Uno es hijo de sus primeros amores

De ninguna de las dos orillas. Rioplatense como Gardel. De la Cuenca del Plata. Católico en un país mayoritariamente laico, ni jacobino, ni liberal, ni nordomaníaco, como los denominaba José Rodó a principios del siglo XX a sus compatriotas uruguayos.

De ninguna de las dos orillas. Rioplatense como Gardel. De la Cuenca del Plata. Católico en un país mayoritariamente laico, ni jacobino, ni liberal, ni nordomaníaco, como los denominaba José Rodó a principios del siglo XX a sus compatriotas uruguayos.

Alberto Methol Ferré era una rara avis para los orientales, ya que no escondía su admiración por Perón desde 1953. Confesaba que “los únicos neutralistas ante la guerra y peronistas, éramos los Blancos de Herrera”, y contaba: “Cuando viene la Libertadora yo me enfermé no sé de qué, de gripe, qué se yo, estuve como una semana en cama mientras muchos uruguayos festejaban el hecho” cuenta un amigo de Tucho, como lo llamaban a Methol sus seres queridos.

Era un polígrafo, y podemos encontrar su versatilidad sobre distintas temáticas teológicas, históricas, geopolíticas o filosóficas en textos, conferencias, artículos o libros. Pero su causa mayor fue la integración de América Latina, desde su pertenencia al herrerismo uruguayo y al cristianismo, así como por su admiración por el peronismo argentino. Quería pasar del mero deseo intelectual de los latinoamericanistas del siglo XIX a la política concreta de integración que comenzó a llevarse a cabo a fines del siglo XX. O sea que se comprometió a realizar un esfuerzo para pasar de la fantasía anhelante, al querer y a la voluntad de lograrlo.

Era un filósofo o pensador que ponía en cuestión las construcciones de sentido instituidas, al decir de Castoriadis. O sea, cuando se ponen en cuestión los idola tribus, o las representaciones comúnmente aceptadas y dadas por verdaderas que tienden a ocultar el protagonismo de la acción humana, que es justamente cuando aparece el problema que debemos resolver. Uno empieza a pensar precisamente cuando duda de lo dado por cierto. Su problema era el Uruguay y la integración de América Latina. Y esa causa la defendía también desde la religión, la filosofía, la historia, la política y la geopolítica.

Era un revisionista, como decía Arturo Jauretche en su prólogo de 1973 al libro “Uruguay como problema”. Puso en cuestión nada más ni nada menos que las concepciones instaladas sobre su propio país, su historia y su destino. Resignificó todo lo dicho y narrado acerca de su terruño.

Era un historicista, ya que además de pensar desde la Cruz del sur y no desde categorías abstractas universales, o metarrelatos construidos por los poderosos, era consciente de que no se pueden trasladar paradigmas ni revoluciones a otras culturas y épocas. La geopolítica alemana o británica o norteamericana no servía para definir la estrategia de desarrollo de su propio país, ni para la construcción de una política de integración regional. Separado de su historia, y de su contexto, el Uruguay “renunciaría a comprenderse y caería en la irrealidad tentadora del solipsismo político” , nos decía.

Era un pensador nacional, como su amigo Jauretche, que pensaba desde acá, desde la Cuenca, desde la necesaria unidad de América Latina. Su heterodoxia, de la cual habla en 2009 Pepe Mujica cuando lo despide como compañero, es en realidad pensar desde la realidad y sus posibles soluciones y no aceptar dogmas o intentar soluciones ajenas surgidas de otras latitudes, culturas y problemáticas. Pensaba desde aquí como lo hicieron en la Argentina el propio Jauretche o Raúl Scalabrini Ortiz.

Lo explicaba así: “Para mí éste ha sido uno de los temas esenciales, si no el esencial de mi vida intelectual y personal. Y tengo un vínculo personal con un discurso de Perón de 1953 que definió todas mis perspectivas político-intelectuales. Por eso para mí el tema de la integración no es una mera reflexión académica, sino que involucra mi percepción y mi comprensión de mi propio país. En el fondo, uno es hijo de sus primeros amores; los primeros amores no se dejan nunca, y en la vida política ocurre lo mismo. Mis primeros amores fueron dos: el doctor Luis Alberto Herrera en Uruguay y el coronel Juan Domingo Perón en la Argentina, allí por el año 1945, cuando me empezaba a asomar a la vida pública”.

En los setentas, antes del golpe de Estado de 1976 en la Argentina, Methol Ferré visitaba con frecuencia al general Juan Enrique Guglialmelli en la revista Estrategia y el Instituto de Estudios Estratégicos y de Relaciones Internacionales (INSAR) donde trabajábamos en común con Paulo Schilling, a quien junto a Arturo Jauretche, Methol le dedica su libro “El Uruguay como problema”.

Allí se debatían las alternativas geopolíticas de las relaciones entre Uruguay, Brasil y Argentina para llegar a la integración latinoamericana. Pero el Cono Sur o la Cuenca del Plata eran las estrellas del debate, así como las prioridades geopolíticas entre la vertebración de una nación y la integración regional.

Schilling, ya dos veces desterrado, con su hija Flavia presa en Uruguay, complicaba más el debate con otro problema en ese momento como el del expansionismo brasileño.

Methol, en cambio, hablaba desde la Cuenca del Plata y la importancia del Uruguay, que para él era la llave para la Argentina en su dominio sobre el Atlántico Sur, o del Estado tapón entre los poderosos Brasil y Argentina. Y Guglialmelli repetía que la Argentina, geopolíticamente hablando, era “peninsular”, lo cual significaba que su situación es continental-bioceánica y patagónico- antártica. Según Guglialmelli, para vertebrar la nación argentina no bastaba con integrar a los cinco países de la Cuenca, sino que había que integrar a Chile y Perú y lograr la integración del Cono Sur para consolidar la posición bioceánica . Desde allí quizás se podría lograr la unidad continental.

El general Guglialmelli, a quien el historiador José María Rosa llamó el “último general de la Patria”, sostenía que era necesario romper con las formas esenciales de la dependencia económica, cultural, ideológica y política. Para ello, no sólo era necesario el desarrollo económico sino cultural, social y espiritual en forma independiente.

Quizás, como sostenía Methol, Guglialmelli no pensaba tanto en América latina sino en América del Sur, como Perón. Lo primero para él era unificar América del Sur para que quizás existiera América Latina.

A pesar de no compartir quizás algunas políticas y no pertenecer al Frente Amplio, Methol fue despedido por José Mujica, a quien asesoró. Dijo Mujica: “Era todavía joven cuando te conocí en largas tertulias con un viejo amigo común, el flaco De Souza. Tiempos del primer gobierno blanco con la Alianza Ruralista, y tiempos de la célebre conversación que tú denunciaste, de Nardone con el embajador norteamericano. Siempre la heterodoxia de tus interpretaciones me impresionó, desde tu libro ‘Uruguay como problema’ hasta los últimos tiempos, cuando me brindaste tu apoyo sin condiciones y me ayudaste con tu siembra de ideas renovadoras. En ti, Tucho, están un puñado de mis más nobles recuerdos, y tengo que balbucear: Hasta siempre compañero”.

Por Ana Jaramillo *

*Ana Jaramillo es rectora de la Universidad Nacional de Lanús. Doctora en Sociología, su último libro es «El poder y el saber».

Fuente: Página 12