Una humilde mujer abrió un merendero destinado a niños de muy bajos recursos en Rosario de la Frontera

Acuden cuarenta y cinco pequeñitos desde un año y medio de vida hasta adolescentes de trece. La crisis económica está mostrando su peor cara en el interior profundo.

Acuden cuarenta y cinco pequeñitos desde un año y medio de vida hasta adolescentes de trece. La crisis económica está mostrando su peor cara en el interior profundo.

Sonia Ávila es una humilde mujer de treinta y cinco años y madre soltera de cuatro hijos que hace un mes decidió abrir un merendero en el comedor de su casa, ubicada a pocos metros del río, sobre el final de la calle Gemes.

A pesar de vivir el día a día como muchos, al ver tantas necesidades y tan pocas oportunidades para los que están en la pobreza extrema, decidió compartir lo poco que tiene para tratar de subsanar el hambre de los cuarenta y cinco niños que acuden de lunes a viernes a tomar la merienda o comer lo que haya, alguna mazamorra, un poco de anchi, tomar un mate cocido con pan o algunos panchitos cuando consigue panes y salchichas.

Sorprende ver la manera de desenvolverse que tiene Sonia, con lo poco que tiene. Una pava eléctrica que funciona luego de unos cuatro o cinco golpecitos mientras, paralelamente, una olla tiznada de hollín intenta tomar calor encima de una cocina con una pequeña llama. Al mismo tiempo va prendiendo la leña, ya que son muchas las tandas en que los niños tomarán el mate cocido. Para muchos de ellos es su única comida en el día, así que no pueden desaprovechar la oportunidad de tomar dos o tres tacitas con algunas tortillas un poco duras, que es lo que se consiguió ese día.

Al final del callejón, hacia mano derecha, se encuentra la casa en la que vive Sonia junto a sus cuatro hijos. El Tribuno acudió al merendero, que aún no tiene nombre, y allí la mujer expresó que «me decidí a abrir este merendero por mi cuenta, porque hay muchos chiquitos que realmente necesitan. Los sábados trato de conseguir unos panchitos, compro las gaseosas y les hago un refrigerio con lo que me donan».

De todas las edades

«Vienen varones y mujeres entre dos y trece añitos. La idea también es sacarlos un poco de la calle y tratar de contenerlos. Por eso, luego de que toman la merienda, los hago jugar en el patio de casa, sacan la pelota de mis hijos y juegan algunos en el pasillo, o en el comedor y recién se van a sus casas», relató.

Cabe señalar que el merendero no recibe ayuda de ningún tipo todavía.

«Pedí ayuda hace dos meses en la Municipalidad, tengo la nota del pedido, pero nunca se presentaron ni me dieron una mano. Yo siempre he necesitado pero nunca me ayudaron con nada; sin embargo, cuando ellos me pidieron ayuda a mí antes de asumir para que les reúna gente y yo los ayudé, les cumplí y les llevé mucha gente, pero ellos nunca me ayudaron con nada. Por eso ya no voy a insistir más, directamente me llego a las panaderías a pedir y con un poquito de cada lado junto para hacerles la merienda. También junto para hacerles arroz con leche, anchi o mazamorra», relató.

«Yo soy pobre y pasé mucha hambre con mis hijos, sé bien lo que se siente, luché mucho, y sola logré sacarlos adelante, entonces no puedo ver que haya otros niños en la misma situación y quedarme mirando de brazos cruzados», expresó con lágrimas en los ojos.

Los chicos más grandes

Los hijos de la mujer tienen 19, 18, 16 y 7 años. El más grande ya terminó el secundario el año pasado y como no consigue trabajo, decidió aprender solo el oficio de albañil. Para ello comenzó con su casa y así, día a día, el joven se va perfeccionando para cuando lo contraten. Y junto a su madre intentan mejorar su humilde casita, ella va a pedir a la ladrillera los pedazos de ladrillos rotos, los que no sirven para la venta. Por otro lado, como no hay mucho dinero, Sonia los pega con barro y una vez al mes compra una bolsa de cemento, el hijo prepara la mezcla y para hacerla más rendidora le pone arena y mucho barro, luego con un fratacho, y la mirada fija en la pared, la mano va girando sin parar y de manera muy cuidadosa, el aprendiz de albañil logra una terminación prolija. Los otros jóvenes van a la escuela.n»También cuando me donan harina, les hago el pan y trato de que me dure dos días, mientras me rebusco tratando de conseguir azúcar y yerba», señaló, al tiempo que recurrió a la solidaridad de los vecinos.

De otros barrios

El merendero que aún no tiene un nombre también está abierto para los niños de otros barrios. Ávila indicó que “también vienen del barrio San Martín, de Santa Ana y les comparto porque este lugar es para todos los que necesiten. Es simple, lo que hay se comparte entre varios, nadie se va de acá sin tomar su tecito”, dijo convencida.
“Mi sueño era poder ayudar a la gente que pasó por lo mismo que yo, y ahora de a poquito lo estoy logrando con ayuda de la gente, por eso pido que entre todos se sigan sumando y colaborando”.
El Tribuno les preguntó a los peques qué nombre le pondrían. Una dijo: “Yo soy Brisa Belén Luna, tengo nueve años, y voy a cuarto grado en la escuela Gurruchaga, y voto para que se llame Los Costaneritos”.
Diego (13), de manera sorprendente planteó que “el nombre debe responder a una identificación de este lugar; el nombre va a ser nuestra identidad, por eso hay que analizar cada palabra, para que la gente escuche ese nombre y pueda relacionarlo con algo”.
Todos aquellos que puedan colaborar pueden comunicarse al teléfono 3876-456521.

Fuente: El Tribuno