La verdad de una mentira

En 1964, el 31 de marzo fue un martes. Y en la noche de aquel martes el general Olimpio Mourão Filho, llamado por sus pares “vaca uniformada” gracias a sus modales y a su peculiar inteligencia, movilizó sus tropas de Juiz de Fora

En 1964, el 31 de marzo fue un martes. Y en la noche de aquel martes el general Olimpio Mourão Filho, llamado por sus pares “vaca uniformada” gracias a sus modales y a su peculiar inteligencia, movilizó sus tropas de Juiz de Fora, en Minas Gerais, rumbo a la ciudad de Río de Janeiro, a unos 180 kilómetros de distancia.

La iniciativa de Mourão Filho sorprendió e irritó, por inesperada, a los demás comandantes militares. No por legalistas: es que tramaban el golpe contra el presidente constitucional João Goulart para algunos días después.

Faltando poco para el mediodía del miércoles primero de abril, las tropas de Mourão asumieron el control de Río.

El presidente Goulart, que estaba en la ciudad, viajó primero a Brasilia y, en seguida, a su provincia natal, Rio Grande do Sul. Sin tener cómo resistir, optó por exiliarse en el vecino Uruguay. El golpe estaba consumado.

¿Por qué los golpistas uniformados y sus aliados e incentivadores civiles tienen como fecha de victoria el 31 de marzo, cuando la caída del gobierno de Goulart empieza efectivamente el día primero de abril?

Por una razón muy clara: en Brasil, el primero de abril es el día de la mentira, eso que en el mundo hispánico se llama “día de los santos inocentes”. El día del engaño, de la trampa.

Como mentira, engaño y trampa es lo que hacen hasta hoy los militares de mi país, empezando por el descerebrado primate que ocupa el sillón presidencial, cuando se refieren a lo que de verdad ocurrió.

Al golpe del día de la mentira le dicen “Revolución”. Y no se refieren al período de brutalidad instaurado por la dictadura, al que le dicen “período revolucionario”. Los menos indecentes prefieren “gobierno militar”, y tratan a los dictadores que se turnaron como “general presidente”.

En ese periodo hubo al menos 464 muertos o desaparecidos. Miles de brasileños fueron al exilio, y unos doscientos militantes han sido prohibidos. O sea, pese a estar vivos dejaron oficialmente de existir.

Recuerdo a un amigo mío, que había sido capitán del Ejército. Militante de una organización armada, fue preso, brutalmente torturado y después, prohibido.

En el exilio, a todo principio de mes iba, acompañado por su esposa, hasta la embajada brasileña. Él se quedaba en la vereda. Ella sí, entraba y cobraba su pensión de viuda. Porque oficialmente, el marido, al ser prohibido, dejó de existir.

Luego los dos salían de la mentira e iban a celebrar su verdad en algún café.

Los mismos medios de comunicación que habían respaldado eufóricamente el golpe –con la única y honrosa excepción del diario Ultima Hora, cuyas instalaciones fueron destrozadas en Rio– pasaron a ser blanco de una censura feroz. Así una epidemia de meningitis que provocó miles de víctimas fatales no existió: su existencia fue censurada.

La tortura se transformó en política de Estado, con un dato poco estudiado por los historiadores: las primeras víctimas han sido integrantes de las Fuerzas Armadas que se rehusaron a sumarse a sus compañeros golpistas.

Violar mujeres era rutina, y muchas fueron vejadas delante de sus maridos y, en algunos casos, de sus hijos pequeños. Hubo al menos cinco casos de niños muy niños torturados delante de sus padres.

¿Será a eso que la aberración que responde por el nombre Jair Bolsonaro (foto) se refiere cuando admite que ocurrieron algunos “problemitas” durante aquel tiempo?

Cuando determina que en el 31 de marzo –hoy, domingo– se conmemore 55 años del golpe que en realidad ocurrió el día siguiente, ¿también determina que se conmemore ese tiempo de barbarie?

El éxito del golpe en el día de la mentira inauguró una larga noche de horror que duró largos 21 años. Bajo muchos aspectos, la dictadura instalada en Brasil anticipó, con algunos años de antelación, la estela de otras en Chile, Uruguay, Argentina, una pavorosa marea que encubrió la región. En ningún otro país, sin embargo, alguien se atreve, al menos en público, a pedir que se conmemore el principio del horror.

Hoy, domingo, Jair Bolsonaro cumple exactos 90 días como presidente. En ese periodo perdió un tercio de la popularidad que tenía al asumir el sillón presidencial. Es la peor marca para un estreno presidencial desde la vuelta de la democracia, en 1985.

El país está virtualmente paralizado. La sarta de patéticas figuras que ocupan varios de sus ministerios poco a poco deja de provocar risas entre los brasileños y despierta una mezcla de angustia e irritación.

La economía sigue durmiente, mientras el número de desempleados rompe marcas y la pobreza y el abandono se integran cada vez más a un paisaje desolador.

A la vez, nunca, siquiera en el auge de la dictadura, tantos militares ocuparon el espacio que ocupan en el gobierno de este degenerado. Lo que más asusta no es hasta cuándo aguantarán semejante cúmulo de vejámenes. La cuestión es qué harán cuando Bolsonaro y su trío de hijos se empiecen a desinflar hasta desaparecer.

Hoy, 31 de marzo, ¿conmemorar qué?

Estar vivos, y nada más.

Por Eric Nepomuceno

Fuetne: Página 12