Bariloche: Solidaridad y territorialidad marcan el rumbo en las Escuelas de Gestión Social

Este tipo de gestión educativa apunta a una población escolar sin recursos, donde además de impartirsele las asignaturas básicas se les enseña un oficio basados en la solidaridad, con lo que se crea "un círculo virtuoso" con la comunidad.

Este tipo de gestión educativa apunta a una población escolar sin recursos, donde además de impartirsele las asignaturas básicas se les enseña un oficio basados en la solidaridad, con lo que se crea «un círculo virtuoso» con la comunidad.

Alumnos que aplican sus conocimientos para reconstruir la vivienda de una compañera, jóvenes que construyen casas a pobladores que las perdieron por el viento o los incendios y estudiantes que confeccionan camas para un hospital de salud mental cursan en las llamadas Escuelas de Gestión Social, donde los valores de solidaridad y territorialidad se priorizan en la enseñanza.

Este tipo de gestión educativa, presente en la Ley de Educación, está regida por cooperativas, fundaciones o bachilleratos populares y apuntan a una población escolar carente de recursos, donde además de impartir las asignaturas básicas se les enseña un oficio basados en la solidaridad, con lo que se crea «un círculo virtuoso» con la comunidad.

La solidaridad ante todo

Tal es el caso de la Escuela Técnica Nehuen Peuman, de la Fundación Gente Nueva, ubicada en el barrio Altos de Bariloche, donde un grupo de alumnos que cursan para llegar a ser maestro mayor de obras deciden junto al jefe del taller reconstruir la vivienda a una compañera de otro colegio de la misma Fundación.

«El director de la escuela Aitué me avisa que una alumna que tiene tres hijos a su cargo sufre las inclemencias del tiempo en su casilla porque no tiene una base, con lo que también ingresan todo tipo de roedores y decidimos ayudarla con los chicos del taller», dijo a Télam Fernando de Ybarra, jefe general de Enseñanza Práctica.

El docente, que lleva 30 años en su profesión, consiguió donaciones de una empresa, el hormigón, y un aserradero les donó las tablas para el encofrado, «ya que llegamos a la conclusión que había que hacerle una nueva base».

La alumna «tiene una situación de extrema vulnerabilidad. Ya había un dinero ahorrado en la escuela pero nos pusimos en campaña y conseguimos esas donaciones y ahora estamos viendo de qué manera podemos mudarla a otra casilla, mientras le arreglamos la que tiene», expresó el docente

De Ybarra manifestó que «sé que Caritas también avanzó con una donación y, con eso, más el trabajo de los alumnos que ven que su tarea tiene un rostro y un nombre, estamos por comenzar los trabajos». El docente dice que esa es una manera de plantar una «semilla de solidaridad» en los alumnos.

«Nosotros vamos ahorrando dinero para los materiales en rifas que hacemos o una madre hace canelones y los vende en el barrio. Es un sistema de autogestión donde todos son parte. Hay padres que nos dan una camionada de arena y las madres organizan el mate cocido para los chicos», destacó

El maestro aseguró que «este es el sistema de gestión social, donde todos son protagonistas y para velar por el derecho a la educación hay que remarla entre todos»

Contó que la alumna «es parte de un grupo de WhatsApp donde ve todo lo que estamos haciendo para ella. Nosotros no somos psicólogos, pero podemos ser un buen complemento y queremos que nuestros alumnos salgan de aquí con una mirada más social, más humana».

Manos a la obra

También en Bariloche, pero en el barrio El Frutillar, está la Escuela Taller Enrique Angelelli, donde los alumnos aprenden distintos oficios, entre ellos carpintería.

La escuela está asociada con cooperativas y los alumnos trabajan en módulos habitacionales, guiados por arquitectos como parte de un proyecto de Conicet de Córdoba para construir viviendas para los que la perdieron en los incendios en Lago Puelo el año pasado o los que se les volaron las casillas en los barrios humildes en un reciente temporal.

Marcos, docente de carpintería del taller, dijo a Télam que «además de enseñarles para un puesto de trabajo, los alumnos aprenden solidaridad y territorialidad porque saben que le están reconstruyendo la casa un vecino».

«Tomando como insumo la madera de pino que hay en la zona y la donaciones de algunos comercios, podemos llegar a tener los materiales que necesita el taller. A veces un vecino viene y nos dice que necesita un marco para una puerta y la hacemos más barata que en cualquier comercio. Al vecino le sirve y a nosotros también», detalló Marcos

Unas 30 personas asisten a esta escuela taller que nació «para formar puestos de trabajo dignos y si los vecinos necesitan ayuda la escuela va a dar todo lo que puede para asistirlos».

Para y por los más humildes

Por su parte, la Escuela de Gestión Social e Integración laboral «La Fábrica de Futuro» funciona en el marco de las actividades de la Fundación San José Obrero, en Bariloche y lleva adelante un proyecto educativo y laboral para jóvenes de los barrios más humildes de la ciudad.

La Fábrica concretó un acuerdo con el Hospital Zonal de Bariloche, en el que se les encomendó la construcción de 25 camas, con sus respectivas mesitas de luz y percheros, destinadas al área de salud mental del Hospital.

«En Argentina, como en el resto de Latinoamérica y en la pampa de Huenuleo, acá en Bariloche el 70% de los jóvenes en edad de tener un título secundario no lo tienen, y esto es lo mínimo que te pide el sistema para tener un laburo, con lo cual nos quedó claro que el sistema no está funcionando para los pibes de los barrios populares», dijo Fernando Fernández Herrero, director de la escuela. Pero «encontramos un método educativo posible para los pibes de los barrios populares y esto nos emociona.»

Gabriela Ancapan tiene 26 años, pertenece a una familia de la barriada del alto, tiene 4 hermanos, todos criados por su madre, sin la figura de un padre en la familia. Define a su mamá como una mujer de trabajo, que fue para ella un ejemplo.

¨Hace 5 años que trabajo acá, estudié herrería y ahora soy la jefa del taller -nos dice con orgullo-. Antes estudiaba electricidad, pero ahí no aceptaban bien a las mujeres, acá si me recibieron muy bien», contó. Para ella, su nueva realidad laboral fue un desafío.

«Esto era un trabajo para hombres y yo quería demostrar que una mujer también puede, hay que motivar a las mujeres para que salgan de ese estereotipo, que los hombres son los únicos que pueden», propuso.

A Carlos Patricio Leuquen Santos, de 27 años, todos lo conocen como Rosko y acompañó a los distintos proyectos de Fernando desde que empezó hace 8 o 9 años.

Estuvo en prisión por «hacer cosas malas», luego fue malabarista callejero y vendedor de tortas fritas, hasta que volvió al San José Obrero, participando en distintos proyectos como el taller de mecánica, la carpintería, la herrería.

Ahora Rosko participa también en la fabricación de las camas para el hospital y su evaluación es muy positiva: «Con estos proyectos es muy posible que los pibes del barrio dejen de hacer cosas malas», dijo.

Fuente: Telam