País que desconfía y se esperanza
Es evidente –casi una obviedad– que mientras reprime al pueblo y en particular a los originarios, el gobernador de Jujuy apuesta a la muerte de Milagro Sala y a la fuga del litio al extranjero que, evidentemente, es un negociazo.
03/07/2023 OPINIÓNEs evidente –casi una obviedad– que mientras reprime al pueblo y en particular a los originarios, el gobernador de Jujuy apuesta a la muerte de Milagro Sala y a la fuga del litio al extranjero que, evidentemente, es un negociazo. Y en el que todo parece indicar que se lo van a llevar, nomás, sin que nadie del poder –el verdadero, el que talla en la Capital Federal– diga ni mú.
Y hasta hay quienes dicen que el jujeño candidato vicepresidencial acaso también apuesta al exterminio étnico mientras contempla las miles de hectáreas de plantaciones de mariguana que, se dice, habrían sembrado y explotarían familiares suyos, quien sabe para qué «nobles fines».
Ella seguro sabe de todo esto, como seguramente ha de saber –inteligente y lúcida como es– que el pueblo que la adora no necesaria ni unánimemente le va a bancar su tolerancia y apoyo a los neoliberales disfrazados de perucas que ahora la rodean.
Incluso el candidato, el sonriente todo terreno Señor Massa, ha de saber que así como fue ungido por la exclusiva voluntad de Ella para escalar tan alto, así también ha logrado ya -mérito a reconocerle– que decenas de dirigentes se dieran vuelta como medias para dejar de lado pruritos y recelos y ahora ser y parecer massistas de primera hora.
Claro que también debe considerarse que, como dice un agudísimo informante de esta columna, «la gente no va a votar a Massa por más que Ella lo ordene. El FdeT no existe más, y para lo único que sirvió, sinceramente, fue para bancar el más grande desembarco estadounidense en esta república hasta hace poco independiente».
Lo anterior es para decir, o así queda claro, o es sugerible, que quizá es por todo eso que tan poca ciudadanía se entusiasma sinceramente, o está mal dispuesta o cansada de militar al cuete. Y es que es de toda obviedad que el cariño de la gente es una cosa bella, pero es muy otra cuando el estómago aprieta, los hijos chillan o enmudecen por hambre, y encima –lo que parecen ignorar todas las dirigencias– la Argentina es patria también, y además, de alrededor de 5 millones de discapacitados que corren serio peligro de muerte si llegan a aplicarse las inhumanas e infames políticas con que amenazan los cambiemitas, sean de Bullrich, Larreta, Milei o Mongo Pirulo.
En tal contexto, es claro que los postulados de esta columna (orgullosamente soberanista, digamos, por el compromiso irrenunciable con el Paraná y el Canal Magdalena) han sido, sí, románticos, literarios o como quiera degradárselos, pero no insustanciales.
Por eso aquí se ha señalado –acaso románticamente– a la insidia como enemigo de la Patria. Porque la insidia es el engaño, es lo oculto disimulado para perjudicar a alguien. Concepto y verbo que se conjugan para definir en todas las lenguas del mundo a la traición.
Lo cierto es que independientemente de los posibles resultados electorales, este pueblo no renunciará a sus sueños y seguirá anhelando recuperar el Paraná, habilitar el Magdalena, asegurar la navegación en beneficio propio y acabar con la pesca clandestina en ríos y mares para así alimentar rápido y barato a las nuevas generaciones. Entre muchas otras esperanzas. Y además lo demás: estrictos controles a los consorcios viales; repotenciar Vialidad Nacional; rehacer la red ferroviaria; acabar con la peste del glifosato y similares; estimular el cooperativismo como vía de igualitarismo público permanente y, de una vez y para siempre, nacionalizar el petróleo, el gas, el litio, el oro, el cobre, los bosques y maderas, los lagos y ríos interiores y todos los etcéteras.
Y mucho más, claro, y por encima de engañapichangas y fruslerías, de una vez por todas una educación formadora de ciudadanía, de amor a lo propio, de conciencia de lo irrenunciable. Porque además de ademases la Argentina es un país que lo tiene todo, sí, todavía todo: tierras, aguas y subsuelo riquísimos, y todos los climas y una costa oceánica fenomenal que baña miles de kilómetros y un sistema de islas y porción de Antártida que envidian todos los países del mundo.
Tan fantástica descripción de los bienes naturales de nuestra Patria, no se condice con la brutal realidad que vive más de la mitad de la población, al día de hoy posiblemente unos 48 millones de personas. Las que frente a las disputas evidentes en todo el arco político nacional, y ante la degradación que se evidencia en la política argentina hoy, en la que todo se reduce a discutir posibles resultados electorales y puestos futuros, que son lo último que debería discutirse.
La República está en una gravísima emergencia y las ideas son lo que más falta. Por eso todo se reduce a si el Presidente quería otro mandato; si los «rivales del palo» eran Scioli, Massa o Wado, o si del otro lado las mafias del poder macrista y residuales empujaban más a Bullrich, a Larreta o al loco despeinado que creció en base a propuestas medievales, colonialistas y cipayas que ni hace dos siglos…
Pobre país desdichado, empequeñecido y orientado por necedades de la mediocridad política argentina. O sea país que se muestra como hace 40 o 50 años escribía ese gran narrador entrerriano que se llamó Juan José Manauta, cuya extraordinaria novela «Las tierras blancas» acaba de ser reeditada por las UN del Litoral y de Entre Rios, maravilla de texto que describía hace más de medio siglo la desolación de una tierra de promisión desmoronándose hasta convertirse en un pueblo miserabilizado, todo injusticia y resentimientos.
La Argentina de promisión que supo ser considerada «granero del mundo» y llenó de orgullo emprendedor a generaciones de jóvenes que apostaron a la industria y la decencia, hoy parece en gran medida desbarrancada hacia el choreo, el acomodo, la mentira sin castigo, el narcopoder enseñorado sobre la política y dominador de la economía. Y todo con un pueblo condenado a pagar una deuda que no contrajo, que no pidió ni tiene por qué pagar, y que es la gran mentira que subyace en el subsuelo político argentino: ¿Por qué condenar al pueblo argentino a pagar una deuda que no contrajo? ¿Por qué someterlo a la pobreza, la miseria y la desesperanza a que lo condenaron los mismos que hoy pujan y se dirigen a una contienda electoral engañosa y absolutamente insincera? ¿Por qué?
Es por lo anterior que gran parte de la ciudadanía desconfía de todo, y con razón. E incluso si por milagro resultase electo el joven candidato funcional Juan Grabois es previsible que el voto en blanco y la abstención puedan llegar a ser los verdaderos triunfadores de las próximas elecciones. Lo que en consecuencia profundizará la brecha ya abismal entre poquísimos ricos sinvergüenzas y más de 30 millones de pobres y todo en una de las tierras más ricas del mundo.
Hay que denunciarlo, obviamente, pero también, y por fortuna, hay que subrayar que no faltan propuestas alternativas. Sólo baratijas y gritos de dolor por ahora, para nada es descartable que se levante, en lo más inesperado, la esperanza renovada de «una nueva y gloriosa nación».
Por Mempo Giardinelli