Solo en 14 cuadras del macrocentro rosarino hay 100 personas viviendo en la calle

En la Terminal de Omnibus, las asociaciones de voluntarios reparten cerca de 150 viandas por noche entre gente que no tiene dónde dormir. Una realidad que golpea e interpela

En la Terminal de Omnibus, las asociaciones de voluntarios reparten cerca de 150 viandas por noche entre gente que no tiene dónde dormir. Una realidad que golpea e interpela

Cualquier caminante atento que transite por el centro de Rosario advierte que cada vez hay más personas que duermen o viven en la calle. Algunas organizaciones que las asisten aseguran que es así. Si bien se trata de un fenómeno que se profundiza por la indigencia y la pobreza estructural, las causas son múltiples y pueden obedecer a consumos problemáticos, separaciones, situaciones de abuso, pérdidas de trabajo, ruptura de vínculos familiares y trastornos de salud mental. En el último tiempo, las usurpaciones de viviendas en los barrios y la violencia que agita el narcotráfico suman al desgarrador mundo de la gente sin hogar.

Hay una hora de la tarde en que el bullicio urbano cesa, un momento vago en que las sombras puntiagudas de los edificios se funden con el pavimento. Es cuando las persianas de los comercios bajan, las cerraduras fuerzan su última vuelta y las puertas se adornan con cartelitos que exhiben la palabra justa, esa que anuncia el cierre de la jornada laboral, la vuelta a casa. Para muchos rosarinos y rosarinas que habitan la calle, ese momento también es la frontera entre la actividad y el reposo. Antes de esa hora, se los encuentra ofreciendo pañuelos descartables, flores, medias o limpiando los vidrios de los autos, confundidos entre la multitud que cada día deambula por la ciudad.

Al atardecer se los descubre replegándose hacia el fondo de las veredas. Son quienes después del trabajo informal no tuvieron dónde regresar y ahora se retiran al resguardo de algún umbral o palier que les brinde un techo. A menudo se pasa rápido ante ellos, acostumbrados o resignados, como si el no verlos fuera un escudo protector contra el sufrimiento y la falta de remedio.

“A veces me quedo donde me agarra la noche”, relata Víctor, de 35 años. Si bien no duerme en un punto fijo, prefiere refugiarse en el palier de un edificio ubicado en Montevideo y Pueyrredón, donde “gracias a Dios” viven vecinas y vecinos que lo ayudan con algo de comida. “Me vine a la calle después de que me separé y prefiero estar así, porque no me gusta el encierro. Yo cuido autos y no le hago mal a nadie”, se defiende.

Un censo realizado por la Municipalidad de Rosario junto a la Universidad Nacional de Rosario (UNR) y voluntarios en abril de 2021 arrojó que en la ciudad había 492 personas viviendo en “situación de calle”. Sin embargo, según los cálculos que realizan algunas organizaciones no gubernamentales, en la actualidad esa cifra es muy superior.

Para Ximena Ascre, una de las impulsoras de la Asociación Civil “Me llaman calle” cada vez hay más gente viviendo a la intemperie. Junto a los demás voluntarios observa que “se van sumando nuevas personas que no tienen ni idea de lo que es sobrevivir en esas condiciones, inclusive familias enteras”.

La mujer afirma que en cada ronda que realizan dos días a la semana desde bulevar Oroño y Córdoba hasta el cruce con peatonal San Martín distribuyen alrededor de 150 viandas o “platos de comida”. Como en algunos casos se repite la ración, “el número de personas asistidas en 14 cuadras rondaría las 100”, de acuerdo a sus cálculos. El registro resulta significativo si se traslada esa relación al resto de la ciudad.

Solamente al considerar las 170 manzanas del área comprendida entre Mendoza y Oroño hacia el río, las personas en esa condición duplicarían o más a las censadas durante la pandemia.

Otros ciudadanos sensibles que suelen brindar ayuda alimentaria en las calles son los que integran la agrupación “Manos Solidarias Rosario”. La Capital los encuentra en plena tarea, cuando le alcanzan una vianda a Sergio, un artista que duerme en las escalinatas de la financiera Rosental, en Córdoba al 1400, y a quien muchos conocen por su lucidez, sus comentarios brutalmente sinceros y las obras que suele exhibir en la plaza Pringles.

Más de un centenar en la Terminal
Al ser consultados, los voluntarios coinciden con que la cantidad de personas en situación de calle hoy es muy superior a la registrada en el censo de 2021. “Ponele la firma que son muchos más de 500 si se tiene en cuenta toda la ciudad. Nosotros vamos los martes y jueves a la Terminal de Ómnibus y, solamente ahí, repartimos entre 130 y 150 raciones por noche”, afirma Cristian Gómez mientras le acerca al señor una bebida y entablan una conversación sobre quién sabe qué temas de la vida.

Jorgelina de la Torre, integrante del equipo fundador de Rosario Solidaria, va más allá al comparar la realidad de estos días con la de hace una década. “En doce años en que acompañamos a personas en situación de calle puedo decir que se cuadruplicó o quintuplicó quienes están sin hogar y cada día buscan algún espacio para pernoctar en la ciudad. Eso es muy fuerte”, considera la mujer, quien junto a otros rosarinos hace años se comprometieron a generar una “cultura de servicio”. Al principio se dieron a conocer a través de la entrega de mantas con cuadraditos tejidos.

Para confirmar esa percepción, invita a cualquier caminante a detenerse por las peatonales, los edificios públicos y cualquier recoveco de la ciudad donde las personas sin hogar se refugien, y propone “no naturalizar el sufrimiento de quienes habitan la calle como si fueran inevitablemente parte de ese paisaje”. Porque como ella bien dice, “es preocupante la pobreza, pero también lo es la indiferencia”.

Un mundo de voluntades
Mientras que las personas sin hogar se multiplicaron en Rosario, también crecieron las organizaciones que brindan asistencia, tarea que históricamente estuvo más identificada con las iglesias. La pandemia por covid-19 fue un punto de inflexión porque a partir de marzo de 2020 se generó una ola de solidaridad de parte de personas y grupos sensibilizados por ese panorama desolador que se desplegaba por los contagios.

De acuerdo al registro de la Municipalidad de Rosario, son numerosas las organizaciones civiles o religiosas que trabajan junto al Estado local. Además de los ex combatientes, refieren a Manos Solidarias, Rosario Solidaria, Haciendo Lío, Rosario Health Save, Fuera del Sistema, Fundación Sí, Madre Teresa de Lourdes, Sol de Noche, Centro de Día Noritas, Centro de Día Suge, Integrarte, Bodai, Nidos, Vínculos, María Auxiliadora, Me llaman calle y Cáritas.

Puede decirse que los ex combatientes de Malvinas fueron pioneros a la hora de prestar servicio en las calles rosarinas. Como veterano, Julio Mas conoce muy bien qué es sufrir a la intemperie. “Nosotros pasamos una guerra, pero cuando volvimos nos encontramos con una realidad horriblemente similar, gente con hambre y abandonada a su suerte. «Pucha, algo tenemos que hacer», nos dijimos justo cuando nos preguntábamos por qué habíamos quedado vivos. Al encontrar el «para qué» empezamos a ayudar”, cuenta detrás de la taza de café. Además de ser el primer vocal del Centro de Ex Combatientes de Rosario, durante las noches de invierno conduce el camión que, con su cocina de campaña, asiste a las personas que duermen en la calle.

Según rememora, arrancaron con esa modalidad entre 1987 y 1988, a partir de donaciones que conseguían por sus propios medios. Luego, durante la segunda intendencia de Hermes Binner, empezaron a recibir un subsidio municipal para la compra de alimentos, mientras que ellos se ocupaban de la logística y el servicio.

“Tenemos un ejército de caras sucias que al darles una taza de mate cocido los hacemos visibles, a quienes conocemos y, al llamarlos por su nombre, nos responden”, dice emocionado.

Cuando se piensa en personas “en situación de calle” siempre se hace foco en el invierno, cuando el frío extremo pone en riesgo el cuerpo y los refugios abren sus puertas. Pero la vida sigue en el verano e inclusive, cuando el clima mejora, más gente busca sustento en la calle. La mayoría de ellos son varones, aunque en los últimos años empezaron a sumarse mujeres jóvenes, a veces junto a un compañero de “ranchada” como en la jerga se denomina al espacio o comunidad donde se comparte el momento de pernoctar, comer o consumir.

“Hay gente que nos mira raro y nos tiene miedo, pero nosotros queremos salir de esta y también dejar de consumir”, reflexiona un joven de treinta y pico que dice llamarse Cristian mientras su amigo, el que luce con orgullo una camiseta del Milán, asiente con la cabeza. Ambos son compañeros de ruta y se separaron hace menos de un año, encrucijada que los obligó a ceder las viviendas a sus familias, según cuentan. Uno de ellos cobra una pensión por invalidez porque sufrió un accidente de moto hace unos años mientras trabajaba como cadete, y los dos lavan autos cerca del parque España. Reclaman que alguien les alquile “una casita barata” para poder vivir.

“¿Te gustaría una vianda? El guiso está riquísimo”, ofrece una muchacha cuando se encuentra con alguien interesado pero que por timidez o pudor se mantiene distante. La joven veinteañera forma parte del grupo de voluntarios que recorre las peatonales empujando un carro con una enorme y humeante olla con comida que ellos mismos prepararon. Junto a los demás, demuestra estar al tanto de las historias de quienes allí se congregan para compartir el momento de la cena. En la charla, los consulta sobre cómo siguen sus vidas. Uno de ellos le anuncia que consiguió trabajo y una chica del grupo se arrima a conversar.

¿Qué te motivó a acompañar a la gente que está en la calle?, es la pregunta obligada al ver tanta fuerza de voluntad, tanta energía para tender la mano. “Cuando estaba en la escuela secundaria nos llevaban a misionar al norte del país, pero un día me di cuenta de que no hacía falta ir tan lejos para encontrar personas a quienes ayudar”, simplemente responde.

“Lo que ellos no tienen es techo emocional y no sólo tienen hambre de comida, es hambre de alguien que les cocine, los llame por sus nombres y conozca su historia”, reflexiona Ximena. En total son 34 voluntarios inscriptos en “Me llaman Calle”, aunque siempre faltan brazos para cocinar y gestionar los alimentos que reciben a través de donaciones. Por eso, cada tanto convocan a través del perfil @mellamancalleorg de Instagram para que la ciudadanía los acompañe.

El drama de las usurpaciones
Mariana Mena, de Madre Teresa de Lourdes, tiene una concepción diferente a la hora de acompañar a las personas que se encuentran viviendo, trabajando o durmiendo a la intemperie: salir de esa condición. “Nosotros preferimos trabajar con varones jóvenes, porque muchos de ellos sufrieron desplazamientos de sus barrios por migraciones, situaciones de violencia o porque sus viviendas fueron tomadas por bandas narcos”, denuncia. Su compañera de proyecto, Daniela Famea, coincide con ese análisis y señala que los desalojos por parte de esos grupos delictivos “son una realidad que no se puede esconder”.

En una línea parecida se inscribe el caso de un hombre de 54 años quien prefiere llamarse Jorge. Según relata, durante 2020 y a causa de la pandemia perdió a su mamá. Al ser hijo único, decidió ofrecer a la venta la casita del barrio 7 de Septiembre donde vivía junto a ella. “Lo publiqué en Facebook y vinieron a verla dos mujeres. Cuando abrí la puerta, detrás de ellas entraron unos hombres que me sacaron a punta de cuchillo”, relata casi llorando. A pesar de que efectuó la denuncia policial en la comisaría sub 21, afirma que en la vivienda quedaron los documentos que constatan su herencia y no pudo regresar. Esa apropiación lo empujó a la calle y actualmente pasa sus noches en las puertas del Hospital de Emergencias Clemente Álvarez (Heca) junto a otros compañeros. “Me quedé sin nada porque por lo mal que estuve hasta perdí mi trabajo como operario en Argental”, cuenta.

A pesar de la violencia y la adversidad, el hombre encontró un lugar en el centro de día que lidera Mena junto a otros compañeros. El espacio está ubicado en Montevideo 2868, donde también funciona el Centro Municipal de Acopiadores Urbanos. En ese mundo de cartones y carros que vienen y van, unos 30 varones de 18 a 45 años durante el día pueden encontrarse en un salón facilitado por el municipio para desayunar, almorzar, asistir a talleres, recibir atención psicológica, alfabetización, conocimientos de inteligencia artificial y formación en arte digital. Si bien Madre Teresa de Lourdes tuvo un origen religioso y mantiene el nombre de la parroquia donde se gestó, amplió la perspectiva de esa primera etapa y sumó voluntarios con otras creencias e ideas.

“Empezamos a trabajar en marzo de 2020 con la pandemia de covid-19, pero nosotros no hacemos recorridas con entrega de viandas, alentamos a que la gente pueda sentarse junto a otros a comer un plato de comida y compartir”, expresó una de las organizadoras. Además de contar con el acompañamiento del municipio a través de las partidas de alimentación, impulsan campañas de vacunación en coordinación con la Secretaría de Salud Pública y el Colegio Médico de Rosario.

Arte para salir
Con la idea de visibilizar la realidad de las personas que viven en la más extrema vulnerabilidad y conectarlas con la comunidad surgió “La Calle no me define”. Se trata de una muestra de arte digital que implicó un proceso creativo que culminó el 27 de octubre con una instalación en el patio del Museo Castagnino. A través del arte abstracto, los integrantes del centro de día que coordina Madre Teresa de Lourdes pudieron expresarse y luego realizar un montaje digital con piezas de arte colectivo y textos especialmente seleccionados por ellos mismos. Impacta la expresión “que mi aspecto no te intimide”, una de las tantas expresiones de los autores que impacta a quien la lee.

Según explica el director de la fundación del museo, José Castagnino, “como grupo minoritario, los autores nos interpelan y también nos benefician a nosotros que somos el grupo mayoritario, a través de la fusión de diferentes ecosistemas como el desarrollo social, el educativo, el bienestar, el creativo y el tecnológico. El objetivo es que un grupo vulnerable comparta una realidad que identifica a las grandes ciudades”.

Mena explica que a muchos de los hombres participantes “les costaba menos expresarse a través del arte, por eso se los alentó tanto desde la posibilidad de la obra física como desde el arte digital”.

Matías, de 37 años, es uno de los participantes que, al ser entrevistado, despliega una carpeta con dibujos que exhibe con orgullo. “Al principio estuve en el refugio de Felipe Moré pero luego de un mes encontré este lugar. Yo tuve muchos problemas con mi familia y por eso decidí dejar mi casa de barrio Cerámica. Ahora me las rebusco como puedo, haciendo de todo, siempre haciendo alguna changuita para sobrevivir. Y ahora estoy muy agradecido de poder estar acá y continuar con mi pasión que es dibujar”, afirma mientras ofrece una de sus más queridas obras.

Igual suerte es la de Francisco, de 42 años, aunque él está en la calle desde hace un año y cinco meses, según los cuenta con los dedos de la mano y luego suelta más palabras: “Por suerte hace un año conocí este lugar donde puedo venir a bañarme, higienizarme y encontrarme con otros compañeros. Yo soy respetuoso y los fines de semana me voy con otro amigo a pescar a la barranca que está a la altura del Barquito de Papel. Y los domingos lo pasamos así, tomándonos un vinito y un pescadito”.

Un fenómeno complejo y multicausal
Las formas de nombrar a quienes eligen vivir en la calle o son expulsados a ella son casi tantas como sus motivos, y variaron a lo largo de la historia: mendigos, vagabundos, linyeras, personas sin hogar, gente sin techo. En la Argentina se utiliza más la denominación “personas en situación de calle” para definir a quienes la habitan tanto para dormir, trabajar o transitar entre los refugios y las pensiones. El “sinhogarismo” es un fenómeno de exclusión social que identifica a las grandes ciudades del mundo, a pesar de que en Rosario adquiera una marca propia y se inscriba en el actual contexto social y económico en donde se anuncian tiempos en que el mercado profundizará sus mandatos.

Para el director de Intervenciones Emergentes de la Municipalidad de Rosario, José Tabares, la clave para definir a ese colectivo es la “cronicidad” y advierte sobre los cambios de perfil que se fueron sucediendo a lo largo de los años. “Cuando nosotros éramos chicos se trataba del linyera, del señor de barba que consumía alcohol y dormía en la vereda. Hoy te encontrás con situaciones mucho más complejas donde aparece el consumo problemático e inclusive, a veces se cruzan con el sistema delictivo. Es algo que viene de arrastre de años y años”, reflexiona.

Además, reconoce que “la persona que está en la calle es porque rompió todos los vínculos” y no llega a esa condición solamente por la pérdida de una vivienda o un trabajo. Es un fenómeno de “una gran complejidad y multicausalidad” que demanda otro tipo de abordajes.

Sin embargo, quienes se pierden en el asfalto parecen encontrarse y no siempre llevan una vida solitaria, pareciera que pueden mantener o generar nuevos lazos. Ese es el caso de Tatiana, quien junto a su pareja “El Chino” habitualmente se ganan la vida cuidando coches en plaza San Martín. “Hoy vinimos a Pringles porque nos dijeron que iban a entregar viandas para la cena –dicen esperanzados–, porque todavía no comimos. Además, todavía nos faltan juntar 300 pesos para llegar a los 4.000 que nos cuesta la pensión de San Martín y San Juan”. El muchacho es albañil y, por estos días, concluyó la obra donde trabajaba. También explica que las noches en que no llegan a recolectar el dinero de las changas, tienen que buscar algún lugar para acomodarse a la intemperie.

Durante el aislamiento social y obligatorio impuesto en la pandemia por covid, el Estado reforzó las partidas y tuvo que poner en funcionamiento nuevos dispositivos de asistencia. A nivel local, en la etapa del aislamiento empezó a funcionar “El Hostal”, ubicado en Grandoli 3450, en base a derivaciones de los efectores de salud o equipos de calle. El espacio se mantiene en la actualidad y allí pueden dormir por las noches hasta 30 personas (aunque durante la etapa estival hay una demanda menor) mientras que durante el día van y vienen detrás del trabajo informal.

Con respecto a la asistencia brindada por el Estado municipal afirma que, si bien en el invierno se intensifican los dispositivos de acompañamiento a raíz de la inclemencia del clima, la asistencia se mantiene durante todo el año. “Los equipos de calle que trabajan en un horario diurno y otro nocturno cubren la demanda que se recibe a través de la línea 147 del Sistema Único de Asistencia (SUA)”, asegura.

Tabares recuerda que también funciona el refugio de Felipe Moré al 900, para varones mayores de 18 años con 60 camas. “Esa es una instancia superadora que incluye un centro de día con talleres y otras actividades que contribuyen a reconstruir lazos, retomar hábitos que se pierden después de años de estar en la calle y finalmente lograr una vida autónoma”, explica el funcionario. Otros dispositivos que menciona son casas asistidas por convenio como Sol de Noche, abierto solamente durante los meses invernales, y Bodai. Durante todo el año funciona Cáritas, que aloja a mujeres y niños.

Fuente: La Capital