Latinoamérica: bajo los efectos de la desigualdad y de la corrupción

El clima de agitación que viven distintos países del subcontinente puso al descubierto una profunda insatisfacción social

El clima de agitación que viven distintos países del subcontinente puso al descubierto una profunda insatisfacción social

“Hay dos panes. Usted se come dos, yo ninguno. Consumo promedio: un pan por persona”. Esa sentencia fue inmortalizada por Nicanor Parra, matemático y físico chileno devenido en creador de una estética literaria, la antipoesía, que nació para contraponerse a la poesía tradicional encarnada por Pablo Neruda y otras plumas sublimes.

Aquel aforismo del antipoeta fallecido en 2018 a los 103 años sintetiza con originalidad el formato de distribución desigual de la riqueza que las elites políticas moldearon para Latinoamérica. Los informes actualizados de distintos organismos internacionales revelan que la bonanza que disfrutó la región en la primera década y media del siglo no alteró las reglas.

Datos del Banco Mundial (BM) certifican que América Latina hoy no es la región más pobre del planeta, pero sí la más desigual. En la realidad cotidiana de la región, alguien se come dos panes y al resto le deja sólo las migas, mientras sospechosamente los responsables del reparto no sufren hambre.

Aunque desde comienzos de la década pasada hubo avances importantes para reducir la pobreza como combustible esencial de la desigualdad, la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) señala que a partir de 2015 se han registrado retrocesos en esa materia. Uno de los indicadores más alarmantes tiene que ver con la pobreza extrema, diagnóstico con el que coincide un informe de la ONG Oxfam.

El Panorama Social de América latina publicado por la Cepal en febrero de 2019 destaca la existencia de un contexto regional de bajo crecimiento económico, combinado con profundas transformaciones demográficas y en el mercado de trabajo. El deterioro que evidencian desde 2015 los indicadores laborales se traduce en un aumento de las tasas de desocupación y un incremento del empleo en negro.

Hasta no hace mucho tiempo atrás, Chile parecía un verdadero oasis en la geografía latinoamericana, por la estabilidad de sus indicadores macroeconómicos. Desde afuera de ese país, no se observaba ningún síntoma que hiciera presagiar la crisis volcánica de estos días, aunque se debería haber prestado más atención a los datos de la Cepal: en 2017, el 1 por ciento más adinerado del país se quedó con el 26,5 por ciento de la riqueza, mientras la mitad de los hogares de menores ingresos accedió sólo al 2,1 por ciento de la riqueza neta del país.

Aunque la crisis boliviana que terminó con el ciclo de Evo Morales no tiene como base un detonante económico, los indicadores de los últimos meses reflejan que el país del altiplano se encuentra en una fase de desaceleración. Bolivia es otro buen ejemplo de  desigualdad irresuelta pese a varios años de crecimiento: la brecha enorme entre la población blanca y próspera y la población indígena postergada alumbra dos mitades cuyo mutuo rechazo aflora en días de efervescencia.

Corrupción
En paralelo con los lapidarios índices de desigualdad, la corrupción es una mancha que se proyecta sobre un vasto espacio de la política y la función pública a nivel regional. Para constatarlo bastan las abundantes crónicas periodísticas sobre la cuestión, aunque los informes de la organización Transparencia Internacional (TI) también son una útil radiografía para desnudar la profundidad de las prácticas corruptas, los malos manejos de fondos públicos y la compra de votos.

El último estudio del Barómetro Global de Corrupción elaborado por TI, que fue publicado en septiembre último, reconoce que, Lava Jato mediante, “en los últimos cinco años se han logrado avances en la lucha contra la corrupción” en Latinoamérica. Sin embargo, la mayoría de los ciudadanos cree que “los gobiernos no hacen lo suficiente para abordar el problema”, según destaca el mismo relevamiento.

Como correlato de un cuadro social devastador, a la cabeza del ranking de países más corruptos aparece Venezuela: por las experiencias sufridas, el 87 por ciento de los ciudadanos consultados en ese país considera que los indicadores de corrupción empeoraron. La otra cara de la moneda es Costa Rica, que en 2019 resulta ser el país donde se pagan menos sobornos.

Hay un dato que muestra además los efectos desproporcionados de la corrupción sobre la población femenina de los países latinoamericanos. “Muchas mujeres se ven obligadas a realizar favores sexuales a cambio de obtener servicios públicos como salud, educación y justicia”, revela TI.

La explosiva combinación de desigualdad, corrupción y desaceleración económica no es gratuita para la política.

Así lo demuestra un reciente informe del Barómetro de las Américas: hoy sólo el 57 por ciento de los ciudadanos de la región apoyan la democracia.

El debilitamiento de las instituciones democráticas es un inmejorable caldo de cultivo para otros dos fenómenos que se han instalado con mucha fuerza: la radicalización ideológica de distintos sectores políticos y sociales y el narcotráfico. Los desafíos, ahora, son cada vez más complejos.

Fuente: Los Andes