El pueblo salteño donde el tiempo se detuvo y el vino se cultiva entre cerros milenarios
Molinos, en el Valle Calchaquí, es un refugio de menos de mil habitantes que conserva arquitectura colonial, tradiciones andinas y viñedos de altura únicos en el mundo.
29/05/2025 TURISMOMolinos, en el Valle Calchaquí, es un refugio de menos de mil habitantes que conserva arquitectura colonial, tradiciones andinas y viñedos de altura únicos en el mundo.
En el corazón del norte argentino, sobre el sudeste de Salta y dentro del mítico Valle Calchaquí, se encuentra Molinos, un pueblo que parece suspendido en otra época. Con menos de mil habitantes, calles de tierra, antiguas casonas y montañas imponentes como telón de fondo, este rincón salteño ofrece una experiencia donde la historia, la calma y la cultura se entrelazan.
A 206 kilómetros de la ciudad de Salta, el viaje hasta Molinos ya anticipa la desconexión. Según la descripción oficial del sitio de turismo salteño, este es “el lugar donde la paz y la tranquilidad nacieron y se criaron en sus cerros”. Y no es exagerado. Caminar por sus calles es sumergirse en una atmósfera colonial, donde el presente se mezcla con los ecos de decisiones tomadas en tiempos en que Buenos Aires aún no era capital.
Uno de los íconos arquitectónicos de Molinos es la Iglesia de San Pedro Nolasco, construida en el siglo XVIII. Esta iglesia, declarada Monumento Histórico Nacional, conserva influencias del estilo cuzqueño y guarda en su interior los restos de Nicolás Severo de Isasmendi, último gobernador español de la Intendencia de Salta del Tucumán antes de la revolución independentista.
Pero además de historia, Molinos guarda uno de los tesoros enológicos más importantes del país. Sus viñedos, situados a 2.700 metros sobre el nivel del mar, producen vinos de altura reconocidos internacionalmente. La exposición solar, la altitud extrema y la amplitud térmica generan uvas con piel gruesa y color intenso, que dan origen a vinos con personalidad, aroma y profundidad.
A pocos kilómetros del pueblo, las ruinas de El Churcal completan el viaje al pasado. Este sitio arqueológico precolombino, ubicado a 1.800 metros de altitud, permite apreciar el legado de antiguos pobladores expertos en alfarería, textiles y cestería. Entre cerros, cardones y caminos de tierra, la herencia cultural del norte se mantiene viva.
La gastronomía local también es una joya: empanadas, tamales, charqui, mote y preparaciones a base de anís y maíz se combinan con vinos locales para ofrecer una experiencia sensorial ligada al territorio. Todo eso se potencia aún más durante la Fiesta del Poncho, Doma y Folklore, que se realiza cada enero y reúne artistas, comidas regionales y tradiciones gauchas que transforman a Molinos en un punto de encuentro entre la música, la historia y el sabor.
Molinos no es un destino masivo, ni pretende serlo. Es, en cambio, un refugio para quienes buscan profundidad en el viaje, conexión con la tierra y una pausa real frente al vértigo urbano.