Arderá la memoria una vez más

En el centro de la tierra hay una carta abierta, tal vez dirigida al corazón del abismo o al Hades de los volcanes. 

En el centro de la tierra hay una carta abierta, tal vez dirigida al corazón del abismo o al Hades de los volcanes.

Uno podría pensar que la dinámica de la historia, para quien lleva años habitando bajo este cielo, se resuelve vendándonos los ojos y adivinando en la oscuridad cuáles son las huellas de los naufragios.

Y hacerlo siguiendo la lógica de los relojes de arena ; sosteniéndola como una certeza sobre que ese es el tiempo de la historia. Que cumplido ese ciclo, el mundo será una inmensa estatua de sal, una escultura tallada en piedra que girará sobre la nada.

Pero el hombre es el imponderable de la historia, creado por un Dios imperfecto (porque si le damos credito a las palabras fuimos creado a imagen y semejanza).

Pero volvamos a que el hombre es el imponderable de la historia, y en el marco de esas miradas pensemos la desidia y la decadencia en la que se sume o se empuja a la sociedad desde el derecho y la política de gobierno como la naturalización de un proyecto de país.

El municipio, la provincia y la Nación -porque son espejos de una misma mirada- son los escombros del mismo derrumbe de la misma degradación política.

Tras el velo del «síndrome de Aramburu», buscando reeditar la farsa de la legitimidad, fraguando la pulsión de eliminar en una figura, el pasado o lo que les condiciona el futuro.

Es no entender cómo funciona el corazón, el alma de un movimiento social-popular al que lo dinamiza la necesidad de ser contenido en la representación de su existencia y que, al intentar expulsarlo del «paraíso» de esa representación, sólo se le da un/otro motivo de lucha para no volverse estatua de sal.

Quieran o no los centinelas del espacio bobo de la historia, con sus plumas rescatadas de los campanarios queriendo determinar con sus ojos certeros quién si y quién no.

Si alguien sabe y no cree en la justicia divina, somos quienes militamos desde la realidad del campo popular. No importa el lugar de confort intelectual al cual se tributa, quienes lo hacemos con la mirada puesta en lo que soñamos como justo para quienes merecen otro amanecer, seguiremos pensándonos en otro lugar.

Y los que sostienen el síndrome de Aramburu tendran que volver a mirar en los anaqueles de la historia a ver que les dice: «Arderá la memoria hasta que todo sea como lo soñamos».

Por Gustavo Carlos Gutierrez Marrero*

*Integrante de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos.

Fuente: Página 12