Mendoza: Hablemos, por favor, de la ciudad garabateada

Digamos que usted no se considera un troglodita, que por el contrario pone empeño en comprender los fenómenos sociales, que entiende y valora el caso de los grafiteros y su aporte a la cultura popular

Digamos que usted no se considera un troglodita, que por el contrario pone empeño en comprender los fenómenos sociales, que entiende y valora el caso de los grafiteros y su aporte a la cultura popular, y que se sorprende cada vez que se entera por los medios de difusión que en alguna ciudad del mundo ha aparecido una obra de ese artista maravilloso que nadie conoce por su cara y que firma con el nombre de Banksy.

Digamos entonces que, por ejemplo, usted se levanta temprano y al salir a trabajar se encuentra con el frente de su casa lleno de esos garabatos o «firmas» con los que esos supuestos congéneres antisistema -o no sé qué- han embadurnado las paredes de la vivienda… ¿No se le revuelven las tripas?

Expliquemos también que usted entiende que el ser humano siente la  necesidad de expresar ideas, emociones o una visión del mundo, y que en esa visión del mundo entran desde Charles Bukowski hasta Walt Disney, desde El Greco hasta Andy Warhol, desde Gabriel Rolón hasta Michel Houellebecq.

¿Pero no es demasiado seguir aguantando en silencio esas cabronadas vandálicas que encima se hacen argumentando derechos de expresión?

Insisto: una cosa es el grafiti artístico, los muy buenos murales de los diversos grupos que hay en Mendoza, esos artistas que, como seres humanos, pactan con funcionarios y particulares «intervenir» paredes para dejar su impronta. Hay ciudades del mundo civilizado que hacen concursos públicos para adjudicar paredes u otros sitios a grafiteros interesados en mostrar su arte.

Otra cosa muy distinta la representan quienes se esconden en las sombras para firmar o garabatear bienes del Estado, es decir del pueblo, o de particulares, con el supuesto objetivo de que el mundo sepa que han pasado por allí, como si se soñaran anarquistas descafeinados.

Eso es berretismo supuestamente libertario.

El cemento respira

Usted y yo entendemos que las ciudades respiran, se agitan, gritan, descansan. Charly García habló incluso de «la grasa de las  capitales» esa sustancia que suele opacar algunas cosas bellas de los conglomerados.

Un edificio centenario de nuestra Ciudad, como el que hoy pertenece al ECA (Espacio Contemporáneo de Arte), es una estupenda obra de la arquitectura. Entonces, ¿lo que hacen a diario los garabateadores con las fachadas del ECA no es un ataque antiartístico, reaccionario?

Uno puede entender -aunque no lo justifique- que a alguien se le ocurra garabatear el Palacio de Justicia o la Casa de Gobierno porque son símbolos del poder ¿pero por qué un museo? ¿por qué una escuela primaria? ¿un hospital? ¿las mayólicas de la plaza España? ¿los ingresos de los edificios de departamentos? ¿ los vidrios del Metrotranvía? ¿por qué las esculturas y monumentos? ¿o las señales de tránsito?

La imbecilidad

Pocas muestras más palpables de la imbecilidad humana que tapar con garabatos y «firmas» las señales de tránsito que indican donde queda un hospital, o las que nos informan dónde está una comisaría, o un sitio turístico.

Los garabateadores o cultores de «la firma» tiene a maltraer a las zonas aledañas a las plazas. En torno a la plaza España hay casas que han sido vandalizadas hasta el hartazgo, no sólo con aerosoles sino con orines y deposiciones.

En una de esas viviendas un cartel pide por favor que ya no meen más en el el rellano de ingreso. En otro de esos inmuebles alarma el nivel de agresión «pictórica»: han garabateado paredes, ventanas, dinteles y zócalos.

No estaría mal preguntarse por la cantidad de dinero que deben gastar los particulares y los entes públicos en tratar de borrar los garabatos que les zampan en sus fachadas.

Digámoslo claro: el garabato no dice un joraca. Ensucia al dope y empobrece el sitio vandalizado. Y, sobre todo, está penado por la ley.

Fuente: UNo