En pleno siglo XXI, los militares vuelven a ser un factor de poder en Brasil y se enciende un alerta

Un pronunciamiento del jefe del Ejército llenó de sombras al país.

Un pronunciamiento del jefe del Ejército llenó de sombras al país.

Brasil parece haber entrado en el túnel del tiempo, con un punto de llegada marcado en el militarismo de los años 60 y 70, a un abismo de distancia de lo que se esperaría de un país emergente importante y líder en América Latina a casi dos décadas de iniciado el siglo XXI.
Al jefe del Ejército, general Eduardo Villas Bôas, le bastó con un par de tuits de claro cuño golpista para poner en vilo a todos el martes a última hora.

Los tuits

«En esta situación que vive Brasil, resta preguntar a las instituciones y al pueblo quién está pensando realmente en el bien del país y de las generaciones futuras y quién solo en sus intereses personales», dijo en uno.
«Aseguro a la Nación que el Ejército Brasileño comparte las ansias de todos los ciudadanos de bien en el repudio a la impunidad y en el respeto a la Constitución, la paz social y la democracia, así como que se mantiene atento a sus misiones institucionales», disparó en el otro.
Los mensajes fueron claros: Luiz Inácio Lula da Silva piensa solo en sí mismo, el Supremo Tribunal Federal que ayer trató su suerte no debía avalar el pedido de la defensa del expresidente y que es el Ejército el único actor que vela por la ley, la ética y la paz social.

Villas Bôas saldó así un delicado debate jurídico que involucra la vigencia de presunción de inocencia y las garantías de un debido proceso, erigiéndose en el poder de control de constitucionalidad de Brasil. Asombroso. Otros generales se pusieron de inmediato a su disposición «para lo que haga falta», también en las redes sociales, llenando al país de desasosiego.

La ultraderecha
En tanto, el principal rival de Lula en las encuestas, el diputado de ultraderecha y exmilitar Jair Bolsonaro, respondió en Twitter, usando mayúsculas en pos de infundir más ímpetu patriótico, que «el partido del Ejército es Brasil. Hombres y mujeres, de verde, sirven a la Patria. Su Comandante es un Soldado al servicio de la Democracia y de la Libertad. Así fue en el pasado y siempre lo será. Con orgullo: ‘Estamos juntos, General Villas Bôas. Jair Bolsonaro / Capitán / Diputado Federal».
Mientras la región callaba, Michel Temer no atinaba a refutar a Villas Bôas (por no decir que realmente debería destituirlo) y la mayor parte de los partidos políticos callaban por estupefacción o por complicidad, las calles hervían con multitudes no impactantes pero sí muy militantes, ciento cincuenta juristas difundían comunicados contra una posible asonada militar y el exprocurador general Rodrigo Janot advertía contra un «retorno a 1964», año de inicio de la última dictadura.

Los síntomas van mucho más allá de un par de tuits provocadores

Temer ordenó la intervención militar de la seguridad en el estado de Río de Janeiro, no se sabe si decidiendo empoderar a las Fuerzas Armadas o simplemente cediendo ante un nuevo balance de poder. La medida es bien tomada por la mayoría de los fluminenses, insensibles a las advertencias de especialistas sobre el rudimentario «know how» de los uniformados para vigilar calles y barrios y al temor de los habitantes más vulnerables de las favelas. En ese contexto, aun espera aclaración el asesinato de la concejala de izquierda Marielle Franco, abatida con balas de origen policial en la ciudad de Río de Janeiro, acto ante el cual los militares se mostraron inútiles.
El fin de semana, una encuesta de la firma Ipsos reveló que el 64% de los brasileños ansía que los militares se hagan cargo de la seguridad en sus estados, con máximos del 80% en los amazónicos y mínimos del 47% en los del sur.
También Bolsonaro es un emergente del nuevo clima de época. Habría sido impensable hasta la actual crisis que pudiera ser una opción de poder un dirigente que reivindica la última dictadura, que dedicó su voto por la destitución de Dilma Rousseff al emblema de las torturas en esa época aciaga, que se ufana de su misoginia y su homofobia y que promete «meter bala» sin miramientos.
El mero estado de cosas, independientemente de una improbable concreción de las amenazas de golpe, permite ya hablar, al menos, de una democracia condicionada, vigilada en Brasil. El complot político que sacó del cargo a Dilma, en base a tecnicismos poco defendibles, comienza a mutar en algo todavía más peligroso.

Fuente: El tribuno