La urbanización de Villa Banana es un sueño para sus vecinos y un hito para todo Rosario

Es uno de los pocos asentamientos irregulares ubicados en una zona neurálgica de la ciudad que aún no fue intervenido urbanísticamente de manera integral. Nación, provincia y municipio son parte del proyecto

Es uno de los pocos asentamientos irregulares ubicados en una zona neurálgica de la ciudad que aún no fue intervenido urbanísticamente de manera integral. Nación, provincia y municipio son parte del proyecto

En el ciclón de noticias que circulan diariamente hay cosas importantes que a veces pasan desapercibidas. Sucedió estos días con la información de que en Rosario se urbanizará la histórica Villa Banana. El anuncio pasó como si nada. Como si hubieran anunciado la poda y escamonda en un barrio. Como si hubieran avisado que mañana no hay que sacar los residuos porque es el Día del Recolector. Pero hay que detenerse y valorarlo en su dimensión. Villa Banana es el asentamiento irregular más emblemático de la ciudad, y donde nunca el Estado encaró una intervención integral. Y un dato no menor: el proyecto es el resultado de la articulación de los tres niveles del Estado: el gobierno nacional gestionó el aporte de 390 millones de pesos por parte del Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento (Birf), sin obligación de devolución (en un trámite burocrático que comenzó en 2018 con el anterior Ejecutivo), la provincia dio el indispensable aval legal, administrativo y de impacto ambiental, y el municipio diseñó el proyecto y controlará su ejecución. Grieta go home, al menos en Villa Banana.
Desde 1930 Latinoamérica experimenta un acelerado proceso de urbanización, a tal punto que se convirtió en la región más urbanizada del mundo. Rosario ha sido parte de este fenómeno: recibió habitantes principalmente de provincias del norte, pero también de países vecinos que escapaban de las crisis regionales atraídos por las mejores condiciones de vida y empleo de la ciudad. Y estas personas, al no tener capacidad económica para ingresar al mercado formal de tierras y viviendas, desarrollaron diversas estrategias habitacionales a los fines de acceder a la ciudad, principalmente la radicación en asentamientos irregulares en las periferias urbanas.
El último dato oficial, que es de 2016, indica que en Rosario hay 115 asentamientos irregulares donde viven unas 36.897 familias. Es decir, allí residen aproximadamente unas 168 mil personas, el 17% de la población de la ciudad. Estos asentamientos ocupan cerca de 550 hectáreas (la ciudad tiene en total 17.900), de las cuales el 60% son terrenos privados, el 36% estatales (municipal, provincial o nacional, principalmente a los lados de las vías de ferrocarril y márgenes de los arroyos) y el resto son calles aprobadas por ordenanza.

Pero en estos asentamientos no solo existen problemas habitacionales y de falta de servicios públicos, infraestructura y equipamientos básicos, sino también bajos niveles educativos, de salud, subempleo o directamente desocupación y una población estigmatizada por la violencia.

Según el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (Pnud), América latina es la región más desigual del mundo desde el punto de vista económico, superando incluso al África subsahariana, y la pobreza juega un papel principal en este fenómeno social. Ni Argentina ni Rosario están en los casos más extremos de esta situación, pero tampoco son la excepción. Los niveles de pobreza son estructuralmente altos y en tiempos de crisis se ahonda el problema: hoy el Gran Rosario tiene el 38,3% de su población bajo la línea de pobreza (506.419 personas), y de ese universo el 7,4% es indigente (98.008 personas). (ver acá)

Muchos actores políticos y económicos invisibilizan el tema de la pobreza (porque habría que atacar sus causas), pero inevitablemente la sociedad tiene que hacerse cargo de las salvajes desigualdades que genera. Porque los asentamientos irregulares no son otra cosa que productos de procesos de exclusión que conllevan distintas políticas implementadas en el país y la ciudad. Por ello, la importancia de las acciones que puedan reparar en parte esta brutal brecha.

Y los trabajos que en los próximos días comenzarán en Villa Banana están en esta línea. Transformar los asentamientos irregulares en barrios formales incorporados a la traza urbana es de una trascendencia enorme para las familias que residen allí. El derecho a la vivienda con acceso a los servicios básicos, infraestructura y titularidad de la tierra es un salto en la calidad de vida de estos rosarinos. La integración urbana es un proceso indispensable para superar situaciones de segregación e impulsar la inclusión de las personas. Todo Rosario debería dimensionar esto.

“Urbanizar en lugar de erradicar o relocalizar implica aceptar que esos trazados son parte de la ciudad formal, e implica también reconocer que quienes habitan en ellos son mano de obra esencial de las ciudades y necesitan vivir cerca del mercado de trabajo. Un proceso de urbanización significa llevar el Estado, el espacio público y los servicios a estos barrios precarios. Para sus habitantes es una inyección simbólica”, sostiene el arquitecto y urbanista rosarino Jorge Jáuregui, doctor Honoris Causa por la UNR y uno de los responsables del programa Favela-Bairro en Río de Janeiro que permitió urbanizar barrios de la capital carioca. (ver acá)

Rosario viene desarrollando en las últimas dos décadas un plan de regularización de asentamientos como política de inclusión social. El plan Rosario Hábitat (con financiamiento del BID) intervino en su momento en Las Flores (beneficiando a 356 familias), Empalme (1.050), Corrientes –La Lata– (828), La Lagunita (279), Molino Blanco (799) e Itatí (1.046). Hoy hay planes de trabajo en Republica de la Sexta, Cordón Ayacucho, Cullen y Sorrento, Villa Moreno y La Cerámica.

Si bien los asentamientos irregulares se encuentran distribuidos prácticamente en toda la ciudad, la zona oeste es el sector que más concentra barrios populares. Se estima que en este sector 14.315 familias viven en asentamientos con una población de 71.575 habitantes.

Y Villa Banana es el barrio popular más importante en esta zona, el más emblemático de la ciudad y uno de los asentamientos irregulares más antiguos (el más viejo es el de República de la Sexta, lindero a la Ciudad Universitaria). Villa Banana está delimitado por avenida Perón al norte, Seguí al sur, Avellaneda al este y Felipe Moré al oeste (se ubica frente al Centro Municipal de Distrito Oeste) (ver acá). Abarca una superficie de 85.800 metros cuadrados. La ocupación se dio a partir de 1960 en forma espontánea y el nombre de Villa Banana hace referencia a la forma curva que adoptó el primer grupo de viviendas que se instaló siguiendo la traza de las vías del ferrocarril.

Villa Banana es uno de los pocos asentamientos ubicados en una zona neurálgica de la ciudad que aún no había sido intervenido urbanísticamente de manera integral. Por eso la trascendencia del acto del miércoles pasado cuando se abrieron las ofertas económicas de la licitación para el segundo y tercer tramos de las obras de reconversión de la zona (la primera ya se adjudicó y comienzan los trabajos esta semana) correspondiente al programa del Ministerio de Desarrollo Territorial y Hábitat de la Nación, que se realizan con fondos no reintegrables del Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento (Birf). La urbanización es producto de un acuerdo entre la Nación, provincia y municipio. Las obras beneficiarán a unas 1.300 familias y el área que se intervendrá está delimitada por las calles Rueda, Servando Bayo, avenida 27 de Febrero y bulevar Avellaneda.

Los trabajos contemplados son de apertura de calles y completamiento de la red vial, ampliación de la red de agua potable y de desagües cloacales, desagües pluviales superficiales y subterráneos, red eléctrica y alumbrado público; red peatonal e infraestructura en pasillos peatonales, arbolado público y plaza pública. La urbanización ya cuenta con cinco cuadras liberadas y la construcción de frentes de viviendas en dos de esas cuadras realizadas por la gestión municipal anterior.

Parte de los vecinos de Villa Banana que se beneficiarán con estas obras son quienes antes de cada clásico le dan un ejemplo de convivencia a toda la ciudad al organizar en la canchita El Potrero (27 de Febrero y Pascual Rosas) el tradicional partido entre leprosos y canallas sin ningún tipo de asperezas y en un clima de amistad. “Por un clásico sin violencia” es el lema de este encuentro.

Son también esos mismos vecinos quienes durante años pelearon por este plan de urbanización de Villa Banana. Y esto es una muestra de la importancia que tienen las organizaciones comunitarias de los barrios, que en el caso de Villa Banana no nacieron ayer ni de un repollo. En la memoria histórica de Villa Banana está la lucha que tuvieron que dar en 1985 ante un intento de desalojo judicial por parte de la compañía Ejido Inmobiliaria, dueña de un amplio predio delimitado por avenida Perón, Servando Bayo y las vías del Belgrano. Gracias a las protestas en las avenidas que circundan la villa, sentadas en el centro de la ciudad, recolección de firmas y gestiones en la Casa Gris, lograron permanecer en el lugar tras un acuerdo entre la provincia y la empresa a través de la expropiación del predio en cuestión.

Y los más memoriosos recuerdan mucho más allá en el tiempo el histórico enfrentamiento de los pobladores de Villa Banana con la dictadura militar: ante los intentos de tapiar la villa meses previos al Mundial de fútbol de 1978 (para que las delegaciones y los periodistas extranjeros no vieran la pobreza del país) los vecinos se agruparon para resistir y las máquinas y obreros debieron retirarse.

Ayer un gobierno militar no solo los ignoraba, sino que los quería esconder detrás de muros, invisibilizarlos por completo. Hoy, y saldando una deuda social, gobiernos democráticos de distintos signos políticos buscan transformar ese asentamiento irregular en un barrio formal. Acortar en algo la enorme brecha que existe entre las dos ciudades que conviven en Rosario.

Para quienes dicen que “todo tiempo pasado fue mejor” acá hay un ejemplo de que en la mayoría de los casos no es así. Ernesto Sabato escribió en su libro “El túnel” que esa frase “no indica que antes sucedieran menos cosas malas, sino que –felizmente– la gente las echa en el olvido”.

Fuente: La Capital