Vivir y tiritar en las villas: el déficit energético y habitacional en los barrios populares rosarinos

Las familias que habitan las vecindades más despojadas de Rosario tienen serias dificultades para enfrentar el frío, resultado de la lenta urbanización de los barrios.

Las familias que habitan las vecindades más despojadas de Rosario tienen serias dificultades para enfrentar el frío, resultado de la lenta urbanización de los barrios.

El frío azotó Rosario como hacía mucho no lo hacía en el mes de mayo. La sensación térmica rompió el piso de grado cero y en las villas y barrios populares, las temperaturas extremas tienen la misma gravedad, no importa si se suda o se tirita: la desigualdad todo lo hace más difícil.

Las villas se quintuplicaron en las últimas dos décadas en todo el país y Rosario no es una excepción. Sólo en Rosario, el Registro Nacional de Barrios Populares (Renabap) indica que existen 119 barrios, de los cuales más de un cuarto de ellos aparecieron después del año 2000 y otros 31 barrios aparecieron en la década de 1990. En síntesis, se trata de 39.415 familias que viven en situación de precariedad.

Lorena es voluntaria en el centro comunitario Victoria Walsh (Amenábar 4325) en Villa Banana, y cuenta que en su casa, ella cuenta sólo con una salamandra para poder calentarse. No sólo acceder a una estufa eléctrica se hace cuesta arriba sino que la falta de tensión hace imposible que la pueda encender: “No puedo poner la estufa porque saltan los cables de la poca tensión que hay”, afirmó en diálogo con La Capital y agregó que los vecinos vagan por las calles y pasillos del barrio en busca de algo que quemar y así pelearle la pulseada al frío: “Acá la gente quema lo que puede. Estos días no tenemos madera, tenemos que salir a buscar material para prender y calentar”.

La vecina de Villa Banana contó a este diario que durante la noche, al regresar a su hogar, la calle permanece a oscuras, de la misma forma que los locales linderos también están con sus carteles sin encender.
Muchos de los vecinos no tienen más que un único par de zapatillas y caminan por los pasillos “como si fuera verano”. Lorena apuntó a este diario que “en el jardín donde trabajo, como no tenemos gas, tenemos que comprar la garrafa y hacemos feria de ropa” y le llamó la atención que “mucha gente se acercó a preguntarnos si teníamos campera. Es mucha la gente que no tiene un abrigo”.

«Yo misma duermo con frío, todavía no terminamos la casa. No se aguantan el frío que hace, por ahí prender un caloventor o una estufa es un ratito y apagarlo porque hay tanta gente conectada que no aguantan los cables. Entonces no se puede tener todo el día el ambiente caliente», lamentó Yamila, vecina del barrio La Sexta, quien contó a La Capital que vive de vender tortas fritas y asadas, con lo que puede juntar algo de dinero y dar de comer a sus hijos: «Hay muchos jóvenes que vemos en el barrio que viven en la calle y queman cosas para poder calentarse un rato. Yo dormí 8 meses durmiendo en el piso con mis hijos y no se lo deseo a nadie».

Al 92% de los más de 119 barrios populares de la ciudad no llega un servicio tan elemental como el agua.

Cifras marginales
El Renabap apunta que, en la ciudad, casi 7 de cada 10 familias (68,9%) calefacciona sus hogares con energía eléctrica, mientras que 16,8% lo hace quemando gas de garrafa.

No obstante, el Censo nacional 2022 reveló que el 93% tiene conexión irregular a la red eléctrica, el 85% tiene un acceso informal a la red de agua potable, el 72% no tiene cloaca y el 97% cocina con garrafa.

“Si viviera en un ranchito, prendería fuego igual”, confió Lorena a La Capital mientras recordaba su infancia en las villas de Rosario: “Nosotros prendíamos un braserito cuando éramos chicos ¿Cómo se calienta una casa de chapa o de madera sin estufa? ¡No podés prender una estufa eléctrica porque no hay luz!”.

La pobreza convierte la necesidad en un arma de doble filo: quien puede usar una estufa o un caloventor lo hace bajo su propio riesgo. El 26 de julio de 2023, la casa de Yamila se redujo a cenizas y restos incinerados luego de que el caloventor encendiera unos materiales que habían quedado cerca del aparato. La familia de dos adultos y tres niños pequeños perdió todo, al punto que debieron pasar 8 meses durmiendo en el piso. Si bien recibieron donaciones y ayuda de los vecinos y organizaciones sociales como el Movimiento Evita, todavía no tienen completamente cerrado el techo con chapas, por lo que las noches son muy duras para su familia.

«Los chicos que se ponen pedazos de diarios en el pecho para que no le de frío»

«Vivimos el día a día como se puede», sostuvo la vecina y señaló: «Se está viendo más pobreza que frío. Hay cada vez más chicos buscando cartón, parejas que salen a pedir en la calle. Es lamentable ver cómo la gente rebusca para conseguir algo para comer».

En el barrio La Sexta, las casas más humildes se levantan con materiales que no siempre rechazan el frío y los techos de chapa convierten a los hogares en heladeras: “El techo de chapa pasa mucho frío. Mis hijos duermen los tres con buzo y a veces hasta con gorrito. Es muy feo dormir en la helada”, describió Yamila, que vive en el barrio ubicado en las inmediaciones de la ciudad universitaria de La Siberia. Un nombre muy adecuado para las sensaciones térmicas que se viven en las casas con piso de carpeta de hormigón y chapa.

Comer para sacar el frío del cuerpo
Por su parte, Soledad, vecina del barrio Los Pumitas y cocinera en uno de los comedores comunitarios que la organización La Garganta Poderosa sostiene allí en zona noroeste, advierte que las personas queman lo que pueden para poder afrontar el frío.

«Los vecinos queman maderas que encuentran, basura o esas cosas para poder tener un poco de calor en sus hogares. No está como para comprarse una campera, hay niños que tienen lo poquito que pueden llegar a ponerse», dijo la militante, quien contó a La Capital que «hay chicos que tienen una camperita y se ponen pedazos de revista o de diarios en el pecho para que no le de frío. Es cruel lo que vivimos en los barrios. Estamos olvidados».

Según Soledad, quienes llevan adelante comedores y merenderos no saben cómo hacer «para hacerle llegar algo más a los chicos. Más que nada, la gente busca en los comedores para poder comer un plato de comida caliente».

Nadie se ha acercado desde las instituciones gubernamentales a asistir o a siquiera preguntar si existe alguna necesidad. Los comedores y merenderos que funcionan en el barrio están dando “una sola ración de comida o de copa de leche por día, si es que dan”, señaló Lorena, quien sostuvo que en el espacio donde es voluntaria entregan “un bolsón de mercadería una vez por mes, que se arma de lo que nos dan”, pero es muy poco lo que llega a los comedores y la necesidad se incrementa.

Yamila comparte con Lorena y Soledad la actividad de trabajar en comedores comunitarios: desde diciembre que el gobierno nacional cortó el envío de recursos y los merenderos sólo pueden contar cómo aumenta la demanda de comida. «Antes la gente podía ir a dormir con el cuerpo calentito después de comer un guiso, pero ahora se está complicando incluso eso», remató la joven.

Fuente: La Capital