Mundo Orca

El avistaje de fauna en Península Valdés es el gran atractivo de esta región natural protegida.

El avistaje de fauna en Península Valdés es el gran atractivo de esta región natural protegida.

Ballenas, lobos marinos, elefantes marinos, zorros, mulitas, pingüinos y guanacos son parte de la población faunística de la conocida, a nivel mundial, Península Valdés. ¿Y las orcas?

Muchos la llaman «ballena asesina». Pero las orcas, son el delfín más grande del mundo y en su vida despiertan pasión y adrenalina. Son mamíferos, tienen dientes, sangre caliente, paren a sus crías. Y habitan los océanos del mundo cerca de las plataformas continentales: Antártida, Islandia, Kamchatka, Noruega, Nueva Zelanda, Nueva Guinea, Norteamérica y Reino Unido. Y, por supuesto, en el Mar Argentino.

Y es justo en nuestro país donde está la diferencia, porque en Península, en Caleta Valdés, es el único lugar del mundo donde las orcas adoptan un comportamiento distinto que se llama «varamiento intencional». Los expertos cuentan que las orcas lo practican desde chicas y sólo algunas de ellas logran tener éxito en la acción de tomar impulso en el agua junto a la costa para varar en la playa y cazar un lobito marino que atrapan entre sus dientes y con un fuerte envión giran sus nueve metros de longitud y sus más de diez toneladas en un segundo para regresar al mar y compartir la pieza con sus compañeras. Es, sin dudas, uno de los instantes más violentos que rigen en la ley de la naturaleza en estado puro. Salvaje. Extremo. Pero es precisamente ese instante en el que el espectador se integra con la adrenalina y la emoción al momento sublime, inalcanzable, irrepetible y único.

Desde el aire se ve este territorio como una mano abierta y una travesía por tierra hacia Punta Norte deja en claro porqué esta región es Reserva Integral. La adrenalina crece a medida que uno se acerca y se prepara para el avistaje de orcas que cazan lobitos marinos. De esto se trata. Naturaleza virgen y en estado purísimo.

A esta altura, el mar es de un azul oscuro e intenso. Los de más de cuarenta años pueden recordar aquel documental «Allá lejos en el sur», donde una de las cuestiones de la naturaleza que se mostraba era cómo una orca se montaba en la arena y atrapaba un lobito marino. Andy Pruna era el autor del filme y se preguntaba, cámara en mano y en off, si era más fuerte lo que estaba registrando para la posteridad o debía retirarse pues, parecía que los lobitos al verlo huían hacia el mar a pesar de que allí, los esperaban las orcas. Impacta esta especie de masacre. Pero es una Ley del mundo natural. Y de todos los sitios del planeta donde habitan orcas, es en la Patagonia argentina, en especial, Punta Norte donde se produce el varamiento intencional.

Con esta idea y en especial los amantes de la naturaleza virgen se arriman año a año a estas costas de la Península Valdés. Al final de la primavera y al principio del otoño se las puede ver. Y el camino de ripio durante las dos horas que restan desde Pirámides atraviesa la estepa, tranqueras, ovejas, guanacos, estepa y más estepa.

Hasta que de pronto, una curva y el mar. Así, enorme, azul oscuro, se despega del cielo y se recortan todo el tiempo las playas y los acantilados. Y un grupito de árboles verdes, los únicos, auguran una estancia. Es La Ernestina donde su dueño, Juan Manuel Copello, hace dieciocho años que conduce a los grupos de visitantes que se alojan aquí a un lugar privilegiado para avistar orcas.

Desde la época de su bisabuelo, 1907, que crían ovejas. Juan es un experto en orcas, por verano calcula unas 50 personas que duermen en la estancia para lograr ver los varamientos. «En general europeos, en los últimos años, muchos alemanes y norteamericanos», apunta en diálogo con La Capital.

Pero los bichos no esperan. Así es que, una hora de atraso, puede poner fin al sueño de ver orcas. Sin embargo, el mismo camino que conduce a la estancia lleva hasta el mirador público de la Reserva Faunística de Punta Norte. Con guardafauna incluido y sistema de radios, se van comunicando hasta que se pasan el dato de si vieron a «JC», «Mel» o a «Antu».

Un buen folleto con fotos impecables las identifica a cada una. La aleta dorsal que asoma amenazante y una mancha en su base a la que se la llama «montura», y otra junto a los ojos, son la huella digital, y es justo lo que individualizan los expertos para corroborar el estado de cada individuo, y hacer su seguimiento. Si lo han vuelto a ver, si ha desaparecido y qué comportamiento tiene.

Las horas avanzan y uno se vuelve por ese día en un flamante naturalista experto en el mundo orcas. La verdad es que son imponentes y preciosas. Hay orcas hembras y machos. Cuando la aleta que asoma es recta y enorme, es macho y la femenina es más pequeña y con cierta curvatura en uno de sus lados. En esos diálogos se lleva la tarde cuando el sol pierde fuerza sobre el océano. La naturaleza también conlleva mucha paciencia y nadie puede predecir si al final las verá. Que no decaiga.

Son largas las horas de espera. Un lobito, una colonia de lobos marinos, gaviotas, un zorro colorado que pasa y mira. Lo mismo que los «piches», las mulitas chiquitas que hay que ver cómo rajan. La ropa siempre en capas para abrigarse en la intemperie. De pronto se es escucha por radio: «Se acercan». Y del enorme océano que tenemos a nuestros pies, bajo el acantilado, casi planchado, en su mejor momento de marea alta. Mientras algunos lobitos marinos nadan en la orilla y otros duermen panza arriba, el silencio total de la expectativa se interrumpe cuando una aleta negra formidable avanza cortando el mar. Brillante, recta y negra.

Parece estar tan cerca que la podemos tocar. Pero no. La playa es de canto rodado. Y no se entiende como no queda atascada. Es que la marea alta llena el «canal de ataque», el mar crecido inunda las restingas que forman canales por donde acceden las orcas, está pegadito a la playa que baja en picada. Y ahí, también, está la colonia de lobos marinos. Estamos todos, bah. Pero ni se mosquean. El público humano se tapa la boca. Algunos cierran los ojos. Otros ajustan los bionoculares. Se siente el gatillo de las cámaras de fotos. Todo esto ocurre en un segundo. Y nada. Pasa de largo la aleta y se la traga el mar. Da hasta envidia cuando el guardafauna local cuenta que días atrás vio ahí mismo a esa misma hora, cinco varamientos. Después de las 19, comienza a bajar la marea, y con esto, baja la posibilidad de que se acerquen las orcas.

Los que duermen en Puerto Madryn deberán volver al otro día para probar más suerte y los que tienen la suerte de dormir en la estancia La Ernestina, tendrán más changüí. Su dueño, Juan Copello recibe con sonrisas y renueva la advertencia: «Las orcas no esperan. En uno de los viajes, unos años atrás, dos de los huéspedes eran ingleses que se conocieron en la Argentina. Uno de ellos, Mike, profesor en Londres, recorría mares del mundo para avistar orcas; y Ken, busca cada año lugares para admirar la naturaleza, hacer safaris. Cuatro días completos estuvieron de guardia para ver orcas. Hasta que una mañana, luego del desayuno en la estancia bien temprano, Juan apuraba el tranco desde la camioneta 4×4. Con un rápido relevamiento del territorio, se montó una guardia junto al faro de Punta Norte. Y desde allí, radio mediante en comunicación con la región, los datos iban y venían sobre el avistaje de varios ejemplares.

Otra vez, el sol que entibia la mañana, el mar hecho una plancha, pero ni siquiera se veían lobos marinos. La espera mirando el horizonte perfecto puede ser larga. Pero los guanacos, zorros y demases amenizan la guardia. El mundo natural es completo, Hay cactus, matas. Y arenisca. Así que cercano al mediodía surge un nuevo dato, y el grupo se pone en movimiento a bordo de la camioneta. Hay más ánimo a medida que crece la marea. Desde el techo del vehículo hay más visión. De pronto, Juan, el experto grita desfigurado: «¡Orcas!». Y de un salto trepa a su asiento, pone en marcha la nave y salimos todos agarrados hacia «el lugar».

Parece que volamos, pero llegamos. Y ya no es ni faro ni mirador, ahora directamente, estamos junto a la playa, inclinada y de canto rodado. La orden es clara, caminar en fila, arrodillados y en completo silencio hasta un rincón seguro y prudente donde no molestemos a la colonia de lobos marinos, que ahora sí, los vemos cercanos, dentro de las dimensiones patagónicas.

La misión es casi imposible. Las piedras bajo las rodillas hacen un ruido bárbaro y duelen un montón. A uno se le escapa un soplido de esfuerzo y es el mismo que hacen los lobitos y es el mismo que atrae a las orcas, además, ahora, así arrodillados, parecemos lobos de mar. Miedo. ¿Terror? El mar está como ajeno, cerquita de nosotros. Pero ya estamos en el baile, así que el dolor se olvida y se contiene la respiración cuando una seña de Juan advierte la presencia de una aleta enorme. Pero no es una, ¡son siete! Al mismo ritmo cortan el mar, van rapidísimo. Los ojos no alcanzan. Los lobitos juegan en la orilla, chiquititos, preciosos. ¡Avísenles! Se meten al mar, y salen como corriendo. Juegan entre sí, remolonean, son una dulzura.

Y las aletas están súper cerca. Cada vez más. Hasta que una frena, encara la playa y avanza sin más. Lo que aparece es un monstruo gigante con forma de orca, impecable. Que salta y se monta en la playa de piedras y atrapa con la boca un lobito. Toma envión, pega un salto gigante y vuelve al mar revoleando al bichito. Tremendo. Algunos lobitos miran sin comprender. Y ya está. Ya fue.

La orca se une a la manada con la presa entre los dientes. Y la paz vuelve a reinar en la playa. Cuando el estupor del grupo aún no se disipa, se repite la acción, uno, dos y otra vez. Algunos se olvidan de gatillar la cámara. Juan advierte: ¡no se distraigan!. Vemos uno que logra zafar con ayuda de una ola y trepa torpe por entre el canto rodado. En fin. Es raro el ser humano. Porque a esta altura, se olvida de las lágrimas y ante la torpeza de los lobitos que vuelven al mar, el alma cobra la fuerza del depredador y hasta aclama por más. Y ocurren nuevos varamientos, nueva cacería.

Fue una jornada que al contarla nadie la cree. Lo púnico que salva a los lobitos es, también, la misma naturaleza cuando empieza a bajar la marea. Y con ella, las orcas ven dificultada su tarea. El grupo se reúne y mediante señas, nos alejamos, otra vez con el suplicio de caminar arrodillados. La tarde se apaga, el atardecer acompaña durante el camino a la estancia al grupo que sigue en silencio.

La noche es un sueño. Una vez en el living del casco, los ojos grandes de todos expresan más que las palabras. Claro, hay gente que reserva habitaciones hasta dentro de cinco años. Es clave el lugar. Es única la experiencia.

Para otra experta como María Leoni Gaffet, es más lo que «no se sabe» sobre orcas que lo que sí se conoce, la gran incógnita es el gran atractivo. Las orcas habitan los mares que bañan a la península todo el año, pero claro que «cuando nacen los cachorros tanto de elefantes marinos, en noviembre, y en febrero-marzo, los lobos marinos, es cuando se produce el varamiento», explica la secretaria de Turismo de Puerto Madryn, quien además distingue el avistaje de ballenas de entre junio a diciembre, el verano con los delfines y todo el año la avifauna que puebla este enclave de la naturaleza que, en Europa, no se consigue.

Datos útiles

www.peninsulavaldes.org.ar

•Entrada al área Natural Protegida:
-extranjeros $415
-argentino $220
-residente de Chubut $70 (menores de cinco años gratis)

•Estancia La Ernestina:
-habitación base doble y todo incluido, 960 dólares, info@laernestina.com; www.laernestina.com / 0280-15466-1079.

•www.Hotelpeninsula.com.ar / hotel Peninsula , (Puerto Madryn ) por noche base doble $2.369

•Para conocer más sobre el Mundo Orca:
Vía Facebook /Punta Norte Orca Research/ web www.pnor.org

•En Semana Santa, el atractivo está en Madryn con el Vía Crucis Submarino: www.madryn.travel; www.chubutpatagonia.gob.ar; www.chubut.gov.ar; www.madryn.gov.ar

Dónde comer

•»En mis fuegos», es el restaurante del chef Gustavo Rapretti, donde se pueden degustar platos únicos de excelencia, con frutos del mar y cordero patagónico.

Fuente: La capital