8M: la conciencia feminista es lucha, no es cosmética
Un acontecimiento es aquello que permite a un inexistente ponerse de pie, escribió Badiou. Feminismo es lo que descubrimos a veces cuando estamos a punto de explotar, cuando ya no aguantamos más.
10/03/2021 OPINIÓNUn acontecimiento es aquello que permite a un inexistente ponerse de pie, escribió Badiou. Feminismo es lo que descubrimos a veces cuando estamos a punto de explotar, cuando ya no aguantamos más. Puede ser también lo que nos ocurre cuando tomamos la palabra, la voz pública, la cita que nos incluye, la palabra que nos nombra y que no nos amordaza u oculta u omite en un genérico que no nos nombra, y que revela que nos faltan pronombres y palabras. El feminismo nos sucede cuando nos reubicamos, cuando nos corremos, cuando queremos elegir nosotras las reglas de juego, cuando tomamos las riendas, cuando se nos revela como propia nuestra potencia. Cuando nos negamos a la sumisión, cuando revisamos idealizaciones, cuando protestamos y hasta nos enfurecemos también. Cuando nos damos cuenta que nos habíamos acostumbrado a la condición de invisibles y matables. Suele suceder con otras, suele armar red.
La conciencia feminista implica ocuparnos de las grandes violencias pero también de las violencias sutiles, enmascaradas, microscópicas, de lo cotidiano. Lo que tantas veces es naturalizado. El feminismo también es (leyendo a Sara Ahmed en Vivir una vida feminista), el conocimiento que construimos en la mesa familiar, en el chat grupal, en las escuelas, en los trabajos, en la calle, en los espacios, vínculos e instituciones que nos damos y de las que somos parte. Ese conocimiento importa. E importa muchísimo. Es parte del movimiento que construye vidas y cultura feminista.
La conciencia feminista es permanente trabajo. Desarma el patriarcado como territorio del don. De lo que nos dan o nos quitan, lo que nos pone en el lugar de la gratitud dependiente y sumisa de la que recibe beneficencia. Es obra nuestra tirarlo abajo. Lo ha sido y lo seguirá siendo.
Sarah Ahmed dice que las feministas somos aguafiestas tantas veces, le devuelve a ello su valor personal y político, le sacude su mala prensa. No sólo no vamos a disculparnos por eso sino que lo celebramos. Lo abrazamos. La figura de las aguafiestas permite nombrar lo que sentimos y nos abre a la esperanza. Se opone al ideal edulcorado y normativizante de la “felicidad” como proclama, mandato y exigencia neoliberal, slogan y foto que nos objetaliza en superficies e imágenes. Las feministas somos aguafiestas porque desarmamos y desactivamos esa exigencia que invisibiliza nuestras incomodidades, sufrimientos, furias, rabias, angustias, así como nuestras más genuinas alegrías. Incluso es capaz de transformar a los mismos slogans feministas en objetos de consumo y engranajes de los dispositivos y sistemas patriarcales y hegemónicos. Sara Ahmed nos lo advierte, y también nos señala una otra figura, que forma parte del diseño que nos encorseta en la representación de mujer que nos asigna y entrega a la precariedad, la dependencia, la docilidad y la infantilización. La figura del “extraño peligroso”. El extraño peligroso es un guion que nos disciplina a fuerza de ubicarnos en el miedo al afuera. Cuando en verdad, la mayoría de las violencias son “domésticas” (y vaya que nos domestican) las sufrimos adentro de las propias casas. El extraño peligroso es el caldo de cultivo en el que se cocinan las afectividades de Derecha, e incluso el lugar en el que los feminismos pierden, el poder se lleva toda el agua para su molino, y la recicla allí, pulverizando la potencia de nuestras luchas. La representación de peligro y amenaza que nos fija a depender de hombres salvadores y protectores también es parte del problema.
Cuestionar, revisar ciertos slogans, por un lado, e insistir en la responsabilidad del Estado frente a las violencias y los feminicidios, por el otro, me parece decisivo siempre y en particular hoy, en un nuevo 8M. “Las mejoras cosméticas que no generan transformaciones estructurales no son solo inútiles, sino que incluso pueden ser contraproducentes. Un reglamento que no se aplica, un buzón de denuncias que nadie controla o una oficina de género que no tiene ninguna atribución no son inofensivas, porque algo producen: producen, de hecho, la impresión de que se está haciendo algo, de que no hace falta seguir insistiendo con esto del feminismo, porque ya lo tienen todo, ahí tienen su oficina, ahí tienen su protocolo antiviolencia, quizás ya es hora de que dejen de hablar de esto…” escribe Tamara Tenembaum en el prólogo al libro ya citado de Ahmed.
La cuestión en la que insistir es en esa trampa que logra que las luchas se diluyan en dispositivos que le permiten al jefe de turno autofelicitarse y congraciarse, o incluso hacer un chiste y anunciar que el patriarcado se ha terminado, hace que el feminismo se transforme en un reclamo anticuado porque ya hay oficinas de género y diversidad por todas partes… Los chistes no son poca cosa, sobre todo algunos, y vestirse de feminista puede ser una manera elegante de construir iatrogenia estatal. El supuesto remedio es lo que facilita y avala que nos sigan matando, y hasta (¿por qué no?) es condición de posibilidad del chiste.
Yo pienso que ese chiste es un muy mal destino de aquel lapsus maravilloso y esperanzador de hace año y pico atrás, y una pandemia o un siglo antes, aquel que nos llevó a la cima de la alegría en ese inédito “Volvimos para ser mujeres”. Puede ser un muy mal chiste para el feminismo, suponer que el punto de partida y la promesa que encarna, bastan. No bastan esos gestos conscientes e inconscientes, y hay chistes muy poco felices que así lo demuestran. No necesitamos anuncios ni oficinas ni departamentos o agencias nuevas. Necesitamos decisión política. Entonces seremos mujeres, las nosotras todas. Ni una menos, ni una sola menos, más.
Devenir aguafiestas es en sí mismo una salida a los guiones que el poder nos asigna. Es rebelión ante el mundo que tolera y reproduce cada día la ley de la desigualdad y la injusticia. No sonreímos frente a los horrores que ocurren, no somos dóciles ni serviciales ni complacientes. No lo somos. Hemos transformado el 8M en parte de una lucha, por cierto así nació. No es fiesta, no es celebración, no es la ratificación condescendiente de un estereotipo, ni la asignación de nuestras posibilidades y nuestros límites.
No se nace mujer, así como no se nace libre. Llegaremos a serlo. Mujer es la experiencia de una asunción y un devenir, y es nuestra.
Por Lila María Feldman