Villa Ana: el día que la historia y la música se dieron cita en las ruinas de La Forestal
30/09/2014 El PaísLa Orquesta Sinfónica de Santa Fe tocó en el mismo lugar donde estaba la empresa que explotó el quebracho en el norte provincial. Para los lugareños, La Forestal.
The Forestal Land, Timber and Railways Company Limited. Para los lugareños, La Forestal. La misma que durante cerca de 60 años explotó casi dos millones de hectáreas de bosque de quebracho colorado en el norte santafesino; que creó un Estado dentro del Estado, con leyes, normas, sistemas de trabajo y hasta fuerzas de represión y dinero propios. Y donde paradójicamente llegaban los servicios como en ninguna otra parte. Y que cuando se fue dejó a varios pueblos en la más absoluta orfandad.
Sus edificios se convirtieron en ruinas, pero son parte de la historia y la cultura de la zona.
Ese solar emblemático fue el lugar donde la Orquesta Sinfónica de Santa Fe terminó su gira por el norte provincial. Una experiencia profunda, poderosa, donde la música y la historia se mezclaron en parajes casi míticos.
Fue este domingo y LaCapital estuvo allí, a más de 600 kilómetros de Rosario, si se los circula por tierra.
Otro que no se lo perdió fue el gobernador de la provincia, Antonio Bonfatti, quien hizo un viaje relámpago para ver a una orquesta que tranquilamente podría disfrutar en la capital provincial, pero cuya intervención adquiría una significancia completamente distinta en ese lugar. Y no se arrepintió.
Gira. La gira había comenzado el jueves pasado en Villa Guillermina, donde unas 800 personas se juntaron para ver el concierto. El viernes, en Las Toscas, la iglesia del lugar se vio atestada de vecinos. Y en Villa Ocampo, más de 2.000 personas se juntaron.
Y después, Villa Ana, donde unas mil personas se juntaron en uno de los galpones derruidos de lo que fuera la compañía explotadora de tanino más grande del mundo, en un concierto cargado de simbolismo por el lugar donde se desarrolló. Una presentación que movilizó a las escuelas, a la policía, los bomberos, a los presidentes comunales de las localidades vecinas y, por supuesto, a los habitantes.
El pueblo. Villa Ana está en el corazón mismo de lo que fue La Forestal, y donde se levanta la derruida edificación de la empresa, coronada por una altísima chimenea de ladrillos, con hornamentos y detalles artísticos en su cima. Entrar en la localidad es adentrarse en un pueblo que conserva casi intactas muchas de las casas estilo inglés que la compañía construyó dentro de su gran feudo.
«Villa Ana es un pueblo muy humilde», fue lo que le dijeron a La Capital apenas llegó al lugar. Y el pueblo demostró serlo, no sólo por la falta de riqueza ni ostentación, también por la humildad de la gente, por el afán de recibir bien a sus anfitriones, por la fascinación de ver aterrizar un helicóptero oficial, por el pudor con que los habitantes responden a los cronistas venidos de las grandes ciudades.
El escenario. La construcción abandonada, las paredes de ladrillos de típica arquitectura inglesa, ya sin techo, resquebrajadas, los pisos de césped fueron la gran «platea». Los habitantes, algunos ataviados quizás con sus mejores ropas, muchos de condición humilde, ocuparon las sillas de plástico que se instalaron en el predio.
Con la amenaza permanente de la lluvia, los músicos empezaron el concierto, no sin antes advertir (lo hizo su directora, Alejandra Urrutia) al público que a la primera gota de agua, tendrían que abandonar. Pero no hubo agua ni abandono. Los músicos tocaron el repertorio previsto de Brahms, Saint-Saens, Dvorak y Liszt.
Detrás del escenario, un mural sobre la última pared contaba la historia de los hacheros de La Forestal. El concierto había empezado y la gente seguía llegando con las reposeras. En medio del espectáculo, ya todo el predio estaba colmado, y muchos miraban desde los ingresos laterales, ya sin aberturas. Ajenos a todo, los chicos corrían por afuera del predio.
Protocolo. El jefe comunal recibió al gobernador en medio de las ruinas. A pocos metros, lugareños preparaban unos chivitos para recibir a las autoridades y a los músicos. Sin mucho protocolo, el jefe comunal entregó a Bonfatti el diploma de huésped de honor antes de empezar el concierto, y dijo unas palabras, todas de agradecimiento. «Estuvimos como locos buscando sillas porque no alcanzaban. Queremos demostrar que somos unidos y que este pueblito existe», dijo con humildad, y el pueblo lo ovacionó.
Bonfatti, que no iba a ofrecer discursos («Ustedes vinieron a escuchar a la Sinfónica, no a mí, dijo, con sospechosa humildad) finalmente se dirigió a la gente y les habló de integración, de la conexión entre los pueblos, y no dejó pasar la ocasión para poner como ejemplo el acueducto que se está haciendo en la zona para llevar agua potable a varios pueblos de allí. «Vamos a seguir trabajando juntos por el acceso a la educación, a la vivienda, y ahora al agua de buena calidad», prometió.
El concierto concentró a la gente, fue un momento «redondo» y una experiencia para vecinos, músicos y autoridades, novedoso y, en algunos puntos, conmovedor.