Trashumancia para turistas: son madre e hija y vivieron la experiencia de ser crianceras por dos días
Una agencia ofrece la posibilidad de compartir la rutina de los crianceros del norte neuquino. Alex relató la experiencia de acompañarlos hacia la invernada junto a su hija.
08/05/2024 TURISMOUna agencia ofrece la posibilidad de compartir la rutina de los crianceros del norte neuquino. Alex relató la experiencia de acompañarlos hacia la invernada junto a su hija.
Del sur al norte, pero repletas de neuquinidad. Alex Tersoglio y su hija Kenya Campos Haedo son de Villa La Angostura, pero este verano cruzaron la provincia entera para vivir la experiencia de la trashumancia en carne propia. A partir de la propuesta de una agencia de turismo, se mimetizaron por unos días con los crianceros del norte neuquino y compartieron con ellos el arreo, los mates y las guitarreadas para dejarse atravesar por una práctica ancestral que se conserva como un sello de Neuquén.
«No conocía a la agencia de turismo pero cuando vi una publicación en Instagram, automáticamente reconocí la imagen de la trashumancia y vi que ofrecían salidas para turistas con cupos limitados», dijo Alex, que encontró en ese mensaje una señal para reavivar su evidente espíritu aventurero y su amor por la naturaleza. Aunque su rutina diaria en Villa La Angostura nunca escatima en paisajes privilegiados, se entusiasmó con la posibilidad de dejarse inundar por terrenos más desolados, pero con la chance de ver en primera fila el espíritu sacrificado de los crianceros de chivitos y ovejas.
«Siempre nos apasionó, como si fuera un movimiento migratorio masivo de animales, visualmente es más que atractivo ver tantos chivos y ovejas en un lugar único de montañas y quebradas, y siempre está esa relación especial de caballo, perros y el ganado», explicó en diálogo con LMNeuquén.
Tras el contacto con la agencia Turismo Rumbo Norte, Alex se decidió a vivir la experiencia junto a su hija Kenya, de 24 años. «En realidad era una salida de cinco días pero lo tuvimos que acortar porque mi hija no podía tomarse tantos días libres en la universidad», señaló sobre el programa, que les permitió pasar dos días y medio en las cercanías de Huinganco, como protagonistas de la trashumancia.
«Pudimos experimentar el arreo en sí durante muchas horas y ese trabajo continuo que hacen ellos con los animales», dijo y agregó que lo más destacado del viaje fue el intercambio de experiencias con los arrieros y la posibilidad de charlar con ellos al lado del fogón. «Pudimos aprender de la tradición ancestral, pero también de los momentos de silencio», explicó.
Incluso cuando los arreos se hacen a base de los gritos y los silbidos, con tantas horas a caballo, estas crianceras espontáneas afrontaban también momentos atravesados por un silencio abrumador. Y ahí, el bramido del viento se convertía en el único sonido posible. Era entonces cuando sucedía: sus ojos captaban esa complicidad de miradas de los trashumantes y una sincronía entre los piños y los arrieros que nadie más podría explicar.
«A veces pensamos que el trabajo sólo consiste en ese arreo visible entre la invernada y la veranada, pero como dice su nombre, ellos se dedican a la crianza de los animales a tiempo completo», resumió la mujer, que es oriunda de Estados Unidos pero lleva años afincada en La Angostura. «Están todo el tiempo con sus animales, esperan la época de la reproducción, asisten las pariciones, vuelven a llevarlos para la veranada, es un continuo trabajo de toda su vida», detalló.
Aunque las dos habían visto documentales, fotos y relatos sobre la trashumancia, Alex consideró que sólo la vivencia en carne propia permite dimensionar cuán dura es la rutina de los crianceros. Por eso, incluso varias semanas después de su regreso, sigue impactada por haber sido testigo de esa realidad: «Es muy duro vivir cuatro meses aislados de todo en la veranada, absolutamente solos con sus animales, sin siquiera un techo ni un puesto de material. Esta soledad que ellos viven durante cuatro meses y el interminable trabajo que tienen con sus animales», aclaró.
Para las dos, ser crianceras por unos días fue una experiencia movilizadora. Cuando se acercaba el final, llegaron a la localidad de Huinganco, en coincidencia con los festejos por el aniversario de la fundación del pueblo. Como si alguien lo hubiera orquestado de antemano, arribaron sobre sus caballos cuando sonaba el himno de Neuquén y el gobernador de la provincia, Rolando Figueroa, saludaba a los vecinos.
«Nos habíamos despertado a las 6 de la mañana y estábamos agotadas de estar todo el día arriando», dijo Alex pero señaló que fue entonces cuando miró sobre su hombro y vio a su hija, nacida en Villa La Angostura, como una síntesis de la identidad neuquina. «La vi con el poncho y las botas, gritando como una arriera y con el himno sonando de fondo, y sentí mucho orgullo. Vi a la gente que se acercaba y la saludaba, las nenas se emocionaban porque es raro ver mujeres crianceras, sobre todo si son tan jóvenes», relató.
Aunque Alex reconoce que la trashumancia no es una actividad para tomarse a la ligera, recomienda la salida turística a a todos los que quieran comprender un poco más sobre esta tradición ancestral. Hay que tolerar el frío y endurecer la piel ante las rudeza del terreno, pero la ganancia siempre se hace notar.
«Es como viajar en un túnel del tiempo que te lleva tantos años atrás, y es maravilloso ver que se siga haciendo hasta el día de hoy a pesar de tanta tecnología y modernidad», detalló sobre su experiencia, que le permitió estrechar lazos con su hija y dejarse sorprender por las realidades del crianceros, que sostienen una práctica curiosa para los ojos que nos son neuquinos.
«Lo recomendaría a todas las personas que les atraiga la trashumancia, pero es importante que se sientan cómodos con el caballo y que sepan cabalgar», mencionó sobre la actividad, que requiere de largas jornadas sobre las monturas. «No es apto para veganos porque hay que comer lo que ellos comen», sonrió.
Y agregó que la experiencia no se parece nada en nada al turismo tradicional de descansar o tomar fotografías. «Hay que estar dispuestos a trabajar, es una experiencia única pero que requiere ser participantes activos, no somos observadores», aclaró.
Un día en la vida de los crianceros
La rutina de las turistas era algo distinta a la que suelen tener los crianceros, pero incluso así exigía del brío de Alex y Kenya. «Nosotras nos despertábamos a las 6 y ya escuchábamos que ellos estaban trabajando, pero el frío y el cansancio nos invitaban a aprovechar a dormir todo lo que podíamos», contó.
A las 4 y media, los crianceros se despertaban para buscar a los chivos que se alejaban del piño. Cuando ellas salían de la carpa, en medio de la oscuridad, los animales ya estaban listos para salir. Al lado del fuego, desarmaban la carpa, preparaban su caballo y se abrigaban el estómago con mate caliente, pan y queso.
A las 7.15 de la mañana, cuando despuntaba el día, ya tenían el caballo listo y empezaban el arreo, con la intención de trasladar los chivos de la veranada a la zona de invernada justo cuando las primeras nevadas se cernían sobre sus pasos. Guiando al piño y al trote lento de los caballos, veían el amanecer en la inmensidad del cielo neuquino, que teñía las ondulaciones del terreno con una amplia paleta de colores.
«A eso era a las 12.30, se llegaba a un lugar fijado que era cómodo, donde los animales tenían pastura y agua», dijo Alex y agregó: «Ahí se preparaba el chivo y nos quedábamos hasta las 4, se respeta el tiempo de descanso de todos los animales, por más que almorzábamos rápido. Seguíamos con rondas de mate incluso dos horas después de comer».
Tras ese lapso, comenzaban otra vez el arreo, que seguía hasta después de las 7 de la tarde. «Cuando llegábamos al próximo lugar, se armaba la carpa y otra vez el fueguito. Entre rondas de mate, tocaba preparar la cena que era puchero o chivo, y a las 9.30 uno ya pedía cama porque el frío pegaba y había que descansar», aclaró.
Como la posibilidad de vivir la trashumancia como turistas todavía no está muy difundida, Alex y Kenya rescataron la oportunidad de experimentarlas con total autenticidad. Así, ellas eran las únicas foráneas del grupo y eso les permitió forjar vínculos con los crianceros y verlos en su rutina diaria, lejos de la masividad de otras propuestas turísticas.