Tras el “gran debate” Macron baja impuestos

El presidente francés tendrá que cumplir una “fórmula imposible”: bajar impuestos sin desencadenar un déficit. Es la solución temporal a la presión amarilla.

El presidente francés tendrá que cumplir una “fórmula imposible”: bajar impuestos sin desencadenar un déficit. Es la solución temporal a la presión amarilla.

No derribar el sistema ni pagar más impuestos. Este es el retrato que esbozó el gobierno cinco meses después del gran temblor desencadenado por el movimiento de los chalecos amarillos y tras dos meses del “gran debate nacional” cara a cara con los franceses asumido en persona por el presidente Emmanuel Macron. La megaconsulta diseñada como un método para superar la crisis amarilla deja un puñado de síntesis contradictorias presentadas ayer 8 de abril por el primer ministro Edouard Philippe y cuyo principal eje consistió en haber constatado “una inmensa exasperación fiscal”. El Gran debate se articuló en torno a diez mil reuniones de iniciativa local, 30.000 correos, los famosos “cuadernos de quejas” que se expandieron durante la Revolución francesa de 1789 y cientos de miles de contribuciones ciudadanas remitidas a una plataforma de internet concebida para ello. Francia expresó un reclamo masivo para que bajen los impuestos, una crítica permanente a la manera en que está repartida la carga fiscal, unas cuantas preocupaciones ecológicas sin aceptar por ello pagar por la fiscalidad ecológica y una desconfianza substancial hacia los representantes políticos y los altos funcionarios. Consecuencia de ello: antes de que el jefe del Estado anuncie hacia mediados de abril una serie de medidas, su primer ministro anticipó que se debían “bajar los impuestos lo más pronto posible”.

Todo ha sido inusual en esta fase de tensión política que se inició en noviembre con la revuelta de los chalecos amarillos, prosiguió los días de la semana con la ocupación de las rotondas y los sábados con unas tan puntuales como violentas manifestaciones en las grandes ciudades del país. Apurado por las demandas, el gobierno dio marcha atrás con su proyecto de equiparar el precio del gasoil con el del combustible común y, como ardid político, en diciembre de 2018 inventó un debate que no tiene precedentes en ninguna democracia occidental. Criticado desde el principio, señalado por servir los intereses mediáticos del presidente, el debate se articuló en torno a cuatro temas: transición ecológica, fiscalidad, organización del Estado y servicios públicos, la democracia y la ciudadanía. La sociedad manifestó su preocupación por el cambio climático, se pronunció a favor de los transportes en común y de un “nuevo modelo agrícola”, aceptó la idea de que disminuya el gasto público (56,8% del PIB) al mismo tiempo que se quejó de la desaparición de los servicios públicos en las zonas rurales y se mostró también muy inclinada a que la factura ecológica sea asumida por los “grandes contaminadores”. La gente, mayoritariamente, impugnó la complejidad burocrática de Francia, la inaccesibilidad de los funcionarios, la indolencia del Estado y la postura de los grandes dirigentes políticos. “Vivimos en un país en el que hemos dejado de vernos”, admitió Edouard Philippe.

A través de sus distintos canales, el debate compiló las reacciones de más de un millón y medio de personas. Los datos fueron luego analizados por varios prestatarios privados y, parte de ellos, puestos en circulación en bruto para que sean examinados de forma independiente. La metodología no garantiza sin embargo que este fresco nacional refleje realmente las intenciones y los malestares del país. Citada por el vespertino Le Monde, una encuestadora había señalado que “el método elegido no es el bueno”, es decir, que en ese gigantesco pozo de respuestas “solo se encontrarán las que se fueron a buscar”. Otros expertos en encuestas y opinión pública también habían cuestionado el carácter “dirigido” de las temáticas presentadas así como los riesgos ligados a su interpretación.

Bueno o malo, acertado o manipulado, ese debate ha funcionado como la estrategia con la cual el Ejecutivo se planteó superar la crisis de los chalecos amarillos y encarar los próximos años de mandato. Tiene, a su manera, un tesoro entre las manos pese a que el gobierno siempre se esforzó en señalar que no se trataba de un referéndum vinculante sino de un “muestreo” del estado y los anhelos de la sociedad. Emmanuel Macron prometió que respondería al debate sin “renegar” de su resultado y sin ser tampoco “un cabeza dura”. Emmanuel Macron encontró con su gran debate a la vez un problema y una solución temporal para liberarse de la presión amarilla. Tendrá ahora que cumplir con lo que el mismo suscitó, empezando por la formula imposible: bajar los impuestos sin desencadenar un déficit. Hay que señalar también que las grandes temáticas trazadas por los chalecos amarillos están casi ausentes de este debate. Sus protagonistas tampoco fueron los mismos. Los chalecos fueron el país de abajo, el debate convocó al país del medio.

Fuente: Página 12