La vuelta de Perón: del Cordobazo al anuncio del vuelo chárter de Alitalia

Juan Domingo Perón sostuvo un duelo a la distancia con Alejandro Agustín Lanusse desde 1971. La partida entre la Rosada y Puerta de Hierro se desequilibró con el viaje desde Roma. El programa de los 10 Puntos y el rol de Cámpora como delegado. 

Juan Domingo Perón sostuvo un duelo a la distancia con Alejandro Agustín Lanusse desde 1971. La partida entre la Rosada y Puerta de Hierro se desequilibró con el viaje desde Roma. El programa de los 10 Puntos y el rol de Cámpora como delegado.

La sombra de un avión negro sobrevoló la política argentina durante 17 años desde 1955. Esa fue la figura que remitía a un hipotético regreso de Juan Domingo Perón al país. El 17 de noviembre de 1972, el avión negro se corporizó en un DC-8 de Alitalia que aterrizó en Ezeiza. Ese viernes lluvioso, Perón pisó suelo argentino por primera vez desde septiembre del 55. Era la culminación de una delicada operación política, que abrió un nuevo cauce en la Argentina, que definió la apasionante partida de ajedrez a la distancia que el líder justicialista disputó desde Madrid con el dictador Alejandro Agustín Lanusse, y que representó uno de los momentos definitorios del siglo XX en el país, hijo además de otro hecho histórico: el Cordobazo.

Cuando obreros y estudiantes marcharon abrazados en el Barrio Clínicas de la Docta, comenzó a tambalear la dictadura de Onganía. Su consecuencia directa fue la caída del ministro de Economía, Adalbert Krieger Vasena. Pero su impacto derivaría en Perón bajo el paraguas de José Ignacio Rucci, tres años, cinco meses y 19 días después.

Lanusse toma el poder 
La misma jornada del 29 de mayo de 1969, Lanusse, como jefe del Ejército, comprendió el carácter de lo que acababa de ocurrir. El Cordobazo había convertido al peronismo proscripto en un problema menor para la dictadura. La Argentina entraba en una dinámica pre-revolucionaria con un 17 de octubre a la izquierda del 17 de octubre a través de una alianza obrero-estudiantil, en un mundo que venía de la caída del Che Guevara en Bolivia, el impacto de Mayo del 68 y la influencia decisiva de la Revolución Cubana, con Salvador Allende a las puertas de la presidencia de Chile.

Hasta ese 29 de mayo, la incidencia de Perón se había minimizado. Onganía se proponía gobernar veinte años, un eufemismo que ocultaba no tanto sus ínfulas de imitador de Francisco Franco, sino garantizar un gobierno que superara la vida biológica del líder exiliado, que además era tironeado en la interna de su movimiento por Augusto Timoteo Vandor. El Cordobazo cambió todo y Perón se convertiría en el beneficiario de una suma de hechos que lo pondrían en el primer plano: el asesinato de Vandor, la caída de Onganía con la irrupción de la guerrilla, el asesinato de Pedro Eugenio Aramburu y el fracaso de Roberto Levingston, el sucesor de Onganía.

Desde la comandancia del Ejército, Lanusse, de probadas credenciales antiperonistas (estuvo preso en la Patagonia entre 1951 y 1955 por su rol en el fallido alzamiento del general Menéndez), sostuvo que había que entablar diálogo con Perón para tener un dique de contención ante un panorama que excedía al líder y su movimiento. El generalato entró en razones en marzo de 1971, cuando el Viborazo, otro alzamiento popular en Córdoba, se llevó puesto a Levingston, que fue reemplazado por el hombre fuerte del Ejército.

Encuentro en Madrid
Lanusse reunió en su persona los cargos de presidente de facto y jefe del Ejército. El cuadro político antiperonista más lúcido de las Fuerzas Armadas dio inicio a un duelo fascinante. En abril de 1971, y en el mayor sigilo, se produjo un hecho histórico: Perón recibió en Madrid a un enviado de Lanusse, el coronel Francisco Cornicelli, al que socarronamente rebautizó como “Vermicelli”. Nunca, desde su caída, había estado frente a un oficial en actividad del Ejército que lo derrocara. Cornicelli era oficial de inteligencia, de extrema confianza de Lanusse, y fue quien representó al gobierno militar en esa negociación.

Ambos, Perón y Cornicelli, grabaron sus diálogos en Puerta de Hierro (Jorge Taiana padre contaría, años más tarde, en El último Perón, que José López Rega vendió en Roma la cinta que había quedado en Madrid). De esas conversaciones surgió el pago de sueldos adeudados a Perón, unos 50 mil dólares, si bien no se le devolvió el grado militar del que lo despojaran en octubre del 55. También comenzó a motorizarse una fina y delicada operación como gesto de buena voluntad: la devolución del cuerpo de Eva Perón, secuestrado y vejado por la Libertadora. Enterrado en Milán con un nombre falso, el féretro llegó a Puerta de Hierro en septiembre de 1971. Al contrario de lo pedido por Cornicelli, Perón se negó a repudiar públicamente a las organizaciones armadas que se reivindicaban peronistas.

El GAN
En el medio, Lanusse lanzó lo que llamó Gran Acuerdo Nacional. El GAN era una convocatoria a todo el arco político para sentar las reglas del juego electoral con vistas a una restauración democrática. Lo significativo fue que, entre todas las fuerzas, fue convocado el peronismo. Los militares le daban visibilidad a un movimiento al que habían proscripto por más de tres lustros. Quien motorizó el diálogo político fue el ministro del Interior, el radical Arturo Mor Roig.

El mayor cuadro político antiperonista del Ejército se apoyó también en otras dos figuras para la gestión: el ministro de Trabajo, Rubens San Sebastián (de diálogo fluido tanto con el empresariado como con los sindicatos); y el de Bienestar Social, el Capitán de Navío Francisco Manrique. Era un símbolo del antiperonismo más cerrado y se posicionó con la creación del PAMI y del Prode.

Para ese momento, el interlocutor de Lanusse en la Argentina era el delegado de Perón. Jorge Daniel Paladino ostentaba ese cargo, desde el que había encausado el diálogo con la UCR en 1970, en lo que se llamó La Hora del Pueblo. Pero las negociaciones a través de Paladino (que coordinó la llegada de Cornicelli a Madrid) se estancaron. Se llegó a decir que parecía más delegado de los militares ante Perón que representante de su movimiento, al tiempo que la sospecha pasaba por un desenlace institucional del GAN con Lanusse como nuevo caudillo militar a través de los votos. Mientras, crecía la actividad de la guerrilla, el mayor dolor de cabeza del gobierno militar.

Las Fuerzas Armadas también le hicieron sentir a Lanusse que no acompañaban por completo su proyectada apertura política. El 8 de octubre de 1971 se produjo un alzamiento en las guarniciones de Azul y Olavarría, rápidamente sofocado. La conspiración la lideraron militares nacionalistas, opuestos al ala liberal de Lanusse.

«¿Acaso era un general peronista?»
En abril de 1972 el diálogo con Madrid comenzó a tener chisporroteos. El 10 de abril fue una fecha clave. Ese día, el ERP mato en Rosario al general Juan Carlos Sánchez, jefe del II Cuerpo del Ejército. Era uno de los duros entre los militares. Nunca se había matado a un oficial de tan alto rango en actividad. Por si fuera poco, esa misma jornada deparó la muerte del industrial Oberdan Sallustro, de la FIAT, secuestrado por el ERP, y que cayó muerto en el operativo de rescate.

El asesinato de Sánchez sacudió al Ejército. Y los más reacios a cualquier entendimiento con Perón, críticos del paso que había dado Lanusse, aprovecharon para apretar al mandatario de facto: le exigieron que Perón repudiara públicamente la acción del ERP, máxime siendo que no se trataba de una guerrilla de filiación peronista. Lanusse ordenó al brigadier Jorge Rojas Silveyra, embajador en España (y responsable de la entrega del cuerpo de Evita) que se apersonara en Puerta de Hierro. Así lo hizo. Se fue con las manos vacías, tras un diálogo tenso en el que Perón dio vueltas para evitar toda definición, y que derivó en que Rojas SIlveyra no pisara más la residencia del General. A la salida, mientras Perón lo acompañaba a la puerta, un enjambre de periodistas estiró los micrófonos.

– General, ¿qué reflexión le genera el crimen del general Sánchez? –fue la primera y única pregunta que se escuchó y que Perón respondió.

– ¿Acaso era un general peronista? –contestó, para darse vuelta y volver a la intimidad del hogar.

El ascenso de Cámpora
Antes de eso, a fines de 1971, había entrado en escena Héctor Cámpora. Perón eyectó a Paladino como delegado y lo reemplazó por el antiguo presidente de la Cámara de Diputados. Comenzó una dinámica que superaría al propio Cámpora, y que daría paso al, tal vez, momento más intenso de la historia argentina. El nuevo delegado no tenía apoyos en el sindicalismo, la expresión más fuerte del peronismo proscripto. Así que generó su base de sustentación en la Juventud Peronista y en Montoneros. La Tendencia Revolucionaria comenzó a disputarle espacios de poder al peronismo histórico. En Mi testimonio, su libro de 1977, Lanusse definió a Paladino como «un hombre incliando al diálogo»; y a Cámpora como «punta de lanza del montonerismo y de la oposición más virulenta».

En agosto de 1972 se produjo la masacre de Trelew. Cámpora se solidarizó con los familiares de los masacrados y ofreció la sede del PJ, en Avenida La Plata, para un velatorio que interrumpieron las tanquetas del comisario Alberto Villar. Perón mandó una corona de flores con su nombre: “Juan Perón”, a secas, sin el grado militar, como solía ocurrir en velatorios de peronistas. Horas más tarde, comenzó a regir la llamada cláusula del 25 de agosto: quien no estuviera en el país desde ese día, no podría ser candidato en las futuras elecciones. La fecha encontró a Perón de vacaciones en la ciudad vasca de San Sebastián.

Un mes antes, Lanusse había lanzado el desafío supremo, al decir que Perón no volvía porque “no le da el cuero”. La respuesta de Cámpora ante la cláusula del 25 de agosto, fue la campaña del Luche y Vuelve, que culminaría en el regreso de Perón. El General se convenció de que debía regresar al país para destrabar la situación, ante una dictadura que ya no podía impedir el paso a la legalidad del mayor partido de la Argentina. Los hechos demostrarían que, del lado de Perón, él no podía imponer su nombre, en un empate catastrófico cuya salida no fue la abstención, como sucedió años antes, sino la candidatura de Cámpora.

Los 10 Puntos
En ese marco, y con la campaña del Luche y Vuelve en marcha (con actos partidarios en el interior del país y la renuncia a participar de la dirigencia sindical, que no se jugaba a fondo por el regreso alegando razones de seguridad, lo cual llevaba a Cámpora a recostarse más en la Tendencia), Perón jugó sus cartas, en lo que fue su gran movida en esa partida con Lanusse, antes del vuelo charter.

El 4 de octubre de 1972, Cámpora entregó a Lanusse las Bases Mínimas del Acuerdo para la Reconstrucción Nacional, un texto escrito por Perón para ser considerado por la junta de comandantes. Ese documento sería conocido como Los 10 puntos, por las condiciones que pedía Perón.

El General proponía la «ruptura de las ataduras internacionales» que ponían a la Argentina bajo «los dictados hemisféricos del imperialismo»; la «modificación de la política económico social» en base a un programa elaborado por la CGT y la CGE y con apoyo de los partidos políticos; la «integración del Consejo Económico Social»; la «determinación explícita» sonre el futuro rol de los militares; el «reexámen de las enmiendas o modificaciones a la Constitución Nacional» que fueron «introducidas unilateralmente»; la potestad de amnistiar presos polítcos por parte del futuro gobierno constitucional, así como de reformar leyes epeciales; la «designación de un oficial superior de las Fuerzas Armadas como ministro del Interior» para evitar «parcialismos partidistas»; la creación de una «comisión interpartidaria» para fiscalizar la «utilización absolutamente imparcial de los medios de difusión masivos, directa o indirectamente controlados por el Estado Nacional»; el fin del estado de sitio y la libertad de los presos políticos; y la «consulta y acuerdo con todas las fuerzas políticas para el establecimiento de la futura ley electoral y la convocatoria a elecciones nacionales».

Perón pedía la cabeza de Mor Roig en Interior y cuestionaba abiertamente la cláusula del 25 de agosto y un cronograma electoral por el cual se votaría un presidente por cuatro años (no por seis) , con segunda vuelta si ningún candidato llegaba al 50 por ciento (es decir, sin Colegio Electoral), más la novedad de la elección directa de los senadores, con un tercer senador por la minoría (como se hace desde 2001) . Los 10 Puntos ocuparon las portadas de todos los diarios. Para Lanusse, eran exigencias imposibles de cumplir.

Se prepara la vuelta de Perón
El 17 de octubre, Perón anunció que «he resuelto volver al país» y que «lo haré a la mayor brevedad posible y cuando el Comando Táctico del Movimiento me lo indique como oportuno». Era el paso a seguir tras la negativa de Lanusse a contemplar el pliego de 10 puntos. El 7 de noviembre, Cámpora le puso fecha en público a ese regreso: sería el viernes 17. Como buen estratega, Perón consideraba que era el momento de jugar en persona en el lugar de los acontecimientos.

La noticia cayó como una bomba. El gobierno militar anunció que no pondría trabas, ya que, alegó, Perón podría regresar al país como cualquier ciudadano. Se dispuso un fuertísimo operativo de seguridad (que iba a contrastar con lo que se viviría en Ezeiza el 20 de junio siguiente), pese a los temores del peronismo de que se quisiera atentar contra su líder, al quedar aislado de la movilización popular a Ezeiza.

Después de las negativas de varias compañías aéreas, algunas de las cuales se negaron siquiera a cotizar un vuelo charter, Cámpora consiguió, vía Benito Llambí (futuro ministro del Interior del tercer gobierno de Perón), un vuelo charter de Alitalia por 61 mil dólares, que despegaría desde Roma.

El sábado 11 de noviembre, Carlos Monzón defendió con éxito su corona de los medianos ante el estadounidense Benny Briscoe en el Luna Park. Ganó por puntos, en una pelea recordada por una piña de su rival, que lo dejó sentido. Pasada la euforia de aquel éxito deportivo, en la Argentina no pasó a hablarse de otra cosa que de lo que iba a ocurrir el 17 de noviembre. Perón no seguía siendo solamente un líder de masas con carnadura social en quienes habían vivido sus dos presidencias, sino que además era visto como un revolucionario por la juventud militante.

Jorge Abelardo Ramos, dirigente del Frente de Izquierda Popular, graficó así el ese momento: «En 1950 me peleaba explicando que Perón no era Hitler. Ahora tengo que explicar todos los días que no es Fidel Castro».

Fuente: Página 12