Bajó el río y dejó las heridas expuestas
La navegación, la pesca, el agua potable y el habitat para lugareños que perdieron sus casas en la barrancas, son algunas de las carencias que dejó una bajante que muchos adjudican a la mano del hombre. "Tarde o temprano, la naturaleza reclama. Hoy son los carpinchos, mañana será el río".
31/08/2021 MUNICIPIOSLa navegación, la pesca, el agua potable y el habitat para lugareños que perdieron sus casas en la barrancas, son algunas de las carencias que dejó una bajante que muchos adjudican a la mano del hombre. «Tarde o temprano, la naturaleza reclama. Hoy son los carpinchos, mañana será el río».
Por Natalí Risso
En 2003 la fuerza del río socavó la ruta que unía la ciudad de Santa Fe con su vecina Paraná. Era de noche y una familia que volvía de pasar el día en una isla entrerriana no llegó a enterarse del corte que habían hecho en la entrada a las dos ciudades por el derrumbe. La camioneta quiso volver por una ruta que ya no estaba y cayó al río. Los buzos tácticos encontraron los cuerpos, pero la camioneta nunca apareció. Hasta que pasaron 20 años y un río tres metros más bajo que su cota normal dejó al descubierto dos neumáticos retorcidos y unos hierros oxidados con silueta de chasis.
La bajante del Paraná reveló historias y reavivó problemáticas que parecían olvidadas: un accidente fatal, fósiles y restos de vasijas antiguas, agua cada vez menos potable, caminatas sobre arenales que antes eran ríos, más jejenes y menos peces.
“El mayor impacto es el visual”, cuenta Víctor Hugo Rodríguez, el presidente de la Escuela de Canotaje de Paraná. La típica postal de la capital de Entre Ríos se hace desde el Parque Urquiza, una barranca verde en la que los entrerrianos toman mate y hacen ejercicio con vista al río que le da su nombre, el Paraná. La típica postal incluye un río que cambia de color según le pega el sol, y dos islotes: el Curupí y la Isla Puente. Con la bajante, quedaron unidas por primera vez por un arenal que permite cruzar caminando desde una a la otra.
Los ribereños dicen no haberlo visto nunca así. Es que los registros marcan que la última vez que estuvo tan bajo fue en 1944. “Hay poca gente que puede tener referencia de una bajante tan grande porque bueno, tendría que tener cien años. Además tampoco hay registro fotográfico. Pero para uno que se crió en el río es muy impresionante, imaginate que el agua debería tener que estar acá”, cuenta Víctor mientras señala unos conos sobre el cemento a metros de la Escuela. Más atrás se ve un intento de puerto con varios barcos que están sobre el seco: “Esos no pueden salir más, hasta que no suba un poco el río no van a poder salir”, agrega.
Víctor está todo el día mirando el río: desde adentro cuando navega en kayak o piragua, o mientras atiende a las madres y padres de los chicos que se vienen a anotar a la escuelita de canotaje. Dice que aprendió a nadar antes que a caminar, y que nunca estuvo más de algunos días lejos del agua. Las embarcaciones que maneja son livianas, así que la baja no representa un gran problema para la navegación. Pero sí sigue descubriendo al río: “hay lugares que pensábamos que eran profundos y de repente son muy bajos”.
Artesanos de la pesca
En el barrio pesquero de Bajada Grande hay pocos puestos abiertos. Del de Flavio Enríquez cuelgan dos surubíes y algunos amarillos que dice que son para fritar. «Estoy descongelándolos porque mañana todos quieren comer pescado, y nosotros no podemos salir a pescar. Hicieron que la gente tenga que comer pescado congelado cuando vivimos en la costa del río». Por la bajante que secó las lagunas donde se reproducen los peces, el gobierno provincial decretó una veda que no permite la pesca los fines de semana. En los restaurantes de la ciudad explican que no tienen boga, por la veda.
Flavio propone ir a hablar a la playa que le ganó al río, justo atrás de su puesto. Señala los puestos vacíos y dice que sí, que estos días hubo pocos peces. «Pero cuando nos descuidemos vamos a tener el agua encima de las casas», asegura.
Con el río más bajo quedaron al descubierto fósiles de animales prehistóricos y también una problemática que los pescadores artesanales tienen desde hace más de 20 años. Es que Flavio admite que está preocupado por el futuro, por la secante de las lagunas, pero está más preocupado porque los saquen definitivamente del río: «Me preocupa más que siga la pesca deportiva y para exportación. Nosotros, los pescadores artesanales, sacamos del río lo que el río nos da, no forzamos nada», explica.
A principios de los 2000 se empezó a desarrollar la exportación de pescado de río, particularmente sábalo. Con este fenómeno surgió un nuevo negocio: desde el norte de Santa Fe y hasta San Nicolás se instalaron frigoríficos que cambiaron las reglas del juego de cómo operaban las pesquerías. En los barrios más marginales, los acopiadores comenzaron a ser los únicos intermediarios posibles para que los pescadores comercialicen con los frigoríficos, que son los que fijan el precio. «Yo una vez me indigné porque venía un chico con una carretilla llena de pescados. Un acopiador le dio 500 pesos por todo y el chico chocho. Cuando apareció el primer cliente que estaba adelante mío, sacó 750 pesos por solo algunos de los pescaditos que estaban ahí», cuenta Víctor el kayakero: «No puede ser que esta gente sea tan explotadora».
Además, con la presión que implica una escala industrial, le exigen mucho producto al río. «Si no hay pescado los ricos venden pollo, chanchos, soja. El pescador va a ser el que tenga que salir a limosnear si no podemos pescar», lamenta Flavio.
Sequía
Es viernes a la tarde y en la costanera de Paraná la gente entrena. Muchos paranaenses hacen una parada obligada en la puerta del club de Canotaje. Paran a saludarlo a Luis «Cosita» Romero, un baqueano que se hizo conocido por defender históricamente el Paraná: «Te pediría que cuando hables de la bajante expliques que en realidad la bajante es una gran sequía resultado de la intervención humana», sentencia y agrega que las bajantes y las subas del río son naturales, que “esto es otra cosa”.
Cosita miraba el río desde chiquito y se acuerda de su color en cada momento del año: el marrón en general, a veces reflejándose el color del cielo, otras veces rojizo, cuando no había represas. “Rojo era el río en algún momento por la arcilla seguramente del sur del Brasil o de Misiones. Se transformaba en un color que ya nunca más se produjo», lamenta.
Antes era pescador, hasta que en 1996 emprendió junto con un compañero una remada desde Yacyretá, en Corrientes, para impedir que se lleve adelante el proyecto que tenía el gobierno de Carlos Menem de instalar una represa en el Paraná Medio. Paraban pueblo por pueblo a hablar con colegios, universidades y consejos deliberantes. Consiguió más de 4.000 firmas de apoyo, parar el proyecto y convertirse en un baqueano conocido en la ciudad por defender al río.
«La calidad del agua no es igual, se siente. Vos abrís la canilla y sale el agua blanca de cosas que le meten», cuenta. Es que el río es un reciclador natural de la contaminación y menos agua significa también menor fuerza. El caño de cloacas de la ciudad va directo sin ningún tratamiento a un río que a una altura normal hace correr 16.000 metros cúbicos por segundo. Hoy pasa un tercio de esa agua que no llega a llevarse y descomponer todo lo que tira la cloaca.
Desde el año pasado los paranaenses leen en los diarios de algún derrumbe en uno de los varios barrios con ranchos a la vera del río. «Allá donde se ve esa barranca antes había unos ranchos, ahora no se ve más nada porque se cayeron de tan poca agua», muestra Cosita. Con la falta de agua las barrancas ceden y parte de las casas del costado del río se terminan cayendo. Mientras habla intenta sacarse los jejenes que resisten repelentes de cualquier color: «estos también aparecieron cuando la sequía».
Cosita insiste en que este problema que hoy llama la atención a todos los medios es producto de un maltrato de años, de los ricos privatizando las costas del río, de un descuido total de los humedales que impacta en la flora y la fauna de la zona, de las playas contaminadas.
De fondo se ven dos focos de humo: «se ven todos los días desde la costa, desde las 13 que es cuando se seca el rocío de la noche, hasta que se vuelven a apagar». Explica que los ven más seguidos desde hace unos cuatro, cinco años cuando la carne que se hace en las islas empezó a ser más cara. Que la usan para sembrar soja o algún agro cultivo, para ganadería o para hacer grandes hoteles.
“Ahora pasamos el Club Náutico y es la última vez que vas a ver el río hasta Bajada Grande”. Cosita repite, insiste, se indigna: es que apenas el 15 por ciento de los 10 kilómetros de frente que tiene la ciudad de Paraná se aprovechan, y él trabaja para que la gente pueda conocerlos y sensibilizarse. «No tengo nada con los ricos pero me duele de que se queden con todo, la prepotencia del poder y del dinero. Y la naturaleza más tarde o más temprano lo va a reclamar. Hoy lo reclaman los carpinchos. Bueno, mañana lo reclamará el río, porque cuando el río crece arrasa con todo», concluye.
Un río de lucha
El río Paraná le da nombre a una ciudad que se ve directamente afectada por esta bajante. Es el segundo río más largo de América Latina y el impacto es acorde a su magnitud: lo que denuncian los paranaenses lo vio a distintas escalas Guillermo Soldini durante la travesía que hicieron cientos de kayaks desde Rosario hasta Tigre por los humedales.
Guillermo se describe como guía e instructor de kayak, y también como amante del río. A medida que iban recorriendo el cauce río abajo, veía varios focos de quemas. Cerca del Dique Luján a la altura del Puerto Querandí se encontraron con un arroyo prácticamente enrejado para uso de un desarrollo inmobiliario. Bajando por Zárate varios barcos encallados. Llegando a Escobar acompañaron la lucha de vecinos que quieren sacar la toma de gas en la que varios buques descargan el gas licuado a riesgo de que se explote. «Se ven los monocultivos en toda la cuenca, y más arriba las 50 represas que influyen negativamente en el cauce del río».
La lista de conflictos sigue y los vecinos también siguen luchando. Es que además de ser uno de los ríos más largos del mundo, es territorio de identidad y cultura. En esos bancos de arena que hoy están donde hubo hasta hace poco un lugar llamado río aparece una camioneta de un accidente de hace casi 20 años, la ermita de una virgen, un ancla de algún buque antiguo a la altura de Ramallo en Buenos Aires. Se descubren construcciones de antiguos muelles, una parte de un barco que podría haber participado en la Batalla de Vuelta de Obligado. Todo eso y más es el Rio Paraná. Todo eso y mucho más es la lucha de los y las vecinas que repiten como un mantra un verso de un poema de Haroldo Conti: El río cambia. A veces es duro y amargo, pero otras veces parece hecho a la medida del hombre.