Mendoza: historias mínimas de las mujeres que pelean contra el hambre

Podrían quedarse en su casa, atendiendo sus urgencias y preocupándose solo por los suyos. Pero no. Miran más allá, escuchan más, están más atentas, se preocupan y reaccionan

Podrían quedarse en su casa, atendiendo sus urgencias y preocupándose solo por los suyos. Pero no. Miran más allá, escuchan más, están más atentas, se preocupan y reaccionan. Hasta hace dos semanas luchaban contra el hambre del desempleo y el olvido. Ahora luchan contra eso y contra el de los nuevos hambrientos, los que viven del mango diario y que se quedaron paralizados por culpa de la pandemia del coronavirus.

Son 50 personas, la gran mayoría mujeres que, por iniciativa propia y en forma totalmente voluntaria, gestionan, sostienen, cocinan y atienden 14 merenderos y un comedor comunitario, ubicados en varios de los barrios más necesitados de San Martín, Rivadavia y Maipú.

Lo hacen desde hace mucho, en forma organizada desde hace dos años, pero ahora, cuando la realidad se parece mucho a la angustia, tienen que redoblarse, multiplicarse. “Ya se duplicó la cantidad de gente que viene, y no solo hay que darles meriendas a los chicos, sino a toda la familia, que se ha quedado sin trabajo”, dice Nelly López (55) uno de los motores de este grupo, que viven en los mismos barrios donde viven esos vecinos necesitados.

Seguro hay muchos más, pero este es un buen ejemplo de personas anónimas, que tienen más voluntad que recursos.

Están en Villa Adela, Villa Obrero, barrio Cita, Ramonoff, Aguaribay, en el carril San Pedro. En la calle Bonano, en Chapanay. En el barrio Néstor Kirchner, de San Martín. En la calle Salvarredi, de Alto Verde, donde tienen merendero y también comedor. En el barrio Flores, de San Roque, Maipú. En la calle Medina, de Beltrán, Maipú. En el barrio San Isidro, de Rivadavia…

Es una mujer de trabajo sufrido. Nelly tiene 55 años y “siempre he trabajado en las chacras y en las fincas” y agrega que “cuando se para el trabajo, agarro un cuaderno y un bolsito y me voy a hacer algún curso, para aprender”. Así aprendió a hacer dulces, conservas, tejido, costura… y después les ha trasmitido esos conocimientos a sus compañeras. “Ahora algunas me ganan con tejido y costura, pero mis dulces y conservas siguen siendo las mejores”, dice, riendo.

Cuenta que “tenemos los merenderos hace 2 años y ahora se está complicando bastante. En estos días que no hay clases, vienen más chicos y, para colmo, falta el alimento en los hogares. En mi barrio (Aguaribay, en Palmira) le dábamos merienda a unos 35 niños y el martes tuvimos que hacer para más de 50. En todos lados está pasando igual. Porque, además de que los chicos no tienen clases y muchos no pueden ir a buscar la merienda de la escuela, sus padres están desocupados, viven el día a día haciendo changas… Todos los días se nos suma más gente”.

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Dice que siempre ha hecho esto. “Desde los 12 años laburo acá, en las chacras y en las fincas. Desde los 12 estoy en la viña y eso me dio la posibilidad de tener contacto con esta gente que necesita, que te cuenta las penas, sus hambres, los dulces y el pan casero. Siempre he estado en contacto con la gente que necesita, que la pasa mal, que la rema día a día. Qué sé yo, por eso hago esto, porque esto siempre fue lo mío. Lo hago de todo una vida, armando pequeños grupos de gente que sienta lo mismo”.

Hace dos años Nelly y el movimiento La Dignidad armaron los merenderos. Cuenta que parte de la mercadería la aporta el movimiento, otra “gente de buena voluntad, que nos ayuda, y otra la salgo a buscar yo. Conozco muchos productores, mucha gente en las chacras que nos dan algo. El problema es que ahora, con la cuarentena, es difícil salir, nos cuesta reunir alimentos suficientes y cada vez bien más gente a buscar comida”.

Antes de la pandemia, además hacían talleres, juegos… Ahora es el hambre.Mientras tanto, mientras resuelve el día a día para todos, Nelly busca apoyo, sin darse por vencida. Porque no sabe darse por vencida.

Así, en medio de la pandemia, dan la merienda a decenas, para que se la lleven a sus casas.

La mayoría de esas mujeres y esos hombres no tienen un patrón que quiera comprar su fuerza de trabajo y pagar por ella un salario digno.

La mayoría se inventaron su propio trabajo, en los barrios populares, en las periferias.

La contradicción fundamental de esta sociedad es cada día más clara: están los que caben y los que sobran. Los descartados, de los que habla el papa Francisco.

Para colaborar:

Nelly López: +54 9 261 502-9951

Fuente: Uno