La soberanía no es un plato que se come frío
La idea neoliberal imperante respecto del rol de la República Argentina es clara: impedir definitivamente nuestro desarrollo, que se inició entre los Siglos 19 y 20 y después consolidó Perón, cuyo mejor legado fue la plena Soberanía Nacional sobre bienes y decisiones.
28/03/2022 OPINIÓNLa idea neoliberal imperante respecto del rol de la República Argentina es clara: impedir definitivamente nuestro desarrollo, que se inició entre los Siglos 19 y 20 y después consolidó Perón, cuyo mejor legado fue la plena Soberanía Nacional sobre bienes y decisiones. Por eso lo apoyaron siempre los sectores populares, la llamada «gran masa del pueblo». Y eso fue lo que las burguesías dominantes jamás aceptaron, incluso apelando a las peores y más repudiables acciones.
El sangriento golpe de estado de 1955 fue el principio del fin de aquel sueño de Soberanía. demorado por la resistencia de la clase trabajadora, el pequeño y mediano empresariado que creció consciente del rol del Estado, y en parte porque teníamos una educación pública nacional (no como en las últimas décadas, cuando somos acaso el único país del mundo con 24 ministerios de educación, lo que es probable y no reconocida causa principal del retraso educativo). Y también porque el desarrollo argentino fue consistente. Tanto que ahora, 67 años después, la resistencia todavía es posible. Y necesaria.
Lo cierto es que hoy la Argentina está perdiendo su independencia y a este paso el 25 de Mayo y el 9 de Julio serán fechas mentirosas, para que descorchen champán los nuevos dueños del país, brindando con ladrones y estafadores de la administración macrista 2015-2019 y junto a latifundistas y «exportadores» que no pagan impuestos.
Ahora que vamos a ser sujetos de «controles» y del redireccionamiento infame de los últimos restos de política soberana, nos dirán que no a las industrias y políticas igualitarias, nos dirán que basta de educación pública y desarrollo industrial exportador, y nos impondrán el silencio a palos cuando veamos (como ya se ve pero los medios tapan y los ilusos niegan) que se llevan nuestro petróleo y nuestros minerales, y en cambio nos dejen aguas contaminadas y tierras inservibles porque las envenenaron.
Si hasta le cambiaron el nombre al río Paraná y se hacen los distraídos con el Canal Magdalena, que es el único vínculo directo y argentino entre el río Paraná y el Océano Atlántico, línea que une a una docena de provincias pero que sigue cortada para forzar la navegación a través del Uruguay, cuyo puerto principal, Montevideo, está siendo concesionado por 80 años a consorcios europeos y asiáticos.
Hoy está en dura emergencia aquella Industria Argentina que nos llenaba de orgullo, y parece empezar una segunda colonización al servicio de gobiernos y poderes extranjeros. O sea: pareciera que vamos camino a ser otra vez colonia, con más de 40 millones de compatriotas retornados a la condición de súbditos de perversos poderes extranjeros.
Es esta pérdida de la preciosa condición de nación soberana la que nos tiene amarrados en la insoportable situación de ser un país riquísimo pero empobrecido por intereses mezquinos, extranjeros e internos. Y condenado al lento suicidio de nuestra Soberanía. Lo vimos en los recientes, pobrísimos debates parlamentarios, en los que se plantearon falsas opciones como
«acuerdo o default» para encubrir el verdadero dilema, que era Soberanía o claudicación ante la estafa. Y todo eludiendo auditar la supuesta deuda y demandar a Macri y su banda, que era lo que habia hacer.
Por eso este columnista reivindica el vocablo Soberanía y lo vincula casi obsesivamente con la cuestión del Paraná y el Canal Magdalena. Porque ambos constituyen nuestra única salida al Océano Atlántico, y porque debemos recuperar el control total del comercio exterior, hoy concepto abusado por empresarios y periodistas que engañan a la socedad, impedida de saber que en esencia no existe ningún comercio exterior argentino. Así de claro: porque lo que hay es un comercio empresarial de productos que no se pesan ni pagan impuestos, ni aceptan control alguno del Estado. Eso no es comercio exterior, y menos «argentino».
Esta columna visitó esta semana el Astillero Río Santiago, y luego en la UNLP participó de mesas ante auditorios repletos de estudiantes y profesores de diversas carreras, a quienes se les explicó, adoloridamente, que es la Soberanía la que está en peligro. O sea el sueño nacional comunitario basado en el amor al pueblo del que se es parte, y a una tierra, una bandera, una moneda, que son símbolos de soberanía.
Por decisión del Presidente Hipólito Yrigoyen, desde la primera Guerra Mundial la industria naval empezó a poner ojos en la seguridad nacional. Desde mediados de los años ’30 las primeras construcciones navales argentinas compusieron una Marina Mercante modesta pero propia y soberana. Se desarrollaron astilleros en Puerto Belgrano, Tigre, San Fernando y Ensenada, donde en 1953 se fundó el Astillero Río Santiago, que operaba desde 1933 y llegó a ser el más grande de Latinoamérica.
La industria naval se desarrolló a partir de la formación de técnicos y personal especializado, y el ARS llegó a ser un establecimiento industrial excepcional que ocupaba 230 hectáreas y 55 áreas productivas, y funcionaba como la gran empresa industrial que era. Allí se fabricó y botó en 1962 la fragata Libertad, y también la Azopardo y la Piedrabuena.
El ARS contaba con talleres de caldería, herrería, tornería, cobrería, estructuras, electricidad, fundición de hierro y acero especiales, carpintería y grandes grúas, y muelles, playas de materiales, usina eléctrica propia, diques y grúas flotantes, almacenes, comedores, escuela de aprendices y todo lo que garantizara operatividad y eficiencia. En 1969 la dictadura de Onganía la constituyó como Sociedad Anónima del Estado. Llegó a tener 5.500 empresas subcontratistas y se fabricaron grandes buques-tanques y cargueros. Para empresas extranjeras se construyeron grandes motores diesel, grúas para los entonces Ferrocarriles Argentinos, turbinas hidráulicas y hasta componentes nucleares y buguis ferroviarios. En los ’80 se construyeron grandes barcos, como los petroleros «José Fuchs» y «Presidente Arturo Illia» y también 6 corbetas para la Armada: Espora, Rosales, Spiro, Parker, Robinson y Gomez Roca.
En 1993 por Decreto N° 4538, el gobierno menemista traspasó el ARS a la Provincia de Buenos Aires, con lo que se perdió gran parte de su superficie, traspasada a manos de la Zona Franca La Plata. Sólo en 2006 se recuperó parte de ese territorio y áreas indispensables para la producción. Arduamente, el ARS recobró importancia para la industria naval argentina, y su punto máximo fue la construcción de cinco buques graneleros de 27.000 TN de porte bruto para una empresa alemana, y el encargo de la petrolera estatal venezolana (PDVSA) de dos grandes petroleros de 47.000 toneladas: el «Eva Perón» y después el «Juana Azurduy», que por decisión del gobierno macrista nunca se terminó y cuyo gigantesco casco hoy se oxida en dique seco.
Hoy que somos un país achicado, con un pueblo hambreado, embrutecido e incapaz de soberanía, y encima forzado a pagar estafas que llaman «deudas» y que nunca se terminarán de pagar porque ésa es la clave para que ya no podamos zafar ni recuperarnos como nación independiente, nuestro río Paraná y el Canal Magdalena sobresalen como emblema de esa recuperación.
Por Mempo Giardinelli