No hay lugar para el odio antidemocrático
El ataque a la vicepresidenta generó una respuesta inmediata por parte de todos los actores de la sociedad. Dirigentes políticos, instituciones y comunicadores se pronunciaron al respecto.
07/09/2022 OPINIÓNEl ataque a la vicepresidenta generó una respuesta inmediata por parte de todos los actores de la sociedad. Dirigentes políticos, instituciones y comunicadores se pronunciaron al respecto. El repudio tuvo como eje central el innegable carácter de vulneración al ordendemocrático del suceso.
POR IRENE POLIMENI SOSA
Tras el paro y movilización masiva en defensa de la democracia y repudio al atentado contra CFK. La irresponsabilidad de más de una década de discursos del odio no es gratuita y la sociedad lo sabe.
El viernes, organizaciones políticas, sociales y sindicales se manifestaron masivamente a través de un paro y una movilización a Plaza de Mayo en repudio al atentado contra Cristina Fernandez de Kirchner y defensa de la democracia. Las dos consignas convocaron focos de movilización en otros puntos a lo largo y ancho del país.
El ataque a la vicepresidenta generó una respuesta inmediata por parte de todos los actores de la sociedad. Dirigentes políticos, instituciones y comunicadores se pronunciaron al respecto. El repudio tuvo como eje central el innegable carácter de vulneración al orden democrático del suceso.
Para quien observa el escenario político y entiende que el discurso público es un territorio donde se dirimen los caminos de las discusiones que lleva adelante una sociedad, no hay lugar a dudas: este hecho lamentable, este exabrupto de violencia, no es más que la manifestación extrema de la acumulación de más de una década de discursos de odio lanzados, reproducidos, reformulados, expuestos en el terreno de la opinión pública como si de algo natural se tratara y, además, defendidos a capa y espada como estandartes de la libertad de expresión.
La movilización hacia Plaza de Mayo estuvo repleta de jóvenes. Agrupadxs entre amigxs, con sus familias, en columnas de organizaciones sociales o políticas, se mezclaban con el resto de lxs manifestantes.
“Lo que pasó ayer fue un atentado a la democracia.” me dice Benjamín, que tiene 19 años y asistió por primera vez a una movilización en el 2016, en el marco de un reclamo al Gobierno de la Ciudad por falta de calefacción en los colegios. “Este país ya dijo nunca más. Venir acá es entender eso y defender esa bandera.”
Le pregunto a Mariana (22 años) por qué piensa que es importante movilizarse. “Primero que todo, para defender la democracia. Lo que pasó ayer no es un caso aislado, sino el resultado de un fomento al odio constante por parte de los medios de comunicación hegemónicos. Creo que es una amenaza a lo que tanto nos costó construir desde el 83. Mi familia fue victima del terrorismo de Estado. Tengo el compromiso de estar aca para defender la democracia por la que ellos lucharon”. Me dice que si para sus familiares la democracia era una transformación que debían construir, a nosotrxs nos toca mantenerla.
“Ya la tenemos, es muy importante entender eso. Ellxs tuvieron que dejar sus vidas, perder compañerxs y familiares para construirla, y nosotrxs tenemos que defender esa construcción porque hay mucha gente que no quiere que exista más”.
Está claro para todxs lxs pibxs a lxs que me acerco que el atentado contra CFK no fue sólo contra su integridad física, sino también contra la democracia. Una democracia que, como dice Mariana, nos ha costado horrores defender y estabilizar. Nos ha costado vidas, más de 30.000. Nos ha costado exilios. Nos ha costado años de herida social. Nos ha costado que una generación entera viviera la política como un compromiso de vida o muerte, como un compromiso que podía hacerte enemigo del orden público, que podía hacerte desaparecer.
A mí, a nosotrxs, nos tocó ser de otra generación: una que creció con fuertes presencias políticas. Con madres y abuelas de plaza de mayo reclamando memoria, verdad y justicia. Nunca venganza. La reivindicación de su lucha nos permitió comprender la política como una herramienta para transformar y construir. Nos permitió observar de qué manera es posible un activismo desde el amor. De qué manera la subversión civil puede marcarle la cancha al poder político desde el reclamo por el justo funcionamiento de los mecanismos de la democracia. De qué manera es posible una alianza entre las figuras que ocupan los lugares de poder y las necesidades, los deseos y los reclamos de lxs vulneradxs por el sistema.
En esa dirección van las ideas que me comparte Ángel -Caco para lxs amigxs- que también tiene 19 años: “La política es la herramienta que tienen los pueblos para enfrentar la injusticia de los poderosos. Los que hablan mal de la política son los mismos que quieren usarla en contra del pueblo. Por eso el pueblo tiene que entender que es la única forma que tiene para hacerles frente. Y creo que lo está haciendo, esta plaza es el claro reflejo de eso”. Le pregunto si recuerda cuál fue su primera movilización popular. “Era muy chico, fue un 25 de mayo, cerró con un recital de La Renga acá en la plaza” me responde entre risas, e inmediatamente agrega: “yo soy parte de una generación muy privilegiada. Me pude egresar en pandemia gracias a una Conectar Igualdad y ahora estoy cursando una carrera gracias a esa computadora también. Vivo en una villa, a mí nadie me regaló nada.
Yo creía de chico que el progreso estaba afuera de la villa, que tenía que salir para progresar. Y Cristina me dijo, a través de sus políticas: dentro de la villa podés y vas a progresar, tenés la posibilidad de estudiar en una escuela pública. Y todo eso se lo agradezco mucho”.
Ángel tiene un cartel que dice “no fue un loquito suelto, es un plan de odio”. Le pregunto por qué eligió esa frase. “Cuando me enteré de lo que pasó, y vi de qué manera le gatillaban la cabeza a nuestra vicepresidenta, me di cuenta de que eso era sólo el punto cúlmine y visible de algo que se viene trabajando hace meses desde los medios de comunicación y el partido judicial. Todo ese odio sembrado en la sociedad, reflejado en una acción. Algunos nos sorprendemos con esa acción y otros se hacen los boludos porque estaban haciendo todo lo necesario para que esto pasara y ahora no se quieren hacer cargo”.
Lo que dice Ángel es cierto, excepto por un detalle para nada menor: la construcción discursiva que habilita un suceso como el que vivimos el miércoles por la noche no es un trabajo de los últimos meses. Es un programa sistemático que los sectores de poder de la Argentina vienen desplegando hace décadas, y que se concentra en la figura de CFK hace por lo menos 14 años.
En el 2008 yo tenía 11. Estaba en quinto grado. Recuerdo que en el aula de mi colegio porteño privado y progre circuló la pregunta “¿vos estás con Cristina o con el campo?”. Se estaba discutiendo la famosa resolución 125, que fijaba un esquema de retenciones móviles para la exportación de trigo, soja, maíz y girasol. Recuerdo que no tenía idea de cómo responder a esa pregunta, recuerdo que ese mismo año -difícil saber si antes o después- le pregunté a mi mamá si ella era peronista. O qué era el peronismo. Recuerdo porque ese momento despertó en mí una intriga, un advertir que existía la necesidad de posicionarse en relación a cuestiones que, tal vez, no podía terminar de entender todavía. Años después, las entendería. Y cuánto: mis primeras marchas fueron multitudinarias: memoria, verdad y justicia, los lápices siguen escribiendo, a donde vayan los iremos a buscar.
En el 2009 intervinieron la señal de frecuencia de la Torre de Control del Aeroparque Jorge Newbery para que Cristina Fernandez, y pronto todo el país, escuchara cómo en la radio del helicóptero en el que viajaba la entonces presidenta, una voz decía “maten a la yegua”.
Durante los meses que siguieron, escuchamos esa frase reproducirse en la televisión y la radio una y otra vez. Una ineludible frecuencia sonora en la que hoy pienso y me genera la misma sensación que los olores de la infancia. Cuento esto porque lo recuerdo, porque lo viví. Para dar cuenta de que el exabrupto de violencia que ha sacudido al país, es el resultado de por lo menos 13 años de construcción de un gran supuesto enemigo público. Una construcción discursiva que defiende a la vez secreta y evidentemente un status quo beneficiario de las minorías que conforman el poder real de la Argentina, a través de amenazas implícitas y explícitas contra el orden democrático. Declaraciones extremas, tapas de diarios injuriosas, discusiones televisivas aberrantes, manifestaciones con pedidos de muerte, marchas con bolsas mortuorias, amenazas en redes sociales, piedrazos a edificios públicos, vandalización de esculturas, arbitrariedades judiciales. Odio antidemocrático.
“Nuestro país tiene un historial de violencia que creemos que es parte del pasado, pero siempre está a punto de aflorar” me comenta Jesús (25 años). “Me parece que es un deber cívico y no una cuestión partidaria estar acá hoy. Esto es una afrenta a la libertad democrática. Creo que los discursos de odio están en todos los frentes políticos y partidarios: la velocidad de las redes, perseguir los puntos de rating, pensar que el que piensa distinto es un pelotudo, son vicios en los que los que están de este lado también incurren. Pero el fascismo no es la respuesta nunca.” Le pregunto cómo piensa que se va a desarrollar ahora el panorama político. “Tengo la esperanza de que este lamentable episodio sea un llamado a la cautela por parte de toda la sociedad, y que nos genere mayor conciencia de nuestros discursos”, me responde, sin dejar de mencionar que “como eterno simpatizante del peronismo” espera “se entienda que esto demuestra de pies a cabeza qué es lo que hay del lado de enfrente”.
En el alegato que publicó el pasado 23 de agosto, en el marco de la Causa Vialidad por la que la Justicia la investiga, CFK dijo que se la quería condenar a 12 años de prisión como represalia por los 12 años de gobierno que llevaron adelante ella y Néstor Kirchner. En ese mismo video, dijo una frase elemental para pensar la coyuntura política que nos toca transitar: “no vienen por mí, vienen por ustedes”. Ese día también se congregaron jóvenes en la Plaza del Congreso. Ulises (24 años), que se encontraba ahí para expresar su apoyo a la vicepresidenta, dijo que para él los poderes fácticos han encontrado la forma de interponer sus intereses sin corromper la democracia antigua. “Antes la democracia era un problema para ellos, por eso se entienden los golpes de estado del siglo XX. Pero ahora pueden sostener una democracia un poco teatral. Esa es la operación del low fare”. A la luz de los acontecimientos recientes, su lectura adquiere otra contundencia. El “ustedes” de “no vienen por mí, vienen por ustedes” es, como sugería Ulises, con total claridad, un ustedes grande, muy grande: ustedes, todxs aquellxs que creen en la democracia.
Las operaciones del low fare, que implican necesariamente una alianza mediática que construya una legitimidad del accionar de la justicia, se cristalizan en una explosión de odio que atenta directamente, sin efeumismos, contra el principio democrático.
La presidenta del Pro, Patricia Bullrich, confirmó en una declaración que para ella es lógico que a 12 años de gobierno kirchnerista, correspondan 12 años de condena. El razonamiento es peligrosamente parecido a la lisa y llana idea de la venganza, esa contra la que hemos erigido un sentido común en la defensa de la lucha de madres y abuelas de Plaza de Mayo.
Pero hay algo que a esa lógica escapa, y que las movilizaciones masivas de ayer evidencian con claridad: mantenerse 12 años en el Gobierno con la voluntad política de avanzar directamente en contra de los intereses de los sectores de poder sólo es posible con un fuerte respaldo popular. El proceso que abrieron los gobiernos kirchneristas está íntimamente ligado con la construcción de una base militante y de una complicidad social respecto a quiénes ocupan los espacios de poder y para qué. Quiero decir, sin respaldo popular, no hay 12 años de kirchnerismo. Sin kirchnerismo no hay nuevas mayorías nacionales y populares.
Hoy más que nunca, resulta necesario que los actores todo el arco político entiendan que la generación y propagación de discursos de odio debe tener un límite, que ese límite es -mucho más allá de toda inclinación partidaria- una responsabilidad de la sociedad toda, y que de esa responsabilidad pende nuestro sistema democrático. La irresponsabilidad discursiva ha demostrado no ser gratuita. Y la sociedad ha demostrado saberlo. Nadie sabe exactamente qué habría pasado si el atentado contra Cristina Fernandez de Kirchner hubiese sido exitoso, pero no hay dudas de que la consecuencia habría sido una escalada de violencia escalofriante. La Argentina tiene ahora debe construir un consenso respecto a esto. Hay que cuidar los pilares de una democracia que permita la diferencia y el conflicto,sin aniquilar la construcción colectiva. Para ello, sería elemental extraer una conclusión más, y resguardarla en el seno de nuestros debates y contiendas: la destrucción de un dirigente no es la destrucción de su proyecto político, ni las ideas que lo sostienen. La política es mucho, mucho más que un clientelismo ciego y un puñado de personas con trajes defendiendo sus propios intereses. Por eso, el camino para desarticular un proyecto político no es la retórica del odio y la violencia concentrada. Es la construcción de otro proyecto, es el debate profundo de ideas e intereses, es la utilización de las herramientas y la participación en los procesos democráticos. Al menos, así lo entiende y exige la enorme porción del pueblo argentino que ayer colmó las calles y las plazas del país.