Norte neuquino: así aprenden el oficio más hermoso los hijos de los arrieros

Entre las laderas con agua de deshielo y praderas donde pastan sus animales en la veranada a las tierras más bajas de la invernada y las pariciones ya en la estepa patagónica transcurren estas historias de los arrieros trashumantes del norte neuquino.

Entre las laderas con agua de deshielo y praderas donde pastan sus animales en la veranada a las tierras más bajas de la invernada y las pariciones ya en la estepa patagónica transcurren estas historias de los arrieros trashumantes del norte neuquino. Con ustedes, la crónica y la foto de Ricardo Kleine Samson.

Con las primeras horas de luz de este final de otoño, Esteban despierta a María, su compañera y madre de su hijo Pedro. Por la ventana ve llegar a su tío Joaco y están al llegar sus primos Tito y Coco y su cuñado José.
Los burros esperan en la pirca (corral de piedra) que hizo su bisabuelo ayudando a su tatarabuelo hace ya tantas cosas. Los caballos están ansiosos.

Esteban prepara el mate y corta algo del pan de ayer mientras María levanta, porque ya estaba despierto desde que se acostó, a Pedro y lo viste con sus mejores pilchas. ¡Quiere emular a su padre! Este niño con apenas 6 años sabe que va a participar de uno de los eventos más trascendentes de su infancia y que marcará su vida para toda su vida. Lo lleva impregnado en su ADN. Hace frío.

María, Joaco, Tito, Coco y José cargan cada cual su burro con su colchón, su parrilla, sus mantas, abrigos, su agua, una sillita, algunas herraduras y clavos, el lazo. Y llenan su viciera (pequeña bolsa de lana tejida donde guardan sus vicios) con yerba, azúcar, tabaco, fósforos, bombilla, mate y alguna petaquita llena de alegría para matar las penas que se le quieran colar en el andar. La lluviecita de anoche, vino bien.

Cada cual ensilla su caballo. Los ojos de Pedro desbordan de emoción y alegría ¡Y el mundo le queda chico! Mira a su padre, a quien admira, levanta la frente esperando la venia de su madre y entonces sí, mirando a lo lejos, evoca a su abuelo, a su bisabuelo, a su tatarabuelo y a todos sus parientes y entenados que forjaron la cultura que, como bandera, hoy le toca orgullosamente levantar en su peregrina costumbre ancestral de la trashumancia a la invernada, allá, en la estepa de esta hermosa Patagonia. El día pinta lindo.

Los corrales desbordan de inquietos animales ansiosos por salir. Unos mil doscientos chivos, otras doscientas ovejas, treinta vacunos y otros doce caballos.

Como en todos los finales de verano, los animales están gordos y los nacidos en la primavera ya están fuertes. Los perros ya están toreando.

Esteban cierra el rancho que quedará todo el invierno vacío. Mira a su esposa, le guiña el ojo a su hijo a quien además le entrega, como un trofeo, un arreador (rebenque largo) que el mismo trenzó durante la veranada para guiar al piño (rebaño) y, entonces, da la orden de partir. La helada se está levantando.

Desde su veranada en los Cerrillos hasta su invernada en Pampa de Naunauco tienen más de 160 km de recorrido y no tardaran menos de 12 días en llegar, dependiendo del tiempo que les toque en suerte. Dormirán donde puedan y como puedan. Cruzaran puentes y, donde no hay, vadearan desbordantes ríos y arroyos.

Comerán chivo, tortas fritas, guiso, embutidos y conservas. Hará mucho frío y algo de calor. Mucho viento o no, no importa, no son improvisados. Se cruzarán con otros trashumantes con quienes compartirán sus vidas y sus historias. Y las ganas de vivir.

Y así, de esta manera, Los Jorquera, Los Torres, Los Fuentes, los Parada, los Aguilera, mi querido amigo el “mochito” Don Hernández y tantos más volverán a repetir, como el ajo, la costumbre ancestral de la trashumancia que los lleva desde su veranada en las altas cumbres de esta cordillera en donde habita el cóndor y el chacay a sus invernadas en la yerma estepa patagónica.

Y todos los recodos de los caminos a los Cerrillos, a Varvarco, a Manzano Amargo, a Las Ovejas, a La Fragua, a La Matansilla, al Tromen, al Buraleo, a Los Charcos, a La Puntilla, a Ailincó, al Colomichicó (las tierras de doña Marcelina) a Epulauquen…todos, absolutamente todos los caminos se volverán a llenar de vida, de alegrías, de coraje, de esfuerzo, de polvo, de sudor, encuentros y alguna que otra pena rebelde que la petaca sabrá llenar de alegría y también de chivos, ovejas, vacas, burros, caballos y perros pastores, de amigos, de vino y chivito. El norte de esta hermosa cordillera se volverá a llenar de vida.

Hecha esta introducción, con la que espero haberlo ambientado en una de las costumbres más hermosas y antiguas, que aún quedan en este hermoso país y que se da casi con exclusividad en el norte de la Pcia. de Neuquén y en dos o tres lugares más del mundo como España y Pakistán.

La trashumancia, en este caso, es el acto de trasladarse desde un campo en la estepa patagónica donde pasan el invierno (invernada) a otro campo en las altas cumbres de la cordillera (veranada) de manera que, cuando empieza a nevar, vuelven a la invernada y después de la parición del mes de octubre vuelven a las altas cumbres para alimentar a su piño (rebaño) con los pastos que quedan luego de derretida la nieve.

Es una costumbre ancestral que aún se conserva intacta y que vale el esfuerzo de conocer. Algunos recorren muchos kilómetros y llegan a estar un mes trashumando.

Para contactar al autor: ricardo.kleine@ricardokleine.com.ar
Para ver más de su producción: https://www.facebook.com/ricardoakleinesamson

Fuente: Río Negro