que «las semillas, lejos de ser mercancía patentable u objeto de ´derecho de obtentor`, son patrimonio común de los pueblos que deben seguir estando en manos de las agricultoras y agricultores, para producir alimentos sanos, seguros y soberanos. Y finalmente el agua, lejos de ser una mercancía privatizada, apropiada por las empresas, es y debe seguir siendo un derecho humano y un bien común al servicio de la vida».

De esta manera, con una firme postura, el abogado precisó que «para la soberanía alimentaria los alimentos son un derecho humano reconocido constitucionalmente, que el Estado en todos los niveles –nacional, provincial y municipal- debe respetar, garantizar y adoptar medidas para hacerlo efectivo».

Fuente: El Litoral