La pandemia de «los olvidados»: el Covid de la otra orilla del río Paraná

El fotógrafo Sebastián López Brach retrató a través de siete familias cómo atravesaron los isleños estos meses del 2020.

El fotógrafo Sebastián López Brach retrató a través de siete familias cómo atravesaron los isleños estos meses del 2020.

Oscar trabaja cruzando gente y mercadería de las islas a Rosario, pero la pandemia de coronavirus y la prohibición de la navegación lo dejaron casi sin trabajo. Tochi es puestero en el Charigué y salvó su casa por poco del fuego. Jonás, hijo de Tochi, no va a la escuela desde marzo, pero lejos de ser un pesar, dice que prefiere pasar el día en el lomo de “Boca sucia”, su caballo, explorando el monte. Lo mismo dice Lázaro, que prefiere aprender a pescar con el abuelo en lugar de ir a la escuela. A Benito, con 84 años y más de 20 apencado al Paraná, el aislamiento lo dejó dependiendo día a día de sus vecinos para conseguir comida y medicamentos, los mismos vecinos que lo salvaron del fuego cuando le llegó a la puerta de la casa. Fabián y “La Flaca”, como le dicen todos a Viviana, la maestra, también tuvieron que darle pelea de muy cerca a las quemas el fin de semana que la Boca de la Milonga fue lo más parecido al infierno. Tiana, de 46 años, su madre Patricia, de 86, y su hija Jasmín, son de las pocas mujeres puesteras y domadoras de caballos salvajes que hay en la zona: nunca vivieron en otro lado. Entre la bajante y el fuego dicen no haber visto nunca el paisaje como ahora. Al Turco, pescador artesanal, la bajante y la prohibición de navegar lo dejaron casi sin sustento: el miedo a que lo sancionen y las redes vacías lo tienen a maltraer. Remilly, médico del Charigué, se quedó en las islas desde marzo, asistió a los vecinos y recorrió las 19 mil hectáreas del humedal para llevar medicamentos y elementos didácticos a cada una de las escuelas de isla.
Los retratos de cada uno de ellos, hechos entre días de visita y conversaciones, son parte del trabajo que el fotógrafo rosarino Sebastián López Brach llevó adelante en los últimos meses en las islas del Delta de Rosario. La zona estuvo signada en estos casi diez meses no sólo por la pandemia de coronavirus que tuvo sus casos en la zona pese al aislamiento natural de sus habitantes, sino además por la bajante que secó los riachos y aisló aún más a quienes viven kilómetros adentro y por fuego que asedió a más de 400 mil hectáreas a lo largo y ancho del humedal esta temporada.

Con fondos de National Geographic obtenidos a través de una convocatoria a trabajar especificidades de la pandemia de Covid a lo largo del mundo, López Brach se propuso ponerle caras y nombres, darles voz a través de la cámara, a quienes afirmaron en todos los casos sentirse “olvidados” y “aislados” desde siempre, y que en muchos casos vieron el proceso mundial del coronavirus como “una película ajena y se sintieron acusados cuando el fuego quemaba el humedal y se apuntaba a los isleños”, explica el fotógrafo.

Es que muchos de ellos, como Tochi, trabajan para quienes tienen en esos campos desarrollos ganaderos. “Pero lo que ellos dicen y se preguntan es cómo alguien puede pensar que van a quemar sus propias casas”, agrega.

López Brach señala incluso la distancia brutal que existe entre quienes viven su vida desde siembre en el Delta de islas y quienes integran la Multisectorial por el Humedal, dos mundos entre los que es muy difícil tender puentes. “En el Congreso de la Nación hay más de diez proyectos presentados en el marco del debate por la Ley de Humedales, sin embargo en solo una de esas propuestas está tenida en cuenta la voz de los isleños, sus costumbres y hábitos, la forma de vida en las islas, su subsistencia, que nada tiene que ver con el uso del río que hacen quienes llegan desde la ciudad”, afirma.

Un trabajo sostenido
No es la primera vez que el fotógrafo se adentra en el río y, en esta ocasión, en los riachos secos y los montes quemados por el fuego. En septiembre de 2019 y también con fondos del National Geographic, puso en marcha un proyecto para documentar los tres principales humedales de la Cuenca del Plata: el Pantanal en Brasil, los Esteros del Iberá en Corrientes y el Bañado de la Estrella en Formosa, aunque por ahora todo quedó paralizado por la imposibilidad de trasladarse.

Con ese cambio de planes, el humedal de acá nomás se convirtió el objeto de registro. “El Paraná es uno de los ríos más extensos y caudalosos del planeta. Lamentablemente está sufriendo las peores transformaciones de la historia. Como consecuencia de la sequía y la escasez de lluvias a causa de la deforestación en Latinoamérica, más precisamente en la Amazonia, el río Paraná está padeciendo la peor bajante de los últimos 60 años”, arranca el texto con el que presenta el trabajo.

Registrar las “consecuencias gravísimas, no solo para la fauna y la flora, sino también para las miles de personas que viven y dependen del río para subsistir”, se cuentan entre las metas del proyecto.

La documentación de “los tiempos de Covid” en el humedal le llevó varios meses en la búsqueda de un retrato sobre cómo viven la pandemia del otro lado de la orilla. «Claramente, muy diferente a Rosario”, señala López Brach. Y agrega que el camino lo fue haciendo “a través de distintas historias familiares que dan cuenta de cómo se adaptan a los cambios que imponen no sólo la pandemia sino también las modificaciones del territorio” causadas por la bajante y el fuego.

Las historias una a una
En el trabajo y los encuentros con las siete familias, las imágenes dan cuenta de las diferentes aristas que tuvo la pandemia en el Delta, sumada a la sequía, la bajante histórica y los incendios. Si bien el Covid no les resultaba un problema propio, “lo fue en los hechos”, dice López Brach y señala que de hechos hubo algunos contagios y un fallecido en la zona.

Sobre todo recalca que la bajante y la desaparición de los riachos aisló aún más a los pobladores. “Una persona que se contagia en la isla, tierra adentro, debe hacer horas a caballo para llegar a un centro de salud porque ya no puede navegar todo el trecho, luego cruzar en lancha, bajar en la ciudad y recién ahí buscar asistencia, el escenario es muy complejo”, señala.

Quizá por eso una de las historias que más lo movilizó, admite, fue la Remilly Moulin, un médico de 63 años que con la pandemia decidió instalarse en la isla, pero no sólo para atender a quienes habitan los alrededores del Charigué. Ante la suspensión de las clases y el Covid amenazando, en marzo consiguió un helicóptero de Entre Ríos y en diferentes tramos recorrió las 19 mil hectáreas de Delta que van de Buenos Aires a Santa Fe y Entre Ríos, y entregó medicamentos y material pedagógico en cuanto puesto y escuela conocía.

El Turco (pescador) y Oscar (taxi lancha) fueron de los que quedaron sin trabajo por el virus ante la prohibición de navegación, y en el caso del primero la bajante lo complicó aún más. Eso no impidió que de vez en cuando sacara al río a su nieto Lázaro para enseñarle los secretos de la pesca, esa que se hace con las redes que él mismo teje a mano.

A Tochi, el puestero, más que la pandemia lo complicó el fuego. Pero para llegar a los retratos hubo que componer un camino de diálogo ya que sus experiencias con los citadinos no habían sido buenas. Dice López Brach que el hombre, como muchos isleños, se sentía “atacado” por quienes afirmaban que el fuego era todo producto de la cría de ganado. Y, además, años atrás había mandando a su hija a Rosario a hacer el secundario, pero la joven decidió abandonar.

“Es muy difícil para ellos venir a la ciudad, la experiencias que tienen mayormente son de incomprensión e incluso de discriminación, de ser tratados como ignorantes y faltos de educación. Eso hizo que su hija abandonara la escuela”, cuenta el fotógrafo, convencido del “desconocimiento absoluto de la cultura, los conocimientos y la vida de quienes habitan en las islas”. Tan cerca, pero al mismo tiempo tan lejos. El Covid casi que fue una excusa para rescatar parte de esa vida del otro lado de la orilla.

Fuente: La Capital